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Tribuna:LA VIDA DE LOS LIBROS
Tribuna
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Síntomas de nueva bibliofilia

La VI Muestra del Libro Antiguo, que se desarrolló la semana pasada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, demostró cómo la afición del coleccionista de libros raros se ve hoy también transformada en una actividad muy selectiva, elitista. Mientras las ferias de libros tradicionales miden su éxito por el número de casetas y de visitantes, la Muestra del Libro Antiguo reduce las cifras y se autolimita a un puñado de libreros y, huyendo de toda pompa, se refugia en los salones de un club. La del libro se ve condicionada por el mercado, de forma que lo hace víctima y beneficiario de una serie de paradojas.

Los españoles no leen -se dice-, pero el mundo del libro está cada vez más vivo, como si los que leen lo hicieran por los que no. Las cifras de la industria editorial no crecen, pero cada vez hay más editoriales, más librerías, más publicaciones. Se dice también que los libros desaparecen en seguida del mercado, que se consumen con mayor rapidez que nunca y que en la mayoría de los casos duran menos que un par de zapatos y se van sin dejar huella. Antes las cosas estaban claras, pues la literatura marcaba la diferencia, y si un libro sobrevivía era a su través. Hoy es el mercado quien marca la diferencia, y ya se sabe que, como casi todo, el mercado está dejando de serlo, que ni los productos valen por sí mismos ni la oferta y la demanda se forman libremente.Los libros mueren deprisa, y, sin embargo, sobreviven, al menos aquellos que apelan a la estética, los que son arte o literatura. Unos se refugian en la Universidad, en la docencia y en el mundo académico; otros, en las librerías de viejo y de ocasión; muchos, en las ferias de libros viejos, transitorias o permanentes. Desde su acertada reforma -tan acertada que no lo parece-, la madrileña cuesta de Claudio Moyano está más frecuentada que nunca. Otro refugio insólito es el de la bibliofilia, que estos días volvió a dar señales de vida en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Curiosa actividad, mínima, minoritaria y hasta elitista, que rechaza el nombre de feria y se define como muestra. Mientras las ferias de libros tradicionales miden su éxito por el número de casetas y de visitantes, esta Muestra del Libro Antiguo reduce las cifras y se autolimita a un puñado de libreros. Y hasta llega en su osadía a limitarse también por abajo, a rechazar público y participantes por el sencillo y antipático medio de poner un precio mínimo: en esta muestra no entra ningún libro cuyo precio de venta sea inferior a las 5.000 pesetas.

Canales subterráneos

La bibliofilia no suele tener buena prensa; mejor dicho, no la suele tener en modo alguno. Circula por canales subterráneos, por catálogos, boletines, por listas impresas o fotocopiadas, por salas de subastas, por abonados, por el boca a boca. Los mejores libreros de libros antiguos, además, parecen seres encerrados en sus santuarios, huyen de toda suerte de publicidad, se esconden entre sus estanterías, dan poco la cara y, por simpáticos que humanamente sean, no pueden esconder cierto rictus de amargura cuando se ven obligados a vender -a desprenderse de- un ejemplar valioso. Y, al revés de lo que sucede en el mercado, lo más difícil para ellos no es vender, sino comprar. Salvo para ellos, la bibliofilia no es rentable, no produce, ni siquiera desgrava, y además paga IVA. Es un derroche, un vicio, un lujo, y además cada día más caro. También es una vocación, desde luego, y hasta en muchos casos una necesidad. Una necesidad que la aceleración consumista de la vida actual hace cada vez más apremiante. Conforme más se publica y más rápidamente se consume, con mayor velocidad desaparecen los libros, negando así la vocación fundamental de la literatura, que es la de durar. Las grandes librerías de fondo están dejando de serlo, pues carecen de espacio para almacenar duraderamente todo lo que se publica. Es el tiempo de las bibliotecas y archivos -cuya escasez, desorganización y mal funcionamiento es otro tema-, de las universidades, de las colecciones y librerías especializadas, de los libros viejos y de la bibliofilia.

Antiguamente, las colecciones de bolsillo albergaban generosamente los restos semiolvidados de las grandes literaturas; hoy se dedican en gran medida a la edición de libros recientes, y parecen haber roto con el pasado, olvidando que, hasta en sus rupturas, la cultura y la literatura son continuidad. Antiguamente, también, la bibiofilia era una cuestión de libros de lujo, de grandes encuadernaciones, de finos grabados, de temas exóticos -arte, heráldica, ex libris, viajes, cocina, toros y caza o temas históricos y militares-, de piel y dorados, de libros de horas, de ediciones limitadas y originales, de tiempos pasados y hasta remotos. Pero hoy, conforme los libros mueren y los precios suben, ediciones normales de hace 20 años ya se abren paso entre sus anaqueles. Y quien quiera leer tendrá que pagarlos.

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