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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La 'otra' Europa

DOS HECHOS polarizan el interés de la opinión europea: la apertura de la frontera húngara para que millares de familias de la República Democrática Alemana (RDA) puedan emigrar a la República Federal de Alemania (RFA) y la constitución en Varsovia -por primera vez en un país del bloque soviético- de un Gobierno no comunista, dirigido por el intelectual católico de Solidaridad Mazowiecki. Son dos demostraciones de la profundidad de los cambios que tienen lugar en Europa oriental como consecuencia -además de factores propios de cada país- del proceso de reforma iniciado en la Unión Soviética por Mijail Gorbachov. El ritmo de estos cambios es impresionante: después de las elecciones polacas era previsible que un no comunista accediese a la jefatura del Gobierno. Pero en un plazo de dos o tres años. Nadie -ni los dirigentes del sindicato Solidaridad- pensó en un proceso tan veloz. Esta rapidez refleja el grado de agotamiento histórico y descomposición alcanzado por el llamado socialismo real.

La respuesta a este fracaso no es uniforme en la Europa del Este. Si la perestroika ha fomentado transformaciones en Polonia y Hungría que van mucho-más lejos de lo que ocurre en Moscú, otros países -la RDA, Bulgaria, Checoslovaquia, por no hablar de la odiosa dictadura de Ceaucescu- reaccionan en sentido contrario, aferrándose a los dogmas y métodos heredados del estalinismo. Las reacciones ante la actitud húngara en el caso de los refugiados han sido expresivas: aprobación en Varsovia, silencio en Praga, protesta airada en Berlín Este. Honecker y su equipo, al hacer de la RDA el bastión del conservadurismo comunista, están provocando el deseo de emigrar entre sus conciudadanos. Y luego quieren negarles, con métodos policiales, el ejercicio de ese derecho. Hungría, que avanza hacia un sistema pluralista, y cuyo partido comunista se prepara para las elecciones abandonando dogmas y buscando nuevas raíces en la experiencia heterodoxa de Inire Nagy, ha adoptado en ese problema una actitud basada en el respeto a los derechos humanos. Derechos entre los que, como se reconoció explícitamente en la conferencia de Viena, figura el de viajar libremente de un país a otro.

¿Qué futuro espera a la Europa del Este ante esa zanja, cada vez más ancha, que se abre entre países en marcha hacia la democracia y países aferrados al inmovilismo? Con otras palabras: la superación del sistema de zonas establecido al final de la Segunda Guerra Mundial, y cuya caducidad es obvia, ¿podrá hacerse de modo gradual y sin choques armados? La respuesta dependerá en gran medida de lo que ocurra en Moscú. La actitud de Gorbachov ante el Gobierno de Mazowiecki implica un viraje serio en la política tradicional de la URSS: es un entierro de primera para la doctrina de la soberanía limitada. Se abandona la identificación entre seguridad de la URSS y existencia junto a sus fronteras de Gobiernos comunistas.

Pero estos cambios en el bloque del Este, junto con el empeoramiento de la situación interior, refuerzan la oposición a Gorbachov de un sector de la dirección del PCUS que le acusa -y cada vez de manera menos encubierta- de abandonar el socialismo y de permitir la desintegración de la URSS. El discurso televisado del presidente de la URSS al regreso de sus vacaciones reconoce que la perestroika atraviesa un momento sumamente grave. Al desabastecimiento generalizado, para remediar el cual ha anunciado medidas "dolorosas e impopulares", se une la agudización de los conflictos nacionales con una escalada en las demandas de autonomía e incluso de independencia. La reciente extensión de esas corrientes a Ucrania confirma la tesis del ala progresista de la perestroika, partidaria de una revisión en sentido confederal y contractual de las relaciones entre las repúblicas de la URSS. En cambio, Ligachov, jefe de los conservadores en el Buró Político del PCUS, acaba de lanzar un ataque contra los movimientos nacionalistas con los argumentos típicos del centralismo moscovita, llamando a la "unidad del partido" y a la "coherencia ideológica" de sus dirigentes. Imponer hoy tal coherencia, cuando muchos de esos dirigentes en las propias repúblicas bálticas apoyan las demandas nacionalistas, exigiría depuraciones masivas. Equivaldría a liquidar la perestroika.

Gorbachov está en la fase más difícil de su proyecto. Pero tiene muchas cartas en la mano. ¿Cabe dudar de que un viraje conservador en Moscú, con los pasos dados ya en Polonia y Hungría, empujaría al desgarramiento abierto del Pacto de Varsovia? Sin hablar ya de las tormentas que desencadenaría en la URSS. Los cambios en la Europa del Este se acercan a la frontera de lo irreversible.

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