Una discípula heterodoxa de Ortega
No se puede comprender la obra de María Zambrano sin la influencia determinante de Bilthey y Ortega y Gasset. Ortega con su concepción del Logos me abrió la posibilidad de aventurarme por una tal senda en la que me encontré con la razón poética, confiesa María Zambrano. Así, en su obra Filosofía y poesía contrapone, obstinada y continuamente, a la racionalidad dominante de la filosofía la poesía como vivencia, fuente purísima de la que mana la vida misma. Pero, en oposición a Bilthey y Ortega, descubre una sinrazón de la Razón, que es oscuridad constitutiva, su poesía ideal, que la salva de su esquematismo rígido constructor. Por ello ha dicho sabiamente J L. Aranguren que María Zambrano es una excelente discípula heterodoxa de Ortega. Este concepto de razón poética fue germinando lentamente a través de los tres tipos de razón que distingue: la cotidiana, la mediadora, que aparece en el prólogo al Pensamiento vivo de Séneca, y, más tarde, en su obra Hacia un saber del alma dice: "Ahí está la razón poética, pero yo no me daba cuenta". Pero es en su obra ya más madura Filosofía y poesía que dibuja y define concretamente su concepto de razón poética. En el principio hay una lucha entre filosofía, que niega las apariencias del mundo para buscar la realidad la eleática unidad de la solemne perennidad, y "la poesía, que perseguía, entre tanto, la multiplicidad desdeñada, la menospreciada heterogeneidad", dice nuestra pensadora. Esta oposición radical, básica, parece no hallar para ella una solución reconciliadora. Más tarde, sin embargo, descubre barruntos de una reconciliación implícita, cuando el poeta piensa, ahonda en su misterio íntimo y adquiere lucidez, una conciencia despierta. A su vez, el filósofo comienza a descubrir la realidad del cuerpo, la violencia de las pasiones, e inicia el vuelo hacia la belleza, dialéctica purificadora ideal de la razón hacia el bien supremo, la idea de las ideas. Finalmente llega el instante sublime en que por el amor se unen filosofía y poesía. "Poesía platónica la que se perpetúa la antigua religión del amor", dice María Zambrano.A la definición dramática del concepto de razón poética sucede la experiencia viva de la misma en dos obras muy significativas: El sueño creador y De la aurora. En la primera obra analiza la dualidad constitutiva de los sueños que son oscuros y, a la vez, diáfanos, y dice: "La razón es claridad, y yo he creído siempre en la luz del pensamiento que ilumina las sombras de los sueños". Ya Schelling sostenía que hay días nocturnos y noches diurnas. En los sueños, sigue explicando María Zambrano, se muestra nuestra vida como fenómeno al que asistimos, porque nos sumergen en las zonas más íntimas del ser. "Je suis au bas des ombres./ Seul", canta Paul Eluard. En De la aurora poetiza la razón poética con ese sentir iluminativo propio de su pensamiento. No se puede abrir los ojos de súbito y que nos inunde la luz. María Zambrano piensa que no es conveniente y hasta sería dañino para la visión humana despertar en plena luminosidad. Es bueno amanecer de la confusa ensoñación nocturna entre sombras y vacilaciones. La luz auroral de la razón despierta desde la oscuridad de las vivencias. La base de toda verdadera poesía es la experiencia vivida, decía Bilthey. Por consiguiente, si la luz del pensamiento es demasiado viva no podemos mirarnos hacia dentro, ni analizar los estados subjetivos. Se comprende que nuestra pensadora sueñe con auroras menos totales y deslumbrantes, cuando dice: "La raya de la aurora esperada no es ya el alba".
Obra esencial
En su concentrada y esencial obra poética Claros del bosque el símbolo aparece en fragmentos líricos de la racionalidad. No hay que buscarlo con premeditación, aparece de improviso, al azar de un encuentro o simplemente paseando entre los árboles. Son los claros de la nocturnidad del bosque, pues si la luz fuese permanente no veríamos nada. También la conciencia es discontinua, dice, porque el hombre se fatiga de conocer y sólo a través de claros interrumpidos llega a saber. Claros del bosque constituye en realidad la base de otra obra, Crítica de la razón discursiva, que María Zambrano había proyectado escribir y que no terminó de realizar. Sin embargo, esta obra, pese a su decidido combate contra la lógica concatenada del discurso que exige todo pensamiento, se salva por la unidad simbólica, siempre presente, que la flumina, esa razón poética viva, discontinua del discurrir temporal de la vida. A este respecto es profundo y exactísimo lo que dice el profesor J. L. Aranguren: "María Zambrano, lo que nos ha querido dar a lo largo de toda su obra han sido fragmentos de la realidad, tal como los ha podido captar su filosofía poética".
Babelia
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