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Los editores europeos ven en EE UU el modelo a seguir

La Feria de Francfort mira al otro lado del Atlántico

El mundo editorial europeo sabe que algo va a cambiar de forma definitiva. Los editores, los agentes y las empresas de comunicación están mirando con el rabillo del ojo al otro lado del Atlántico, a los cambios que se han venido produciendo en los últimos tiempos en Estados Unidos. Todos presumen que ese será el modelo a seguir. Mientras tanto, a la feria de Francfort le ha llegado el momento de reflexionar sobre el papel que esas transformaciones asignarán a cada uno de los protagonistas. Los agentes intentaron saber que su cotización en el sector está subiendo, los editores les observan con diversos grados de inquietud y los más pequeños temen por su futuro.

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Los editores españoles afirman haber llegado a Francfort con un moderado optimismo sobre las posibilidades del sector en un futuro próximo, pero no ocultan la decepción que para muchos ha supuesto la experiencia del último Liber. "Esa es una feria muerta", ha llegado a decir un conocido editor madrileño. Cualquier pequeña encuesta entre nuestros editores conduce siempre al mismo catálogo de necesidades: la apertura del mercado latinoamericario con empresas que trabajen en esos mismos países, la búsqueda de grandes superficies de venta, la multiplicación de Ios puntos de distribución, la mejora de las redes comerciales y, más resignadamente, la consideración de la empresa editorial como una industria más que compite en el mercado de productos. Todos parecen dispuestos a reflexionar y a exigir esa reflexión a las instituciones implicadas y a los particulares.

Los problemas editoriales no son, sin embargo, de propiedad exclusiva de la industria española. Las pequeñas editoriales británicas, por ejemplo, no parecen tampoco muy confiadas respecto a la aparición de grandes grupos de comunicación en el continente. Gaye Poulton, de la prestigiosa Jonathan Cape, de Londres, suele pintar un panorama bastante sombrío cuando se menciona esa posibilidad. "No vamos a poder", es la frase con que acostumbra a terminar sus argumentos. Pero mientras el futuro se perfila, hay cuentas pendientes que saldar. Una que está alcanzando en esta feria un momento álgido, aunque siempre soterrado, es la que relaciona a los editores y a los agentes literarios. Excepto los más prestigiosos y poderosos, que poseen su propio pabellón al lado de las editoriales (es el caso de la admirada agencia Curtis Brown, de Londres), la mayoría de los agentes literarios se dan cita en una pequeña sala del pabellón 4, cuyo acceso no se permite a la Prensa o a los expositores sin cita previa. Por ese pequeño espacio, con cafetería propia y amueblado con sillones excesivamente cómodos para los tensos intercambios que deben producirse, se ven circular a auténticos mitos en ese capítulo.

El que acostumbra a llamar la atención por encima de todos es el de Roselyn Targ, una anciana de 74 años que resume en su propia experiencia gran parte de la historia de la literatura norteamericana de este siglo. Roselyn Targ visita Europa llevando en su carpeta una extensa nómina de autores de la superpoderosa Simon and Schuster. Sus sombreros cordobeses de terciopelo chillón, y sus sarongs de filigrana son inconfundibles. Tampoco pierde ocasión de mostrar sus excentricidades al díscolo Andrew Wylie (un norteamericano incorporado a la británica Aiken and Stoke), de quien se relatan hazañas como la de apagar sus cigarrillos en libros de Saul Bellow.

En los países de nuestra área, la profesión de agente literario está prácticamente en ciernes. Curtis Brown, Aiken and Stoke, A. P. Watt y David Higham, del Reino Unido; Deborah Rogers y Roselyn Targ, de EE UU, y Carmen Balcells, de España, son algunos de los más significados que pueden encontrarse en este recinto ferial. Por otra parte, todos manifiestan estar convencidos de que su función mediadora es básica para defender los derechos del autor. "El revuelo que hay en torno a los agentes literarios tiene que ver con la aparición de un mercado de derechos de autor. Es lógico que a las editoriales no les guste: ellas preferían un mundo de explotadores y explotados en el que gozaran de la posición de privilegio", comentó un conocido agente español.

Los editores, naturalmente, no piensan lo mismo. Los hay moderados y radicales. Jaime Salinas, director de editorial Aguilar, que figura entre los primeros, considera que la tendencia general es la misma que domina en la actualidad en Estados Unidos, donde se ha perdido la relación entre autor y editor, incorporándose a ella la del agente. Los más radicales confiesan, desde el anonimato, que lo único que han conseguido los agentes es elevar desproporcionadamente los precios de las obras, dañando a las editoriales con menor capacidad económica.

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