¿Clásico o moderno?
A los taurinos les irrita mucho que, cuando una corrida sale redonda, se diga que aquello fue "un ballet", porque a los taurinos -para qué nos vamos a engañar- lo del ballet les parece una mariconada.Pero ¿qué es una corrida de toros sino: un ballet en que el toro casi riunca se sabe la coreografía? A veces no sólo no se la sabe el toro -que además suele tener menos condiciones físicas para la lidia que Monserrat Caballé para hacer de Odette en El lago de los cisnes- sino que tampoco, se las saben Ios toreros, ni los caballos, ni casi ninguno de los que participan en la curiosa fiesta que, en términos coreográficos, suele resultar una chapuzar.
Y en el mejer de los casos ¿qué clase de ballet sería una corrida? Tanto por los detalles más externos -la zapatilla negra, la media rosa, la chaquetilla bordada- como por las claves estéticas y expresivas del toreo, diríase que estamos ante un ballet indudablemente clásico, aunque de escuela española, por supuesto.
El predominio de la vertical, el movimiento abierto y proyectado hacia afuera, el espacio cerrado por el círculo de la plaza -prolongación del espacio que en ei ballet clásico viene definido por el círculo del en-dehors- son los elementos- que, por funcionar expresivamente, han de servir de base para el desarrollo de la línea "según los cánones" de los maestros clásicos. Sin duda el hecho de que ambas artes se formalizaran en las mismas épocas es la razón del parentesco de estilo
Lo cierto es que cualquier bailarín danés que aterrizara en Las Ventas reconocería el porte, las posiciones de pies (aunque algo cerradas), de brazos y de cabeza de la escuela clásica más tradicional, por no hablar de las glissades y de los temps levés con que el maestro se desplaza durante la faena. Hay incluso un taurólogo paletómano amigo mío que sostiene haber visto a Esplá marcándose un entrechate-six al clavar un par memorable.
Pero ahí -en la pura forma del movimiento del torero, cuando todo va sobre ruedas, o, en el toreo de salón- se acaba la academia. Las corridas reales suelen ser otra cosa: pura danza moderna, oscilando entre los ejercicios de improvisación que Merce Cunningham intentaba hacer en los años 50 y el tremendismo de Pina Baush. Con una diferencia fundamental: el bailarín supuesto "improvisar" -y así crear movimientos y formas inéditos y revelar belleza hasta entonces ignota- es un monstruo de media tonelada e instintos asesinos. Como en si en medio del ballet apareciera un bailarín gigante y loco que, además de no tener ni idea, llevara una ametralladora entre las manos y hubiera que hacerle una terapia de psicomotricidad en 15 minutos para desarmarle, pero consíguiendo previamente que bailara el paso a dos central de la obra a la perfección, a base de cogerle el ritmo, trasladarse la forma por rerlejo -no hay tiempo para más- vencerle por la vertical,etcétera.
Hasta alhora, Pina Baush se ha atrevido con un hipopótamo (anunque se supone que ensayaron). Pero con un toro, ni Pína Baush.
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