Oriol Bohigas: "No soy un déspota ilustrado"
El arquitecto publica el primer volumen de sus recuerdos
Oriol Bohigas publicará la próxima semana el primer volumen de sus memorias, Combat d'incerteses (Edicions 62), que organiza como un dietario que escribe entre abril de 1987 y abril de 1988. Esta astucia formal le permite evitar los rigores de la cronología y, en función del presente, desde el que escribe, recordar el pasado sin pretensiones puramente arqueológicas y reflexionar, aleatoriamente, en función de las constantes insinuaciones de la actualidad. Muy relacionado con la renovación urbanística de Barcelona, con el intento de injertar la vanguardia en el horizonte cotidiano del ciudadano, Bohigas se defiende de las críticas asegurando que no es un déspota ilustrado.
"El libro surge más de unas ganas de escribir que de publicar. A los que no somos literatos nos resulta más fácil las memorias que la ficción porque el tema viene impuesto por el recuerdo". Bohigas no mitifica la virginidad y pureza de este recuerdo. "La memoria no es una radiografía científica. No manipulas cínicamente la imagen que tienes de ti mismo, pero, de manera inevitable, la dibujas desde tu propio presente". Bohigas destaca un caso en el que su recuerdo de la guerra civil no se ajusta a la bibliografía épica de los dos bandos. "Muchos. iban a favor de Franco porque era la única manera de que terminara la guerra, ya que la República no podía ganarla"Entre el recuento biográfico se dispara, muy a menudo, la reflexión sobre su oficio y sus colegas. Bohigas formuló en 1980 todo un programa urbanístico para Barcelona que se sustanciaba en un eslogan: Higienizar el centro y monumentalizar la periferia. Para consolidar una cultura urbana había que fijar la identidad de la ciudad promoviendo esta identidad donde no existiera y dinamizándola en el centro, donde ya estaba conseguida. Está filosofía condujo a la creación de parques periféricos presididos por un concepto poco habitual del monumento. En la plaza de La Palmera, por ejemplo, se instaló una pared de Richard Serra. Una de esas paredes que, instalada en Nueva York, ha sido objeto recientemente de un referéndum vecinal en el que se votó su demolición. "La idea de principio es que un barrio para sentirse barrio ha de disponer de un elemento representativo que lo aglutine. Es cierto que esta identificación habría sido más fácil de conseguir con un monumento. a Pompeu Fabra, pero eso nos llevaría únicamente a la rememoración y es lícito perseguir, desde la vanguardia, un proceso de gestación de nuevos símbolos, aunque no consigas efectos tan inmediatos de aglutinación. Cuando colocamos una pared de Richard Serra procuramos mantener el equilibrio entre el aspecto legible del monumento y la reivindicación de que el máximo nivel de calidad pasa por la vanguardia. No soy un déspota ilustrado, pero sí reconozco una cierta voluntad pedagógica en este tema. De todas maneras, al igual que defiendo a Serra, predico que Barcelona necesita una escultura de Maillol. Por otra parte, no he visto que estas incrustaciones vanguardistas hayan provocado un rechazo general. La gente no interpreta los valores artísticos, sino los decorativos, pero por ahí se inicia el proceso de simbolización. No somos tan incultos como pensamos y ya empieza a ser raro encontrarte aquel personaje que, ante un cuadro abstracto, se queda preocupado porque no entiende lo que quiere decir".
Bohigas defiende en su libro una arquitectura vanguardista incómoda para su usuario. Comparte la idea de que con la buena arquitectura se vive siempre mal, ensayando la nueva forma de vida que el arquitecto propone y que el consumidor no ha acabado de descubrir. La aspiración de confort inmediato no debe obligar, en opinión de Bohigas, a renunciar a un programa de futuro Pero esta visión redentora del usuario cateto parece olvidar los legítimos derechos de éste a tener una arquitectura a su medida cultural. Es ahí donde aparece por ejemplo, la historiada polémica sobre las plazas duras de Barcelona. Bohigas no comparte la opinión de que las críticas a estas plazas se hayan hecho desde exigencias de funcionalidad. "Si se critican, en el fondo es porque no obedecen a los arquetipos románticos, por su exceso de funcionalidad. Siempre que se ha diseñado una de estas plazas se ha hecho pensando en su uso colectivo".
La militancia en el concepto de vanguardia no le impide a Bohigas cargar contra "presuntuosas estrellas" de la arquitectura y contra algunos trabajos de Gae Aulenti, Pelli, Scarpa... Arrinconados ya los que Bohigas define como "personajes casposos de la vieja arquitectura", la batalla se presenta ahora contra cierta modernidad que prima la ornamentación sobre las grandes ideas, el concepto. "Son los nuevos ricos de la arquitectura que apoyan los proyectos únicamente en el diseño de los detalles. En Le Corbusier, por ejemplo, el detalle no existe. Él ofrece una idea y no le preocupa si va a ser dignificada con un carísimo revestimiento. Ahora no, ahora el protagonista es el diseño porque el esqueleto de la obra es tan poca cosa que necesita este maquillaje". Bohigas reconoce que es un fenómeno derivado de las leyes del mercado. "Este fenómeno aparece a partir del momento en que Japón y Estados Unidos empiezan a encargar una arquitectura rica, ostentosa. Es como estos grandes almacenes de Tokio que se gastaron una fortuna con un Picasso y que, desde que lo tienen expuesto, han aumentado espectacularmente las ventas porque ese Picasso les da prestigio".
Bohigas, tanto en la charla como en su libro, no teme la sinceridad: "Tengo cierta propensión a exagerar las verdades y eso me acarrea algunos problemas". En sus memorias recuerda cómo sus ataques al Reina Sofía -"tan feo como El Escorial", frase con la que mataba dos pájaros de un tiro: El Escorial y el Sofidú- le produjeron algunas dificultades en su negociación con el Ministerio de Cultura como presidente de la Fundación Miró.
Babelia
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