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Berlín, capital de la modernidad, antes de Hitler

El arte de la capital alemana entre 1900 y 1933 se expone en el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid

Bajo el título Berlín, punto de encuentro. El arte en Berlín, de 1900 a 1933, se presenta en el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid la más importante manifestación artística de obras representativas de las principales corrientes vanguardistas alemanas del primer tercio del siglo XX. El más de un centenar de obras que desde ayer y hasta el próximo 10 de abril se exhiben en Madrid pertenecen en su mayoría a los fondos existentes en los museos de Berlín, aunque también se muestran obras procedentes de otras pinacotecas alemanas.

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Un recorrido ordenado e intenso

La oferta actual del Centro de Arte Reina Sofía y la de Madrid mismo, en medio de esa fiebre colectiva que es Arco, desborda cualquier expectativa. Atendiendo sólo a las muestras más relevantes internacionalmente y que han contado con patrocinio institucional, los datos hablan solos, pues en el Reina Sofía coinciden ahora cuatro grandes exposiciones -Colección Philips, Los Matisse rusos, Baldessari y ésta de Berlín, que da pie al presente comentario-; en el palacio de Velázquez se exhibe la fantástica retrospectiva de Artschwager; en la Fundación Juan March, la no menos impresionante monográfica de Magritte y, por último, en la Fundación Caja de Pensiones, la de Jiri Dokoupil... No es, pues, extraño el abarrotamiento de público, que acude en masa para visitar un programa de exposiciones sobre arte contemporáneo, que en nada tiene que envidiar al de los mejores y más potentes centros internacionales.Berlín, punto de encuentro es, en cualquier caso, un más que digno colofón para esta extraordinaria explosión de vitalidad expositiva, que está consiguiendo circunstancialmente llenar el hueco informativo de nuestro museo.

El título de la convocatoria es ya, desde un punto de vista histórico, excitante, dado que el arco cronológico que abarca se corresponde con esa etapa crucial en la historia de Alemania -entre 1900 y 1933- y, por tanto, en la de lo que podríamos legítimamente denominar como el ojo del huracán del destino global de la Europa del siglo XX y que en el caso de Alemania coincide con la entrada de la modernidad bruscamente alterada después por el brote del nazismo; esa misma etapa, en definitiva, cuya inquietante y morbosa floración cultural ha dado origen a rótulos definitorios tan expresivos como los de los célebres ensayos de K. Kracauer -De Caligari a Hitler. Historia psicológica del cine alemán-, L. Richard -Del expresionismo al nazismo. Arte y cultura desde Guillermo II hasta la República de Weimar- o el de Peter Gay -La cultura de Weimar. La inclusión de lo excluido-, todos los cuales adelantan ya en sus enunciados mismos cómo la aproximación crítica a un tema tan complejo requiere el concurso del historiador, el sociólogo y el psicólogo. Por lo demás, lo denso y conflictivo con que se nos sigue apareciendo hoy día el período en cuestión ha puesto en el punto de mira de todos los especialistas interesados en él, fueran cuales fueran sus respectivos campos críticos de atención, las imágenes artísticas, las que mejor encarnan y expresan las tensiones profundas.

Berlín y el vacío

La cultura alemana, ni siquiera durante la República de Weimar, se limitó al mundo berlinés, pero, sin Berlín, es imposible entender nada. Así lo comprendieron no sólo los intelectuales de lengua alemana de aquel momento, incluso los que, como E. Canetti e Isaak Babel, se sentían incómodos y asfixiados por la peligrosa atmósfera morbosa -"una invitación al vacío"- que respiraba la gran metrópoli, en cuyas tertulias se enseñoreaba el ácido sarcasmo de Brecht y Grosz, sino hasta esos otros escritores europeos más en los antípodas de este mundo, como los británicos C. Iserwood, G. Green o S. Spender. Las imágenes, la letra y la música de esta ciudad, que representó emblemáticamente la cultura europea de engreguerras como antes lo había hecho con el fin de siglo la decadente Viena, hay que seguirla a través del mundo canalla del cabaré que trasluce la Ópera de dos centavos, de Brecht, la agitada fantasmagoría de la novela Berlín Alexanderplatz, de Alfred Döblin, o esos cáusticos y terribles dibujos de Georges Grosz, violentamente iconoclastas y panfletarios, a la par que tan afiladamente cortantes como un bisturí.Cine, novela, teatro, ópera, filosofía, da igual el género en aras del intento de reconstruir el espíritu del Berlín de aquellos años, aunque también es preciso manifestarlo en lo que se refiere a la expresión artística, lo plástico, como tal testimonio, en cantidad, calidad y significación, nos proporciona una riqueza de datos difícilmente parangonables.

No se trata ya sólo de que la nómina de artistas que trabajaron en Berlín sea efectivamente deslumbrante, desde el tardo impresionismo del grupo de la secesión local, encabezada por Libermann o por Corinth, hasta los expresionistas de El puente, con los Kirchner, Schmidt-Rottluff o Heckel, seguidores de la estela de Munch y Nolde, a los que todavía hay que añadir el importantísimo núcleo de dadaístas y constructivistas posteriores, o, en fin, a esos otros defensores de la llamada nueva objetividad, sino que el depósito icónico y la impronta de sensibilidad que reflejan sus obras alcanza la categoría de lo literalmente sustancial.

Como comentario final, hay que hacer una mención enaltecedora especialísima al haberse traído e instalado la reconstrucción del llamado cuarto o habitación dadá, según el histórico modelo de la exposición que tuvo lugar en la galería del doctor Otto Burchard, que no sólo nos proporciona una selección de los mejores dadaístas berlineses, sino el primer ejemplo histórico de ambiente vanguardista. El Espacio dadá montado con ocasión de la primera Feria Internacional Dadá (1920) que resumía la aspiraciones de los berlineses y marca un hito en la historia del arte de nuestro siglo.

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