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Tribuna:REFLEXIONES SOBRE EL V CENTENARIO / 2
Tribuna
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Razones de una Exposición Universal

El historiador futuro que narre el reinado de Juan Carlos I y que intente penetrar en sus pensamientos, ambiciones y propósitos percibiría inmediatamente la importancia que tuvo en esos pensamientos, ambiciones y propósitos la herencia recibida de su abuelo el rey Alfonso XIII. La transmisión de esta herencia era tanto más fácil cuanto que en la personalidad de Alfonso XIII nos sorprende inmediatamente su carácter moderno. La historia va haciendo el balance de los aciertos y errores de aquel monarca, tan injustamente tratado en vida, pero, prescindiendo de cuáles fueron unos y otros, se nos impone el talante y el estilo modernos de Alfonso XIII. Al estudiar su reinado, recibimos la impresión de un hombre de nuestro tiempo moviéndose en un escenario en el que todo -problemas, palabras y personajes- era decimonónico.Una de las pasiones del abuelo, transmitida al nieto, ha sido la pasión americana. Alfonso XIII soñó toda su vida con ir a América y Juan Carlos I ha sido el primer monarca español en realizar ese sueño. Creo no equivocarme si afirmo que, de todos los viajes que Su Majestad tiene que emprender, aquellos que más dispuesto encuentran su ánimo son los programados a tierras americanas. Y son también, sin duda alguna, los que producen una más fluida corriente comunicativa entre él y el pueblo visitado. Desgraciadamente, mucha de la siembra hecha por el Rey no se recoge posteriormente. Los españoles carecemos del sentido de la continuidad y no nos damos cuenta de que las promesas hechas en el momento de la exaltación de los viajes se convierten después, si no se cumplen, en esperanzas defraudadas. Todo el que conozca a los pueblos hispanoamericanos sabe el daño que la frustración así engendrada ha causado a nuestras relaciones con ellos.

Manuel de Prado y Colón de Carvajal, ex presidente del Instituto de Cooperación Iberoamericana, es embajador de España

José Enrique Rodríguez-Ibáñez. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid, 1988. 166 páginas.

No puede extrañar, pues, que la pasión americana del Rey comprendiese inmediatamente la ocasión que la fecha del V Centenario del Descubrimiento nos ofrecía para llevar a cabo un esfuerzo común de acercamiento. El empeño de Su Majestad era que el V Centenario dejase tras de sí -y éstas son sus palabras- "algo que quede", algo firme y perdurable, cimiento sobre el que asentar la comunidad iberoamericana.

Comisario regio

Para empezar a traducir a la realidad ese empeño se creó en el año 1981 una comisión nacional encargada de proyectar y organizar los actos conmemorativos. Fui nombrado presidente de la comisión en calidad de comisario regio. Y ya en la reunión constitutiva la comisión nacional se encontró sobre la mesa con un tema importante: la ciudad de Chicago había solicitado la organización de una Exposición Universal en 1992 para conmemorar el V Centenario del Descubrimiento de América. Conviene recordar que ya el IV Centenario fue celebrado en Chicago con una Exposición Universal.

Las exposiciones universales nacieron con la de Londres de 1851. Y nacieron, de ahí el nombre, con vocación universal. Los hombres del siglo XIX pensaron que los avances industriales habían de modificar la vida tan profundamente que el Progreso -con mayúscula- sería continuo y generalizado. No se dieron cuenta de la contradicción que significaba el que, convertida la industrialización en un instrumento de desarrollo de los grandes Estados y puesta al servicio del nacionalismo, iba a abrir un abismo cada vez mayor entre los países industriales y los subdesarroBados, entre los pueblos que, en terminología de Raúl Prebisch, forman el centro y los que constituyen la periferia, dando lugar a la confrontación entre el Norte y el Sur. Sólo Marx, en su comentario a la Exposición Universal de Londres, percibió la contradicción. (Aporto esta referencia, destinada en primer lugar a los miopes y a los pedantes, que piensan que una exposición universal es un asunto intrascendente.)

