Grass y la lengua de la diosa
No es fácil saber qué hacen los críticos antes de ponerse a su labor: si es que mojan la espada en tinta o acaso la pluma en, sangre. Hagan lo que hagan, cumplirán la condición inevitable de su oficio, pues, como está dicho en aquel agudo aforismo de Kraus, críticos y peluqueros tienen una cosa en común: trabajar a fondo las cabezas.Esta vez la espada / pluma de los críticos ha caído sobre la cabellera del famoso Günther Grass, a quien los acreditados especialistas del feuilleton [la sección literaria de los periódicos] le han escalpado sin miramiento la peluca, y además por unanimidad. Lo que poco a poco parece ir convirtiéndose en una tradición, pues ya a propósito de La Ralesa hubo rapapolvos muy fuertes y sonados. La mayoría de las secciones de feuilleton importantes de Alemania -Del Zeit, Spiegel y Frankfurter Aligemeine Zeitung- le ha dedicado a su último libro críticas que van de lo meramente negativo a lo demoledor.
Se trata de la obra titulada Zunge Zeigen (Sacar la lengua), puesta a la venta hace tan sólo unas semanas. El libro, compuesto por unas 100 páginas en prosa, un largo poema conclusivo en 12 partes y gran número de dibujos de Grass, narra la estancia del escritor en Calcuta. Una estancia que fue, según propia confesión, una huida: huida de la propia perplejidad, huida de Alemania y lo alemán, huida de la industria cultural, de las repeticiones vendidas como novedades, de la sutil superficialidad, de los feuilletonistas [críticos] doctos y del propio papel como objeto y parte de esa vida pública. Hastiado, por decirlo con una expresión posterior del mismo libro, de periodistas que le perseguían a diario con ardoroso empeño, decididos incluso a averiguar cómo le había ido la deposición. El lugar de huida fue la ciudad de Calcuta porque en ella se refleja, mejor que en ningún otro lugar, la miseria, contradicciones y conflictos globales del mundo actual: el del primer y tercer mundo, la herencia del colonialismo, la proliferación salvaje del capitalismo, la impotencia. En una palabra, el lugar donde mejor se revela "la bancarrota de la razón". Grass, acompañado de su mujer y de varios grandes de la razón (Lichtenberg, Schopenhauer, Fontane, Thomas Mann y Chargaff), huye a la India, dispuesto a pasar un año, que se reduciría luego, por la enfermedad de su esposa, a varios meses entre 1986 y 1987.Zunge Zeigen o Sacar la lengua, título del libro, es una referencia y una señal programática. El título hace referencia a la diosa india de la destrucción, la diosa Kali, y, a través de ella, al sentimiento de vergüenza. Según la mitología y grabados indios, la terrible diosa Kali siente, en el momento en el que va a degollar con su espada a su esposo, el dios Siva, una especie de avergonzamiento súbito, y para simbolizar esa vergüenza por su acto criminal saca espontáneamente la lengua. Esa imagen de la lengua es aprovechada por Grass para manifestar su vergüenza ante los actos criminales de la civilización occidental frente al mundo pobre.En vano
Puede temerse que "el poderoso de palabra", como le llaman sus críticos, haya sacado la lengua en vano. Los más acreditados críticos de esta república de letras le han atestado poco menos que castración literaria. Los reproches recorren todos los registros. Desde faltas sintácticas hasta influjo imperdonable del inglés. Todo es criticado: la actitud, el grado informativo del libro, el nivel artístico. Los críticos pasan de la sabihondez más tonta (se nos informa, por ejemplo, de que el título del famoso musical Oh Calcuta no tiene nada que ver con la ciudad, sino con la adoración francesa por el popó: "Oh, quel cul tás") a la sabihondez ilustrada de la literatura comparada: nos enteramos de que no ya sólo Pasolini (El respirar de la India), sino incluso Dominique Lapierre (Ciudad de la alegría) o un supuesto discípulo de Grass, Salman Rushdie (Niños de la medianoche), describieron con más pasión y acierto que Grass los dramas de Calcuta.El libro es, según el Spiegel, un desastre fantástico. Un libro sin tono, neutral, y con esa trivialidad con la que los grandes escritores describen para la eternidad cómo les ha ido la deposición. Le falta polémica y poesía, y estamos ante un bloque de noticias triviales presentadas como literatura. Para el Frankfurter, Grass manifiesta esa neutralidad teutona y sin matices propia del viajero alemán. Pinta un mundo en blanco y negro, en el que falta lo específico indio, de manera que el retrato podría servir para Beirut o Afganistán. El cuadro completo revela distanciamiento escéptico y desgana. Grass está preinformado y superinformado, sabe ya por adelantado lo que le pasa a Calcuta y alecciona: le falta un concepto racional y le sobran religiones. Para Die Zeit, el libro es una fracasada y desganada mezcla de diario, diario de viaje, bocetos y comentario político. En vez de un canto de odio, encontramos un programa turístico de ciudad en ciudad, de lugar en lugar, de persona en persona, semejante a una visión cansina de diapositivas. Ni un solo retrato convincente, ni una figura redonda. El poema mejora el texto, pero tampoco es convincente. Y los dibujos: puede que en el original tengan fuerza, pero reducidos a formato de libro son difusos e ilegibles. Para el crítico, Grass pone de manifiesto una terrible falta de autocontrol literario, además de una desorientación perpleja.
En definitiva, una crítica que es más bien un lamento constante. Lamento unas veces dolorido, otras desengañado, otras con un ligero regusto satisfecho. Satisfacción bajo la que se presiente el sonido de tambores de guerras ya viejas. De la guerra político-Iiteraria de Grass y el Frankfurter, sobre todo a partir de las duras críticas a La Ratesa, en las que Grass creyó y cree ver facturas a viejas actitudes políticas. O de una miniguerra con el Spiegel, del que Grass escribe que consideró la negativa a concederle una entrevista -la revista tuvo a un periodista siguiéndole los pasos por la India- como una "ofensa a su majestad".Lamento
Lamento y constatación generalizada de que Kali se ha vengado del "poderoso de palabra" y le ha cortado la lengua al fabulador de Alemania. Ante tan majestuoso y mayestático "crescendo ma non tropo", a uno no le queda más remedio que recordar aquel viejo texto de Tucholsky en el que se ironiza sobre si guerras, epidemias y rapiña forman o no el humus necesario para el arte. ¿Le hará también falta la miseria artística al arte de la crítica? Como dice aquel otro aforismo de Kraus, con los críticos perfectos se podría vivir si no estuvieran tan pendientes de la inmortalidad.Luis Meana es escritor y profesor de Filosofía en la RFA.
Babelia
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