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Rico en hablantes, pobre en diccionarios

El idioma español carece de una lexicografía en consonancia con su importancia demográfica

La reciente elección de Manuel Alvar como director de la Real Academia Española y la proximidad de 1992, fecha prevista para la 21ª edición del Diccionario de la Lengua Española, ponen de nuevo sobre el tapete el problema de la penuria que en materia de diccionarios padece el idioma español, pues ni su riqueza demográfica ni su presencia oficial en muchos organismos internacionales se ven correspondidas por un desarrollo comparable de su lexicografía. Pese a ello, ni el Estado ni la industria editorial parecen dispuestos a realizar las inversiones necesarias para modificar esta situación.

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Escritores, traductores, lexicógrafos y otros especialistas aguardan, entre la ilusión y el escepticismo, esa nueva edición del Diccionario de la Lengua Española que, según Manuel Alvar, estará casi con toda probabilidad lista para octubre del año del V Centenario. Pero no todos los futuros usuarios esperan o desean lo mismo del nuevo Diccionario.Hay un sector de opinión, formado sobre todo por lingüistas, según el cual la obra de la academia debe seguir limitándose a establecer un a norma diplomática cuyo principal objetivo es impedir que se rompa la unidad del idioma. En una zona intermedia se sitúan voces moderadas que confían en la renovación que supuso la llegada a la RAE de hombres más jóvenes, como Pere Gimferrer o Francisco Rico, y en este sentido confían en una relativa puesta al día del Diccionario.

Finalmente, son numerosos también los escépticos, para los que una institución como la RAE apenas si puede confeccionar un diccionario purista que, por decirlo con palabras de Ramón Menéndez Pidal, director durante 35 años de esa institución, no es más que "un panteón consagrado al culto del bien decir".

"Diplomático y conservador"

José Antonio Pascual, catedrático de Lengua Española en la universidad de Salamanca, cree que la RAE debe seguir en su diccionario general un criterio "diplomático y conciliador", porque, ante el problema de la diversificación geográfica del idioma, "tiene el deber de hacer un diccionario de norma, y junto a él deben estar los de uso, de términos desaparecidos, de argot, de barbarismos, de términos malsonantes, etcétera. Yo creo que la pelota no está en el tejado de la academia, sino en el de la industria editorial".Desde este sector, M. Ángeles Bosch, directora de la enciclopedia Larousse afirma que Editorial Planeta está en condiciones de hacer, un diccionario general en dos o tres tomos "en donde estaría todo, incluso los términos más especializados", pero el departamento de mercadotecnia se resiste a programar una obra así porque su viabilidad comercial no está en absoluto garantizada de lo cual cabe deducir que "la de los diccionarios especializados aún lo estaría menos", dice M. Á. Bosch.

Trabajando en la industria privada, el propio Manuel Alvar dirigió en los áltimos años la revisión del Diccionario General Vox, y no deja de resultar paradójico que en su prólogo a la nueva redacción diga que en muchas ooasiones él y sus colaboradores se vieron "obligados a transgredir" la norma académica. Como director de la Real Academia Española su criterio es otro. No tanto porque el Diccionario deba ser un diccionario de norma, dice Manuel Alvar, como porque "tiene que dar fe de la lengua de todo el mundo hispánico, y ser un diccionario de uso feliz en todos los sitios donde se hable el idioma".

En el extremo opuesto de este abanico de opiniones se encuentran personas por lo general alejadas del mundo universitario. Víctor León, autor del diccionario de argot espaflol más amplio hasta la fecha , se declara "escéptico" respecto a la nueva edición del Diccionario. "Los académicos son lentos pero torpes, y la propia estructura de la institución impide que eso cambie". Pero también hay grandes críticos de la RAE en la universidad extranjera. Así, Colin Smith, prestigioso medievalista británico que dirigió la redacción del diccionario bilingüe español-inglés de Collins, llega a escribir que las academias del mundo hispánico trabajan con un concepto conservador y casticista del lenguaje "que resulta dificil de sostener desde la teoría lingüística actual". La frase le parece injustificada a Manuel Alvar: "No es que la academia no utilice criterios científicos, lo que ocurre es que para permitir el acceso de un término al diccionario espera a que cuente con una autoridad que legalice su uso".

Lo malo es que esa prudencia podría estar teniendo resultados que contradicen ese propósito. En este sentido, resulta significativa la reacción de algunos escritores al preguntarles si suelen usar la actual edición del Diccionario (de 1984). Luis Goytisolo dice que lo consulta a veces, "pero para muchas cosas es inútil", y se muestra partidario de un criterio más generoso.

Andrés Sánchez Pascual, traductor de las obras de Nietzsche y Jünger, comenta otro problema a su entender muy grave del Diccionario de la Lengua Española, el del desequilibrio. "En cuanto a definiciones es un desastre total. La de nihilismo parece una broma más que una definición. Apenas ocupa dos o tres líneas, y al lado mismo, voces como nigua y nilad ocupan 9 o 10".

En este campo, las curiosidades que presenta el Diccionario parecen inagotables. En la última edición faltan anglicismos tan comunes como camping, gag y glamour, o se proponen grafías tan impopulares como dandi.

La lentitud académica le parece "grotesca" a Javier Marías, quien se muestra partidarío de los llamados diccionarios totales: "Cuanto más tenga un diccionario, mejor". En el fondo, es lo mismo que afirma el profesor De Molina, discípulo por cierto, de Manuel Alvar: "Hace fala primero que se emplee un tipo de definición más homogénea y más técnica, y, en segundo ugar, que el diccionario reflejo: el léxico actual, que haya mano abierta cuando el uso esté extendido, aunque sea un barbarismo".

Por otro lado, escritores y traductores insisten en que el diccionario que más útil les resultaría a ellos no es el de uso, sino el IIamado histórico, es decir, aquél que complementa las definiciones de cada voz y cada una de sus acepciones con ejemplos tomados de fuentes escritas de todas las épocas. Luis Goytisolo se muestra tajante al respecto: "Lo que más me importa es lo que pueda ocurrir con el diccionario histórico. Ahí es donde la academia tendría que meter la acelerada".

De hecho, la complejidad de esta obra, muy superior a la del diccionario de uso, ha hecho que su eaboración avance con extraordinaria parsimonia. Para solucionar este problema, Luis Goytisolo sugiere que se recurra a una política de desgravaciones fiscales comparable a la que se aplica en el mercado de las artes plásticas, para agilizar un trabajo "que no requiere milagros", observa Goytisolo", "sino más ordenadores y más gente".

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