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El anuncio por Chicago de su intención de organizar una Exposición Universal con motivo del V Centenario implicaba dos riesgos, que la comisión nacional advirtió inmediatamente: uno, el hecho evidente de que la capacidad de convocatoria de un tal acontecimiento -y, sobre todo, con los medios inmensos de los norteamericanos- relegase a la sombra cuanto nosotros pudiésemos emprender. Otro -éste mucho más grave-, el que rompiese la universalidad que considerábamos debía ser el eje sobre el que girase toda la conmemoración del V Centenario.

Es cierto que en las últimas exposiciones -la de Bruselas de 1958, la de Montreal de 1967 y la de Osaka de 1970- se había querido evitar esa ruptura entre el mundo industrializado y los países en vías de desarrollo. Los lemas elegidos por Bruselas, Balance para un mundo más humano; por Montreal, El hombre y su mundo, y Osaka, Progreso humano en armonía, expresaban esa inquietud. El signo ya no estaba puesto tanto en los avances de la industria como en la necesidad de la imagen y de la comunicación para hacer un mundo en el que la calidad de la vida primase sobre los progresos puramente cuantitativos que habían llevado a los dramáticos desajustes entre el Norte y el Sur. Pero teniendo en cuenta el lema que los organizadores de Chicago habían elegido, La era de los descubrimientos, y la localización de la sede -tanto la ciudad como el país-, había razones para suponer que la 29º Exposición Universal fuese de nuevo un alarde -espectacular, previsiblemente- de las tecnologías de punta del Norte superdesarrofiado.

Medio continente

Un artículo publicado en el diario EL PAIS por el gran escritor uruguayo Mario Benedetti, cuyo título, Chicago no nos representa, resumía perfectamente su pensamiento, confirmaba nuestros temores. La Exposición Universal de Chicago podía no ser universal, no recoger las inquietudes y los problemas del Sur. En todo caso, parecía que, precisamente en el V Centenario del Descubrimiento de América, medio continente, la América para nosotros más entrañable, no iba a estar representado.

La comisión nacional española se planteó las opciones posibles. Una, la más cómoda, consistía en no reaccionar y dejar que Chicago fuese el máximo foco de atracción mundial en 1992. (Recordaré, entre paréntesis, que en el documento apoyan(lo la solicitud de Chicago para ser sede de la Exposición Univers

Sal se decía, por ejemplo, que el 12 de octubre de 1992 -presuiniblemente con la asistencia de un gran número de jefes de Esta(lo y bajo la luz de todos los reflectores de los medios de comunicación del mundo entero- se celebraría en el pabellón ¡del Reino Unido!)

Cabía desconocer la Exposición Universal y que España organizase una Exposición Iberoamericana, como continuadora (le las de Barcelona y Sevilla de 1929. Ahora bien, en 1928 se había creado el Bureau International des Expositions (BIE), órgano intergubernamental, con sede en París, encargado de coordinar, catalogar y autorizar las grandes exposiciones. España formó parte desde su formación del BIE. Organizar una exposición al margen de su autoridad sólo hubiese sido posible denunciando el convenio que lo creaba y saliéndose de él. Pero, lógicamente, a un tan evento marginal no hubiera concurrido ningún gran país, todos miembros del BIE.

La tercera solución consistía en solicitar del BIE la reserva de fecha para una Exposición Un¡versal conmemorativa del V Centenario del Descubrimiento de América y competir con Chicago. La dificultad de obtenerla era enorme, dada la tradición expositora de Chicago, los medios norteamericanos y el hecho de que, mientras en el BIE estaban presentes todos los países anglosajones, no formaba parte de él ni un solo Estado hispanoamericano. Se optó, no obstante nuestra inferioridad, por competir noblemente.

Antes de dar el paso definitivo manifesté a los embajadores iberoamericanos la intención del Gobierno español, añadiendo que, en todo caso, si cualquier país hermano solicitaba el derecho para una ciudad hispanoamericana, España desistiría inmediatamente a su favor.

Consciente de nuestras escasas posibilidades frente a Chicago y preocupado, ante todo, por salvar el carácter universal de la conmemoración del V Centenario, tomé la iniciativa de visitar a los organizadores de Chicago y proponerles la celebración conjunta de la Exposición Universal.. Tras muchos avatares -que algún día relataré-, así se decidió, y el BIE encargó que, con motivo del V Centenario del Descubrimiento, se organizase en 1992 una sola Exposición Universal con dos sedes, Chicago y Sevilla.

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