La unidad idiomática
Es muy común la actitud de rechazo de todo lo sobresaliente: pocos están dispuestos a reconocer cualquier tipo de superioridad artística, científica o moral. Predomina un sentimiento igualitarista que tiene como ideal nivelar por abajo y cerrar el paso a cualquier tipo de excelencia o de singularidad individual: se desconfía, por lo general, de los que hacen de su vida una obra original. Por eso resulta tan difícil hablar de hombres singulares sin resultar sospechoso de charlatanería. Y eso que la grandeza o la singularidad sólo representan una manera de imponerse a este entorno gris que se ha transformado en el ideal de una sociedad que, aunque admite las diferencias, excluye de una manera absoluta las relativas a la calidad. Valores como el poder, el éxito o la riqueza se estiman en todos los niveles sociales, pero repugnan las diferencias cualitativas: aceptamos las diferencias externas., y aun las deseamos, pero no toleramos las que sólo son de cualidad. Se admite cualquier manera de ser el mejor, siempre que ese "ser el mejor" sólo tenga que ver con lo externo: se tolera que alguien esté en la mejor situación, pero difícilmente que sea el mejor. Por eso, al proponerme hablar de un hombre que sobresale por la cualidad, siento el temor de que no se entiendan mis palabras.
Conocí a Manuel Alvar hace 20 años. Hacía sus últimas encuestas para el Atlas lingüístico y etnográfico de las islas Canarias y yo me había brindado como acompañante suyo (guía superfluo, porque era ya un gran conocedor del archipiélago). Lo que entonces me llamaba más poderosarnente la atención en aquel momento era algo que se adivinaba en seguida: su trabajo no era, como suele suceder con el de otros investigadores, una obra más que se incorporaba a su currículo, sino parte de algo que parecía constituir su única obra, una. empresa que integraba todo lo mucho que ya había hecho artes y todo lo mucho que haría después.
Fecundidad
Esa idea de "empresa global" me permitió entender inmediatamente algo que para muchos resultaba un misterio: su casi infinita capacidad de trabajo y su insólita fecundidad. Sólo entendida como un plan integral es comprensible la inmensidad de la obra lingüística de Manuel Alvar: su propósito gira en torno al idioma en su totalidad, con su infinita variedad dialectal, y no tiene otro objeto que la determinación de los factores que constituyen, a pesar de las apariencias, su evidente unidad. No debemos olvidar que hace siglo y medio Bello planteaba como una cuestión de vida o muerte para la supervivencia cultural del continente el problema de la. unidad idiomática del español.
El hombre que ha acometido los estudios dialectales más ambiciosos de toda la historia de la lingüística y que ha puesto sobre el tapete el proyecto de un atlas de América, que ha de reflejar la situación idiomática actual del continente, persigue sin duda un objetivo de política lingüística tan importante como el que impulsó primero la gramática de Nebrija, para cuando el español comenzaba a extenderse fuera de sus fronteras naturales, y luego la de Bello, para cuando el español, extendido por un continente inmenso, amenazaba con iniciar un fraccionamiento que podría reducirlo a una mera lengua provincial. Tras sus grandes atlas lingüísticos españoles, Manuel Alvar ha llevado su empresa al otro lado del Atlántico, en un proyecto que veremos terminado y que permitirá abarcar de una vez toda la variedad, para que podamos elaborar la nueva teoría de su unidad.
Este dialectólogo inquieto, que ha recorrido, cuestionario en mano, la práctica totalidad del mundo hispánico, es sin duda el hombre que hoy conoce mejor que nadie la situación de nuestra lengua, y eso le hace abrigar la esperanza de que, como nuevo director de la Real Academia Española, ha de tomar sobre sí la tarea inaplazable de acercar España a América y de crear lazos verdaderamente serios, que vayan más allá de la vacía charlatanería en que hasta el momento ha consistido nuestra política cultural e idiomática por el continente. Creo firmemente que Manuel Alvar está en condiciones de ser el hombre que inicie definitivamente una política lingüística con Hispanoamérica totalmente alejada de la actitud de incomprensión y de desconocimiento que ha caracterizado desde siempre nuestros puntos de vista y nuestros comportamientos en relación con un asunto que se halla sin duda entre los más importantes de la política española del futuro.
Verdadero acercamiento
Lejos de la superficialidad y ligereza con que se afronta en gran medida la cuestión del V Centenario, la Academia, bajo la mano de este experto conocedor del mundo americano, de sus maneras de ser, de sus actitudes culturales e idiomáticas, puede iniciar un acercamiento verdadero que no se quede en las vaciedades de la vieja política americanista de este país. Creo, por ello, providencial la presencia de Manuel Alvar en la dirección de la Academia: él puede ser el gran paladín de una política idiomática y cultural que no ha pasado hasta ahora de las frases huecas de los políticos y de los diplomáticos menos inteligentes, que, para colmo, ni siquiera han creído nunca en América (de la misma manera que, en América, nadie ha creído jamás en ellos).
Babelia
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