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Los límites del imperio

Estados Unidos o el dilema de una superpotencia que se está quedando sin enemigo

Francisco G. Basterra

Cuando llegué a Estados Unidos, en octubre de 1984, el país, en el auge del reaganismo, creía aún lo que le decía su presidente: que éste era un imperio sin más límites que los de la imaginación de sus ciudadanos. Estaba en el segundo año de una expansión económica que aún no se ha detenido y tenía todavía un enemigo claro: la Unión Soviética. Por supuesto, nadie sugería que la guerra fría era una cosa del pasado.Ahora cuando hago las maletas, el imperio se ha quedado sin enemigo. Se declara por doquier el final de la guerra fría, aunque se dice menos que Occidente la ha ganado. Y los límites del poderío norteamericano, por primera vez desde la 1ª Guerra Mundial, se hacen evidentes. Panamá y Noriega son una buena muestra. En estos años, EE UU ha pasado a ser la primera nación deudora, y Japón, por el contrario, se ha convertido en el primer acreedor y despunta ya como el gran poder económico de los años noventa.

El virus de la incertidumbre sobre su destino y el pesimismo que agarrotaba a Europa hasta hace poco, que sirvió para acunar en Washington el término euroesclerosis, parece haberse trasladado a los Estados Unidos de George Bush y de comienzos de la última década del siglo. El presidente asegura que "el XXI continuará siendo el siglo americano". Y desde Europa, un europeo lúcido ya en la reserva, el ex canciller de la RFA Helmut Schmidt, sentencia que "EE UU es la nación más vital de Occidente y continuará siéndolo".

Cuatro años largos de corresponsalía me hacen asentir. A pesar de todos los pesares, y de las increíbles lagunas educativas e intentos constantes de que todos nos parezcamos a ellos y aplaudamos su a veces insoportable rectitud moral, "EE UU", ha afirmado Sclímidt, "es una nación de vitalidad y optimismo, y eso ayuda mucho, incluso si a veces ciega su juicio". Estados Unidos está vivo y es inmensamente creativo. Este país de mil razas, donde los hispanos serán la mayoría minoritaria en el año 2000, continúa siendo, por encima del juicio político, el que más oportunidades concede.

"Europa no se convertirá en unos Estados Unidos de Europa, por lo que el mundo continuará teniendo a EE UU como su líder", explica Paul Volcker, ex presidente de la Reserva Federal. Pero una creciente moda intelectual de pesimismo, estimulada por la falta de respuesta a la audacia revolucionaria de Mijail Gorbachov y por el deterioro de la competitividad económica de este país, y el resurgir a un papel mundial de los gigantes vencidos de la guerra -Japón y la República Federal de Alemania-, pregona en este país el relativo declive, no absoluto, del imperio orteamericano.

Comienza a dudarse de que George Bush, enfrentado al desvanecimiento del viejo orden nacido de la 1ª Guerra Mundial, sea capaz de redefinir el papel de esta superpotencia en un mundo cambiante en el que EE UU ya no ejerce el monopolio de la hegemonía económica, militar o política.

El declive

El libro del profesor de Yale Paul Kennedy The rise and fall of thegreat powers diagnostica el comienzo del declive del imperio norteamericano -como antes el español o el británico-, originado por la imposibilidad de abarcar militarmente tanto mundo con una economía levantada sobre las arenas movedizas de los déficit. Es un éxito de ventas y se ha convertido en la biblia del pesimismo ilustrado. David Calleo, de la universidad John Hopkins, experto en la OTAN y uno de los principales miembros de la escuela del declive, escribe que "EE UU se ha convertido en una hegemonía en decadencia, con un rumbo que apunta a un final ignominioso. Sí hay una salida, es a través de Europa".

"Estados Unidos se está quedando sin los traba adores cuafificados capaces de realizar los trabajos que requerirán los años noventa" (de los periódicos). "La mayoría de los norteamericanos pierde fe en el futuro y ya no asume que sus hijos vivirán mejor que ellos" (primera página de The Wall '0,treet Journal del 1 de mayo). "El superrico Japón emerge como una importante superpotencia" (titular de un informe de Time).

