Testigo lúcido e implacable
Una vez, en un homenaje ya lejano, dije de Guillén en su presencia -en una de sus visitas a Madrid- que él era en poesía algo así como la cuadratura del círculo. Lo dije en el sentido de que esas dos exigencias del poeta consciente, la de la altura estética, por un lado, y la de la responsabilidad social, por el otro, tenían en él singular consecución. Esto lo califica como un enorme poeta de nuestra lengua y de la suya, puesto que también usó, abundantemente, de modismos de aquella su tierra.Nicolás Guillén era un enorme poeta que desde la llamarada de Motivos de son o Sóngoro cosongo nunca decayó, sino que, por el contrario, ascendió indefinidamente a través de títulos como La paloma del vuelo popular o El diario que a diario. Sin olvidar su poema España, poema en cuatro angustias y una esperanza, en el que tan temprana y conmovedoramente formula definitivas añoranzas de García Lorca.
No lo vi yo en nuestra guerra, aunque aquí estuvo defendiendo lo que siempre defendió, pero sí tuve la fortuna de saludarlo y de cambiar con él amistosas palabras en las dos o tres ocasiones en que nos visitó décadas atrás y en las que le encontré tan activo y tan soberano poeta como siempre. Algo que en todos esos encuentros lo pudimos comprobar, -al margen de la lectura de sus obras-, ya que en ninguno de ellos faltó, para unos pocos privilegiados, la audición en su boca de algunos estupendos poemas recientes.
En suma, desaparece uno de los grandes poetas del mundo, que fue y seguirá siendo al mismo tiempo testigo lúcido e implacable de las tremendas injusticias que acosan al ser humano y al servicio de cuya supresión puso él su vida.
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