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Fiebre del sábado noche

El presidente Raúl Alfonsín leyó su mensaje, difundido a todo el país por la cadena nacional de radio y televisión, en poco más de cuatro minutos. Eran, en ese momento, las diez de la noche del sábado. Habían pasado ya 60 horas desde que se observara la evasión de un grupo comando de la prefectura naval con camiones, armas y equipos de comunicación, hora en que comenzó la sublevación militar más anunciada de la historia argentina.Salió a la superficie con el teniente coronel Aldo Rico en la Semana Santa de 1987, asomó nuevamente dentro del cuartel de Monte Caseros en enero de este año y se presentó abierta, brutal y terminal entre el jueves y el viernes pasados. La había anticipado el mismo coronel Mohamed Alí Seineldín cuando fue citado por la Justicia civil en 1984 para que declarara por su responsabilidad en la desaparición del ciudadano Alfredo Giorgi. Entonces, Seineldín le dijo al juez, soberbio: "Pregunte ahora, dentro de unos años no va a tener tiempo". A la salida del tribunal, grupos ultras de civiles le gritaron: "Turco, estamos a tus órdenes. ¡Viva el coronel".

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Desde entonces se suceden las pruebas de la acción psicológica previa al comienzo del que luego llamaron operativo Dignidad. Interferencias en las emisiones de radio, pintadas, folletos, proclamas, panfletos de distribución clandestina dentro y fuera de los cuarteles. El Comando en Jefe del Ejército decidió el traslado de Seineldín a Panamá como agregado militar. Pero su segundo en Buenos Aires, Aldo Rico, se alzó en abril de 1987. El domingo de Pascua, el presidente se trasladó hasta el regimiento sublevado, y a su regreso despidió al pueblo reunido en la plaza de Mayo con una frase ya incorporada al anecdotario popular: "La casa está en orden. ¡Felices pascuas!".

El pasado sábado por la noche, cuando los funcionarios del Gobierno admitieron por fin la gravedad de la situación y la televisión comenzó a emitir en cadena para convocar nuevamente al pueblo, las columnas de militantes cantaban: "Esto pasa, esto pasa, por no limpiar la casa". En su mensaje al país, transmitido en directo desde el despacho de su médico personal en la Casa Rosada, sede del Gobierno, el presidente Alfonsín no dejaba ahora ninguna duda en el aire. "Ordené reprimir", aseguró. Y era cierto. A mediodía, al volver al país tras su visita a México y EE UU -donde se entrevistó durante 75 minutos con George Bush-, Alfonsín se reunió con su Gabinete y descartó la sugerencia de "atender y estudiar los reclamos" que le hicieron el vicepresidente, Víctor Martínez, y el ministro de Defensa, Horacio Jaunarena. El jefe del Estado insultó a Martínez y contestó duramente a Jaunarena.

"No trate, reprima"

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Recibió luego al jefe de Estado Mayor, general Dante Caridi, y le dijo: "Acabe cuanto antes". Caridi respondió: "Voy a tratar". Alfonsín le insistió con firmeza: "No trate, reprima".

A las siete de la tarde del sábado, la prueba era evidente: la orden no se cumplió. Alfonsín citó nuevamente a los jefes de Estado Mayor de las tres fuerzas y les reiteró: "Señores, acaten la orden del comandante en jefe de las fuerzas armadas, tal como lo establece la Constitución, y restablezcan la disciplina

El sábado en la noche, tras la asamblea legislativa -a la que asistieron varios embajadores acreditados en Buenos Aires, entre ellos los de España y Estados Unidos-, los jefes de todos los bloques parlamentarios dejaron constancia de su defensa incondicional del Gobierno, del sistema democrático, pero los diputados y senadores continuaron discutiendo luego los errores cometidos por el Gobierno. Los peronistas habían denunciado los movimientos de Seineldín y sus cómplices desde que en junio la policía detuvo a un grupo de civiles y militares retirados que se dedicaban a extorsionar a empresarios para recaudar fondos. Uno de los detenidos, el exteniente primero Rodolfo Antinori, alias el Indio, tenía en su poder documentación que implicaba al mayor Jorge Damico, preso junto con Aldo Rico en el penal militar de Magdalena. Cuando allanaron su celda, la policía descubrió una bolsa de desperdicios con papeles que Damico había cortado en pequeños trozos. El rompecabezas, una vez armado, resultó ser una lista de militares en activo confabulados.

Desde Panamá, Seineldín escribía cartas, viajaba sin informar sobre sus movimientos y confirmaba su regreso para ponerse "al frente de la operación". Hace 10 días, cuando un diputado de la oposición hizo pública la denuncia, fue acusado por funcionarios del Gobierno de "agitar fantasmas".

El sábado a medianoche, los diputados radicales trataban de transmitir la gravedad de la situación a quienes todavía dudaban: "Caridi se convirtió en portavoz de Seineldín, no quieren reprimir. Hay que llamar a la gente, movilizar".

En la plaza, frente al edificio iluminado del Parlamento, la multitud estaba allí nuevamente. La escena se repetía en las plazas de las grandes ciudades del país. Los cantos incesantes recordaban por un lado que la instancia era decisiva: "A ver, a ver, a ver quién tiene la batuta, si el pueblo unido o los milicos hijos de puta". Pero, cada tanto, volvían a insistir en que: "Esto pasa, esto pasa, por no limpiar la casa".

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