En medio de la música
"Sí, pero allá arriba es otra cosa", dicen los músicos para demostrar que su experiencia sobre el escenario es diferente, superior a todo lo que nosotros, pobres aficionadillos, podamos sentir. Tienen razón. La falta de espacio y la abundancia de público en el Café Central me han llevado por una vez a estar allí, sentado en el escenario, entre los músicos. Con la ventaja de que los músicos estaban allí para trabajar, mientras que yo estaba solamente para escuchar.Y escuchar es un privilegio si quienes tocan son George Adams y Don Pullen. Sobre todo si tocan así de cerca. Cuando George Adams presenta al saxo tenor el tema Sing me a song everlasting, uno se siente como debía de sentirse Ellington cuando Ben Webster se adelantaba a hacer un solo. Y eso que, mientras Adams toca el tenor, todavía se puede conservar la imparcialidad y apreciar lo que siempre se aprecia en este músico, la paradoja del vanguardista tradicional de sonido áspero, negro, puro rhythm and blues. Porque, cuando Adams coge el soprano, uno olvida todas sus precauciones ante el cacharro y se encuentra de golpe como la serpiente cuando suena la flauta del encantador.
George Adams y Don Pullen
Café Central. Madrid.Hasta el 20 de febrero.
Cameron Brown es el único blanco del grupo, con lo cual, entre otras cosas, contradice su apellido. Lo contradice flagrantemente, porque es blanquísimo. Blanco o negro, es el mejor continuador de Charles Mingus, y un excelente solista de contrabajo. Pero sus solos, con ser importantes, lo son menos que su presencia en el conjunto, la vitalidad que da a la música y el sentido con que la dirige a través de cambios de ritmo como los del tema Warm up.
A Lewis Nash, batería, no pude verlo en toda la noche porque me lo tapaba el piano. Pero sí pude escuchar lo que hacía, y pude también comprobar qué buen partido saca de su experiencia con Betty Carter y Branford Marsalis, y cómo se las apaña para reemplazar a alguien tan irreemplazable como Danny Richmond.
Pianista en acción
Respecto a Don Pullen, lo siento, pero no puedo ser imparcial. Hasta este concierto, la oportunidad en que más me he aproximado a un pianista en acción fue cuando estuve un metro detrás de la banqueta de Horace Silver. Pero ésa es una distancia grandiosa comparada con la que me separaba esta vez de Don Pullen. Pude ver de cerca el callo que se le ha formado en los nudillos y el reverso de la mano a fuerza de darle mamporros al teclado. Y este rasgo de su estilo, que antes he podido criticar, ahora me parece de lo más apropiado. Cuando se tiene a la afición tan cerca, conviene curarse en salud y desanimar a los intrusos. En este país de espontáneos, cualquiera puede arrancarse a hacer con Don Pullen un solo a cuatro manos. Si no fuera porque él se las arregla para tocar con veinticinco, yo mismo hubiera caído en la tentación.Se espera de toda crítica que acabe con un consejo. Éste es el mío: vayan al Café Central a ver a George Adams y Don Pullen. Vayan pronto y, si pueden escoger sitio, digan que les pongan cerca. Cuanto más cerca, mejor. A ser posible, en medio de la música.
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