Buenas cosechas, mejores rentas
La renta agraria, que durante el quinquenio 1977-1982 disminuyó a una media anual del -1,4%, creció entre 1982 y 1987 a un ritmo del 3,4% anual. Y, sin embargo, nunca llueve a gusto de todos. Sucede a veces que, cuando los indicadores son positivos, hay voces que afirman que no reflejan completamente la realidad. Cuando, por el contrarío, muestran situaciones deterioradas o desfavorables, no se cuestiona la bondad estadística de los datos.Pues bien, un servidor debería esperar -quizá en un exceso de ingenuidad- el mismo afán, de rigor estadístico, la misma pureza metodológica a la hora de analizar los indicadores económicos, independientemente de que éstos reflejen situaciones buenas o malas, coyunturas favorables o desfavorables.
Parece que en las vísperas del año 2000, y cuando el conjunto de la sociedad española está empeñada como nunca en un esfuerzo por arrojar sus lastres históricos y penetrar decididamente por la vía de la modernidad, deberíamos desterrar esa versión perversa de masoquismo histórico, ese pudor derrotista y paralizante que nos impide aplaudir decididamente, felicitándonos y dándonos ánimos, cuando logramos avances positivos.
Entrando directamente en la cuestión, y para quienes buscan el lado triste de las cosas, ¿qué mejor recurso que ahondar el viejo tópico del irredento campo español, en sus atrasos seculares, y su marginación de todo proceso de desarrollo? De la pertinaz sequía pasamos a las lluvias generosas, pero, al parecer, ambas cosas son malas. Si hay sequía, porque baja la producción; si llueve, porque bajan los precios. En el primer caso organizarnos procesiones para atraer a la lluvia, pero cuando ésta llega se le pide a san Isidro que no nos traiga grandes cosechas. En medio de este. fuego cruzado de mensajes derrotistas, bueno será -a la luz del aparato estadístico que disponemos, que es tan bueno como cualquier otro de la Comunidad Europea (CE)- situar la realidad de las cosas en su justo término.
En los últimos 11 años ha habido de todo. En 1978, la producción final agraria (PFA) creció en términos reales un 6,2%, y en 1980 (la cosecha del siglo), un 7,8%. Tampoco han sido malos 1984 (7,2%) y 1987 (7,4%). Y si las cosas no se tuercen, en 1988 vamos a tener también altas producciones. A partir de aquí surgen las polémicas: ¿cómo repercuten estos resultados en términos de renta al agricultor? ¿Se incrementa en la misma medida la competitividad de nuestra agricultura?
Ocupación agraria
Contestando a la primera cuestión, la incidencia de las buenas cosechas sobre las rentas agrarias ha sido desigual. En términos reales, la renta por ocupado creció durante 1978 un 4%, permaneció invariable en 1980, se disparó en 1984 (11%) y mantuvo una expansión notable en 1987 (15%). Si consideramos períodos más amplios (que tienen la ventaja de eliminar la incidencia de factores puntuales o aleatorios), este indicador decreció durante el quinquenio 1977-1982 a un ritmo medio anual del -1,4%. En cambio, durante el quinquenio siguiente (1982-1987) se invierte esta tendencia, registrándose un crecimiento medio del 3,4% anual.
Y no se trata de que la ocupación agraria haya caído de forma anormal, sino más bien al contrario: entre 1977 y 1982 desaparecieron 520.000 empleos agrarios (algo más de 100.000 / año), ritmo que disminuyó sensiblemente en los cinco años siguientes, en los que la reducción global fue de 320.000 (unos 60.000 / año).
En otras palabras, está fuera de toda duda que durante los últimos cinco años -con precios altos o con precios bajos, con lluvias o sin lluvias- las rentas reales y, en última, instancia, el nivel de vida de los agricultores han mejorado. Y lo han hecho en mayor medida que para el resto de la población ocupada, ya que este mismo indicador aplicado a los sectores industrial, construcción y servicios ha crecido a razón de un 1,5% anual.
