Política de gestos vacios
COMO UN Jano moderno, Alfonso Guerra acostumbra a pasearse por el escenario político con dos caras bien distintas: como cualificado miembro del Consejo de Ministros, que llega a veces a presidir en funciones, hace cosas que nada parecen tener que ver con él -"yo estoy aquí de oyente", advirtió desde el mismo momento de su ingreso en el Gobierno-, a juzgar por lo que dice y predica ante otros auditorios cuando actúa como vicesecretario general del partido del Gobiemo, o como político mitinero. Y aunque son legión los imitadores del antiguo dios romano entre la clase política, el vicepresidente Alfonso Guerra se lleva la palma.En vísperas de su viaje a Angola, donde ahora se encuentra tras asistir en Argentina a la toma de posesión del presidente Menem, Alfonso Guerra se despachó -no se sabe si en tanto que vicepresidente del Gobierno o como dirigente socialista- con unas declaraciones en las que manifestaba su intención de no acudir a Namibia -una de las escalas previstas de su viaje africano-, para así no tener que dar la mano a los representantes del racista Gobierno de Suráfrica. En Angola, el vicepresidente español se entrevistará con el jefe de Estado de aquel país y también con Sam Nujoma, líder de la Organización Popular del África del Suroeste (SWAPO), el movimiento que ha protagonizado durante décadas la lucha por la independencia de Namibia. Además negociará varios créditos para la antigua colonia portuguesa, donde acaba de concluir una sangrienta guerra civil de 14 años de duración, y probablemente recibirá parabienes por la participación de un contingente militar español en la fuerza desplegada por la ONU para asegurar el tránsito pacífico hacia la independencia de Namibia. Todo esto sin mancharse las manos y sin tener contacto alguno con quien -tarde y mal, es cierto- ha hecho posible de alguna manera -junto con Estados Unidos, la URSS y la propia ONU- que se llegase a la autodeterminación efectiva de la antigua África del Suroeste: el Gobierno de Pretoria.
Lo malo de todo esto es que Alfonso Guerra no necesita estrechar las manos de las autoridades surafricanas para manchárselas, porque es vicepresidente de un Gobierno que, ignorando las declaraciones oficiales y reiteradas recomendaciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, compra a Suráfrica cantidades ingentes de carbón y de uranio enriquecido. Y es sabido que el carbón mancha de negro. El más crudo realismo suele caracterizar las relaciones entre los Estados, lo cual ha servido con frecuencia para suavizar tensiones y resolver conflictos. Y aunque nunca está de más predicar la observancia de ciertos principios en las relaciones internacionales, ya nadie parece escandalizarse por ese tipo de transacciones. Pero lo que resulta realmente ridículo es que un gobernante alardee de purismo ideológico articulando gestos vacíos que nada tienen que ver con lo que decide y hace cuando ocupa su sillón en el Consejo de Ministros.
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