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La llamada de Eduardo II

Christopher Marlowe era un personaje poco recomendable, decían sus contemporáneos. Le querían matar: por espía, por blasfemo, por asesino. Y le mataron en 1593. Probablemente las puñaladas que acabaron con su vida en una taberna no se debían a nada de eso, sino a un asunto de lewde love, digamos ahora amor oscuro. Pero, además, era un gran autor dramático, un creador: más isabelino que Shakespeare, se dice. Fue su predecesor en el teatro, aunque nacieron el mismo año (Marlowe en Canterbury, llena de leyendas, misterio y literatura). Y entre sus obras está la primera idea teatral de Fausto, de la que los ingleses suelen decir que es superior a todas las demás, incluida la de Goethe. No puede extrañar que esta versión de su Eduardo II (a partir de la de Bertolt Brecht), en la que intervienen Jaime Gil de Biedma Carlos Barral -con un castellano maravilloso, en verso irregular-, Fabiá Puigserver y Lluís Pasqual, con un ruedo central donde se encenagan los personajes, inclinen la crónica de El turbulento reino y lamentable muerte de Eduardo II hacia un drama homosexual, la pasión de¡ rey por el joven Gaveston y el terrible castigo a que fue sometido por ello, pasando por degradaciones, humillaciones y torturas. Podrían extraerse, en noviembre de 1983 -cuando se estrenó-, algunas resonancias actuales de castigo y culpa injustos, de preocupaciones de ese tiempo.

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Versos blancos

Quizá en 1988, cuando vuelve no al escenario, sino al anillo y la arena como de circo, estén un poco atenuadas. Aparte de este tema buscado o querido, la sensación de angustia, de barro y suciedad, de circo humano, tienen una belleza extraordinaria, y los versos blancos dichos por Alcón y Pellicena, por Antonio Banderas y Mercedes, Sampietro (los mismos actores que la estrenaron hace cinco años), fueron un punto culminante en el teatro María Guerrero y en la carrera de Lluís Pasqual. La resurrección de todo es enteramente justa. Sobre todo porque entonces pudieron verla pocas personas, y lo mismo sucederá ahora: el dispositivo escénico barre casi enteramente la platea de butacas y deja muy pocas localidades libres.

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