Estos crecimientos del poder adquisitivo se han logrado en un contexto de estabilidad de precios en todos los ramos del sistema económico: medios de producción, productor y consumo, factores todos ellos que han tenido su efecto a la hora de mejorar las rentas del agricultor.
El factor decisivo ha sido, sin lugar a dudas, la contención de. los precios pagados por los agricultores. Así, en 1978 y 1980 el índice general de precios de los medios de producción agrarios (IMP) creció, respectivamente, un 13% y un 19%, comiéndose una buena parte de los aumentos de producción logrados en dichos años, ya que los gastos fuera del sector crecieron, respectivamente, un 3,1% y un 4,1% en términos reales. Situación completamente distinta de la que se produjo en 1984 y 1987, en los que, gracias a la contención de precios, los gastos fuera del sector crecieron en términos reales muy moderadamente (2,1% en 1984) e incluso permanecieron prácticamente invariables (0,6% en 1987). Considerando períodos más largos, durante el quinquenio 1977-1982 el IMP creció a razón de una tasa media anual del 15%, frente al 7,2% del período 1982-1987. En particular, durante el año pasado el índice apenas creció (0,3%), tendencia que se está manteniendo e incluso acentuando en 1988, con sensibles caídas en los precios de los fertilizantes y gasóleo agrícola.
Influencia de los precios
Por otro lado, sabido es que el control de los precios al consumo beneficia fundamentalmente a los estratos con menor nivel de renta, impidiendo un deterioro de su poder adquisitivo. Incide, por tanto, muy especialmente sobre las rentas de los agricultores. Está fuera de toda duda que es, por tanto, este colectivo uno de los más favorecidos por los excelentes resultados que está logrando la lucha contra la inflación.
En definitiva, parece evidente que las ganancias reales de poder adquisitivo para los trabajadores agrarios logradas durante el último quinquenio hay que atribuirlas en buena parte a la política de contención de precios, tenazmente aplicada por el Gobierno.
La estabilidad de precios tiene, finalmente, otro defecto -más indirecto- sobre las rentas agrarias, y es el derivado de la mayor competitividad que están mostrando los productos alimentarios españoles más allá de nuestras fronteras y en especial en los mercados comunitarios. Así se explica que durante 1987 nuestras exportaciones crecieran un 21%, en tanto que las importaciones apenas si lo hacían en un 6%, alcanzándose un máximo histórico en el saldo de nuestro comercio exterior agrario, que superó los 60.000 millones de pesetas. También en este punto la tendencia de 1988 se muestra favorable, ya que el saldo acumulado al mes de abril supera los 21.000 millones de pesetas, es decir, 2.000 millones más que el correspondiente al mismo período de 1987. Esta posición exportadora -cada vez más reforzada- permite una ampliación de nuestros mercados, un aumento de nuestras ventas y, por tanto, una mejora de nuestras rentas.
A pesar de todo lo expuesto, es cierto que la agricultura, en cuanto actividad económica que es, no está exenta de problemas. Por ello, parece obligado que cuando se quiere reflexionar sobre el tema, se conduzca el análisis por la senda segura del dato objetivo más que sobre los dictados del corazón o las opiniones (más o menos subjetivas, más o menos fundadas).
Creo haber podido demostrar en estas breves líneas que, en lo referente a rentas, la situación de nuestra agricultura esté mejorando. Para terminar, me atreveré a decir que, en conjunto, el sector agroalímentario español tiene un gran futuro en el contexto comunitarío, que es lo mismo que decir en el contexto económico mundial. Materializar este futuro exige aprovechar las ventajas comparativas con que contamos. Se trata, en definitiva, de producir más y de manera diversificada, aumentar el valor añadido mediante la incorporación de procesos industriales de transformación, mejorar los canales comerciales y aumentar la exportación. A todo ello se están aplicando cada día más nuestros agricultores, industriales y operadores comerciales. Y los resultados están bien a la vista.
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