¿Qué clase de imperio es éste, que tiene problemas para acabar con Noriega y no garantiza ya la seguridad o el bienestar de sus aliados?, se preguntaba el otro día, en una cena, el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo y ex canciller uruguayo, Enrique Iglesias, abrumado por la catástrofe de la deuda externa y aterrado ante la posibílidad de que Latinoamérica, tras una década económica perdida, entre ahora en una etapa de populismos nacionalistas. "Es un imperio de reacción, no de acción", añadía Iglesias.

Graduando analfabetos

Un informe de la revista Tíme reveló que cada año el sistema escolar norteamericano pone en la calle "más de un millón de jóvenes adultos que no pueden enfrentarse a las demandas intelectuales de una economía cada vez más tecnológica o a sus colegas en Europa occidental o Japón; 700.000 al año, después de 12 años de bachillerato, tienen tan poca capacidad de lectura que no pueden digerir un periódico o llenar un formulario para pedir trabajo". Y concluía la revista diciendo que la amenaza a la seguridad del país deriva del hecho de que casi un 25% de sus reclutas no puede comprender las instrucciones escritas del armamento que maneja.

Pero, como Mark Twain, que anuncié que las informaciones sobre su muerte eran prematuras, el declive de este imperio puede que también lo sea. TheWall Street Journal, el periódico de mayor difusión del país, tras una investigación "exhaustiva" y 100.000 millas de viaje de un equipo de periodistas que han hablado con "varios cientos" de líderes o ciudadanos en EE UU, Europa, China, Japón y la Unión Soviética, ha llegado a una conclusión reconfortante:

"El cuadro que emerge es claro, aunque sorprenda. América, le guste o no, es el poder preeminente en el mundo hoy, y lo seguirá siendo, por lo menos, durante la siguiente generación, y probablemente por más tiempo". El problema probablemente sea otro, como lo ha descrito un comentarista británico. "La cuestión no es que América se haya vuelto más débil, sino que otros, y no sólo Japón y la RFA, sino también potencias más pequeñas, de Dinamarca a Nueva Zelanda hasta Irak o Irán, se han hecho más fuertes, con más confianza propia, más inclinados a cuestionar los proyectos norteamericanos y menos a pasar por el aro de la presión de EE UU".

Vacío de liderazgo

La gestión de Bush, con ser apafiada y tener contenta a la América media y profunda, no es el liderazgo que requiere una alianza occidental que, una vez ganada la guerra fría, aguarda la visión global de un presidente norteamericano en un momento de reparto de las cartas de un nuevo orden internacional.

Sólo un vacío de líderazgo, tras la retirada de Reagan a surancho de Califomia, explica, según analistas norteamericanos, la rebelión de Kohl contra los .11anglosajones" en la OTAN. El consejero de Seguridad Nacional, Brent Scowcroft, hablaba el otro día con irritación, en una comida con corresponsales europeos, de] angst alemán, el deseo de sacudirse la soberanía limitada de que disfruta bajo el paraguas nuclear norteamericano, como causante de la trifulca sobre las llamadas armas nucleares de teatro.

"Cuanto de más corto alcance, los alemanes más muertos", como dicen en la RFA. Pero el angst, de otro estilo, es percibible en Washington, donde aún no está claro si se está apostando por el triunfo o la bofetada de la perestroika. Insiste la clase dirigente del bushismo en someter a Gorbachov a un examen considerando aún que el líder soviético está en la escuela y que EE UU es el profesor y debe dar diplomas de buena conducta internacional.

Ya lo ha dicho George Kennan, el padre intelectual de la doctrina de la contención de] comunismo y, en cierta medida, de la guerra fría: "Estamos empantanados en las fijaciones del período de los últimos 35 años, mientras la vida ha cambiado". Y también la opinión pública, que aquí es medida con obsesión casi al minuto. El 56% de los norteamericanos cree que la competencia económica de Japón significa una amenaza mayor a la segurídad nacional de EE UU que la URSS como adversario militar.

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