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Antonio Banderas: "En el teatro, un actor es un fin, y en el cine, un medio"

Esta noche vuelve a los escenarios en 'El rey Eduardo II de Inglaterra', con montaje de Lluís Pasqual

ROSANA TORRES, Antonio Banderas es, a sus 27 años, un fenómeno digno de observar. Como si el espíritu de Laurence Olivier hubiera penetrado en él, tiene claro que un actor que no se renueve sobre un escenario teatral terminará quedándose vacío y con muy poco que ofrecer. A pesar de sus más de 15 películas, no quiere dejar de ser un hombre de escena, y dice que no al cine, lo que supone decir no a continuas y suculentas ofertas. Se concede un tiempo sabático para volver al teatro "a cargar pfias". Y es que para Banderas en el teatro un actor se siente un fin, y en el cine, un medio. A ello habría que añadir su pasión por textos clásicos como El rey Eduardo II, de Christopher Marlowe, en versión de Bertolt Brecht, que a partir de hoy se representa en el teatro María Guerrero.

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El montaje, dirigido por Lluís Pasqual, director del Centro Dramático Nacional (CDN), es una reposición del que se presentara hace cuatro años con Fabià Puigcerver como escénografo y actores como Alfredo Alcón, José Luis Pellicena, Mercedes Sampietro o Pedro del Río.Esta renovación sobre los escenarios que Banderas se plantea casi como una militancia es desconocida para muchas personas, que le recuerdan ligado al cine, y especialmente como un inevitable almodovariano. Para él, hacer teatro es una prueba de fuego a la que no se somete todo el mundo: "A esto del teatro, en mi profesión, a veces se le tiene pánico más que respeto". Banderas, cuya última aparición en el teatro fue hace dos años en Diálogo del Amargo, de García Lorea, dirigido por Lluís Pasqual, comenta que no es casual que en cine hayan trabajado profesionales de otros gremios, como boxeadores, toreros o periodistas, "Esto en teatro es impensable. El actor de teatro tiene más riesgo, tiene que enfrentarse más a las historias, todo es mucho más verdad", concluye.

Mala conciencia

Al margen de que el cine le haya acogido casi con avidez, los orígenes de Antonio Banderas están en el teatro. Primero, cinco años en Málaga participando en numerosos montajes de teatro marginal. Después llega Madrid y cotinúa en los escenarios. En esa época le descubre Almodóvar para el cine, y su buena estrella con el medio le hace tener continuas crisis de mala conciencia que le impiden olvidarse del teatro. "Para un actor neurótico, como soy yo", comenta, "vale más sentirse actor que sentirse recompensado por ello. El CDN me ofrece la posibilidad de sentirme actor", y añade: "Es trabajar en aquello por lo que me vine a luchar a Madrid. Yo me como el tarro con esta historia, y es verdad que tengo mala conciencia". Pero Banderas se cura esas crisis no sólo cuando le llama gente como Lluís Pasqual: "Volver al teatro me obliga a tomar una conciencia distinta de mi profesión. Por lo menos me somete a exámenes a diario".

Es rotundo y tajante a la hora de afirmar que nunca abandonará los escenarios, aunque suponga renuncias económicas y de repercusión pública. "En el cine, tú depositas tu trabajo y sabes que otras personas son los que lo montan, le dan un ritmo, un clima... No tienes tanto tiempo para conocer a tus compañeros, para tocarles, saber cómo son, saber rectificarte". Y añade: "El cine te vacía, te succiona lo que tienes, y el teatro te llena el saco; hay que pasar por aquí para recargar las pilas" afirma.

Ya tiene en mente los personajes que le gustaría abordar en escena: "Me apetece decir una pedantería: aún haría Romeo, cuando llegue a los 30 querré hacer Hamlet; en los 40, Macbeth, y a partir de los 50, el rey Lear". En el comentario, que se trasluce su pasión por Shakespeare, añade: "Y Marlowe, Calderón, todos los clásicos...". Y aparece de nuevo el entusiasmo cuando se le pregunta si es verdad que Lluís Pasqual le va a llamar para hacer Cara de Plata, de las Comedias bárbaras, de Valle-Inclán, esta primavera: "Si sale el proyecto, dejaría todo por hacerlo".

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