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Los amores entre un autor y su traductora

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Historia de una edición

"Soy lo que queda de Consuelo Berges", dice cuando se identifica por teléfono. La edad y los achaques, sobre todo el asma y una serie de desarreglos intestinales -"más de 80 enfermedades, tantas como años", ironiza- la clavan en el lecho o en un sillón cercano, aunque puede andar apoyada en un aparato especial. Hace dos años se hallaba internada en el hospital Angloamericano, que tuvo que cerrar sus puertas por motivos económicos, devolviendo a Consuelo Berges, el único paciente que allí quedaba, a su domicilio. "Soy el único enfermo que ha sobrevivido a su hospital", señala. En los últimos meses le ha afectado mucho la muerte discreta y silenciosa de una gran amiga, la escritora Elisabeth Mulder, cuya obra, elegante, fina y profunda, ha caído en un olvido inmerecido. "Bien es verdad que hace 20 años que no publicaba" dice, "pues se había quedado ciega. Pero era una gran escritora, y muy buena traductora, y Alba Grey es una novela magnífica".Pero su estado físico no le impide conservar una cabeza clara, dura y amarga a veces, aunque siempre rigurosa. Stendhal, su escritor preferido, le sigue proporcionando alegrías. "Llevo 40 años enamorada de Stendhal", dijo en cierta ocasión. Hace cinco, el segundo centenario de su nacimiento la llenó de alegría, y ahora mismo aparecen por vez primera en España -antes estuvieron censuradas- las Obras completas del gran narrador francés, en una edición que es copia exacta de otra mexicana debida a la pluma de Consuelo Berges, que trabajó en la traducción de 1945 a 1951.Es curioso: en la última historia de la literatura universal que está apareciendo por fascículos en los quioscos españoles, la empresa editora decidió empezar no por el principio -Homero y compañía-, sino por el tomo 13, dedicado a la novela realista en Francia y Rusia, y en su portada aparece el retrato de Stendhal; sólo cuando se llegue a nuestros días se volverá al principio de los tiempos para completar la colección. Luego, según el mercado, Henri Beyle, más conocido como Stendhal -uno de sus 40 seudónimos, pero el más famoso, desde luego-, es el primer escritor de la modernidad.

Dos libros

Aunque, de hecho, sólo dos libros de Stendhal -o dos y medio, si se cuenta Del amor- se siguen leyendo sin parar: Rojo y negro y La Cartuja de Parma siguen siendo lecturas de cabecera de todos los adolescentes medianamente cultos del planeta. Pero ¡qué dos libros! Mas bien habría que hablar de dos milagros, de sendos toques geniales que conectan a sus lectores con el misterio de la literatura. Fue un escritor desigual y fascinante, que escribía como quien galopa; que, aparte sus numerosos seudónimos, redactó 36 testamentos; que se enamoró de más mujeres de las que consiguió, que dejó la mitad de sus libros sin acabar, careció de empleos fijos, quiso ser poeta y dramaturgo, escribió ensayos artísticos, sobre pintura y música -algunos plagiados, pero con su toque inimitable-, biografías, libros de viajes, recuerdos y diarios, y que llegó a la novela tarde, cuando ya había sobrepasado los 40 años. Pero en este género, que consideraba como el más adecuado a su tiempo, escribió relatos, novelas inacabadas y tres terminadas, de ellas las dos que le han hecho inmortal. Y para colmo del misterio, esa obra maestra que es La Cartuja de Parma la dictó de un tirón durante unas vacaciones y en 52 días.Stendhal no fue lo primero que tradujo Consuelo Berges; para entonces, esta montañesa originaria de un pueblo de Cantabria había estudiado Magisterio, publicado sus primeros artículos y emigrado a Perú y a Argentina. Cuando se proclamó la II República, regresó a su patria en compañía de Concha Méndez -que luego sería esposa del poeta Altolaguirre- y trabajó al lado del grupo de mujeres republicanas que marcaron aquellos años profundamente: Clara Campoamor -que fue su gran amiga-, Victoria Kent, Dolores Ibárruri, Rosa Chacel y otras, y estuvo cercana, por razones familiares, del círculo de Concha Espina. Tras la guerra civil se exilió en Francia, pero, al carecer de documentación, fue devuelta a España, donde la protegió la familia de Concha Espina.Y aquí empezó a traducir para poder vivir, primero a Saint-Simon, a La Bruyére después, para terminar aceptando la oferta de traducir para Aguilar toda la obra de Stendhal, trabajo que realizó de 1945 a 1951. Luego vinieron más traducciones -Flaubert- y finalmente el encargo de completar para Alianza Editorial la versión de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, que iniciaron antes de la guerra Pedro Salinas y José María Quiroga Pla. Aquí empezó también Consuelo Berges a percibir un copyright, o porcentaje de los derechos de autor, conquista reciente ya de los traductores, y para la que ella fue la pionera.Stendhal es su escritor preferido, el amor de toda su vida. "Me identifico más con él que con ningún otro", dice, "acaso por ser una roja por libre, por mi fondo anarquista y rebelde". Pero no obtuvo copyright alguno por aquella traducción. "Y lo sigo leyendo sin parar", declara, "y me hubiera gustado corregir esta antigua versión, como he podido hacer en algunas ediciones de bolsillo posteriores, pero no me ha sido posible. Me dijeron que volver a componer el texto hubiera costado mucho dinero y no se hubiese podido hacer la edición".

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