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ÓPERA

El verismo afrancesado de 'Adriana Lecouvreur'

En los últimos años del siglo XIX y primeros del XX se desarrolló, fundamentalmente en Italia, el movimiento o escuela verista, que es, a grandes rasgos, una forma de aproximación a la ópera basada en un naturalismo, en un realismo de rasgos cotidianos con tendencia al retrato de ambientes sórdidos, grandes pasiones, episodios violentos o escenas de la vida diaria.En lo musical hay una inclinación al discurso continuo, a la supresión de las situaciones artificiales -arias aisladas, adornos...- y a la utilización de motivos y temas musicales para identificar personajes o estados anímicos, al estilo de un Richard Wagner trivial y simplificado.

Desde sus comienzos el verismo estaba destinado a no tener una vida demasiado larga. En parte porque existían antecedentes en la elección de temas que se ajustaban al modelo (Carmen o incluso La Traviata), en parte porque no suponía innovación desde el punto de vista de la creación musical (el mismo año que Adriana Lecouvreur se estrenaba Pelleas et Mélisande).

Pero, sobre todo, por la falta de total adecuación del lenguaje operístico para un tratamiento stricto sensu de la vida cotidiana, con sus tiempos o su sensación de realidad. Fue el canto de cisne de la ópera romántica italiana.

[Adriana Lecouvreur, de Francesco Cileá (1866-1950), inicia hoy sus representaciones en la temporada del teatro de la Zarzuela, de Madrid. Las siguientes serán los días 11, 14, 17 y 20 de mayo, a las 20.00. En el reparto figuran Natalia Troitskaya, Elena Obraztsova y Jaime Aragall, quien reaparece en dicho escenario. La dirección musical es de Elio Boncompagni y la escénica de Emilio Sagi.]

Sentido teatral

Giacomo Puccini fue el indiscutible jefe de fila. Tendió al desmarque; prueba de ello, su Turandot final, muy alejado de Tosca o Il tabarro, específicamente veristas. Había que tener su especial inspiración, su maestría melódica o su sentido teatral para mantenerse airoso dentro de las coordenadas del movimiento.Al resto de los compositores, curiosamente, se le recuerda por una sola ópera aunque su producción sea más extensa. Leoncavallo por Pagliacci, Mascagni por Cavallería rusticana, Giordano por Andrea Chéenier, Cileá por Adriana Lecouvreur. Es como si las obras devorasen a sus creadores, vengándose de ese intento imposible de ser más reales que la vida misma.

Hay también en Adriana Lecouvreur (1902) un intento de salirse del encasillamiento, un cierto refinamiento. Se inspira en un personaje real (la actriz de teatro que da título a la obra), la acción se desarrolla en ambientes elegantes parisienses y transcurre en el siglo XVIII. Se busca la fusión teatro-vida. "¿Dónde termina el teatro, dónde comienza la vida?", reflexionaba la italiana Ana Magnani en el personaje de Camilla de la película La carroza de oro, de Jean Renoir. Adriana recita versos de Bajazet y Fedra, de Racine, sobre todo estos últimos perfectamente integrados y determinantes de la historia que ocurre sobre el escenario.

El toque francés de Adriana Lecouvreur no sólo está en el drama de Eugéne Scribe y Ernest Legouvé que sirve de origen al libreto. Está en el ballet del acto III (escenificación de El juicio de París), en las citas (Comedia Francesa, Racine, Comeille). Se tiende a pensar en Watteau por la época, por el exquisito tratamiento del teatro y la música del pintor de las fiestas galantes.

Melodrama

Las asociaciones se quedarían, fundamentalmente, ahí. La estructura de la obra responde totalmente al concepto de melodrama a la italiana: mujeres enfrentadas por amor, intrigas políticas y sentimentales, envenenamiento con un ramo de violetas, venganza y muerte.Muy truculento, muy operístico en sentido kitsch, pero con unas posibilidades de lucimiento de las voces dramáticas, de la expresión melódica, que la han hecho preferida de muchos grandes cantantes, contando siempre con la adhesión incondicional de todos los públicos.

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