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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La derrota de Reagan

AL RECHAZAR la petición de Ronald Reagan de 36 millones de dólares para ayuda a la contra, la Cámara de Representantes de Estados Unidos ha tomado una decisión cuya importancia trasciende el problema de Nicaragua. Esa votación, en su sentido más profundo, significa el fracaso de una concepción estratégica tendente a perpetuar la presencia y las intervenciones militares de EE UU en Centroamérica como la mejor forma de defender los intereses norteamericanos en esa parte del mundo. Aferrado a esa concepción, Reagan se ha enfrentado al plan Arias, que ha merecido, en cambio, el respaldo de los Gobiernos latinoamericanos y europeos. Ahora, el voto del Congreso impone un giro hacia la paz en la actitud de EE UU.Reagan no vacilé en utilizar argumentos como el de la defensa del territorio de EE UU (la teoría del patio de atrás) para impresionar a la opinión. Según sus palabras, si no se votaba la ayuda a la contra, la marca del comunismo, la dominación soviética se extenderían desde Nicaragua a otros países centroamericanos y llegarían, por México, a las fronteras de Estados Unidos. Utilizó acentos dramáticos para dar la sensación de que el futuro de Norteamérica dependía de la aprobación de los 36 millones de dólares. Pero tal argumento, usado ya en ocasiones anteriores, estaba demasiado alejado de hechos conocidos para surtir el efecto buscado. Sin embargo, al elegir esa vía, Reagan colocaba a los congresistas en una posición difícil. El Ejecutivo es el que dispone de los órganos de información y es responsable de la política exterior. Negarle fondos, cuando los pide en nombre de la seguridad de la patria, no es fácil. Ello explica que la diferencia de votos haya sido pequeña. Pero predominó la sensatez sobre el aventurerismo.

Lo que estaba en juego no era el grado de simpatía hacia el sandinismo, sino la actitud de Estados Unidos ante un proceso de paz acordado por los cinco presidentes centroamericanos. El problema de fondo es que, en una zona considerada tradicionalmente por Washington como su patio trasero, los Gobiernos han tomado en sus manos la compleja tarea de restablecer la paz y la democracia. Partiendo del gran esfuerzo realizado por el Grupo de Contadora, el plan de Óscar Arias ha determinado unos cambios sustanciales en Nicaragua. Daniel Ortega ha modificado muchas de sus anteriores posiciones: ahora están en marcha negociaciones directas con la contra, se han restablecido libertades esenciales, el proceso democratizador es real, aunque sólo el alto el fuego permitirá, con una anistía total, que la contra pueda incorporarse a una vida política pluralista. Este proceso, ya iniciado, y que es apoyado por América "tina y por Europa, supone el fracaso de la política consistente en ayudar a la contra para derribar al sandinismo. Reagan se niega a asumir la nueva realidad. En cambio, el Congreso ha comprendido que EE UU debe defender sus intereses en un nuevo contexto y con medios que no sean los tradicionales de la intervención militar. Han sido los progresos del plan de Esquipulas los que han decidido el voto de numerosísimos congresistas norteamericanos.

La decisión de la Cámara de Representantes repercutirá en diversos terrenos. Por un lado, influirá sobre la elección de¡ futuro presidente, un largo proceso que se iniciará la semana próxima con las primarias de lowa. Los demócratas, después del éxito obtenido al derrotar a Reagan, deberían sentirse estimulados a elaborar una alternativa seria de política exterior que aleje a EE UU de las improvisaciones aventureras que, en tantos aspectos, han caracterizado la etapa de Reagan.

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En Centroamérica, el impacto de la decisión del Congreso será considerable. Permite colocar en primer plano, y con más seguridad en el futuro, los pasos imprescindibles para lograr la paz y una democracia efectiva. Debe estipular a los sandinistas a proseguir por el camino de la apertura y de las concesiones. Es evidente que la contra dispone aún de medios para seguir luchando. Pero el conjunto de la situación camina en el sentido de acreditar la idea de que la actividad de la oposición armada es ya un obstáculo para el desarrollo de la oposición política y, en definitiva, para la democratización. Las negociaciones deben servir para hacer efectivo ese convencimiento. Ésa es ahora, tras la derrota de Reagan, la cuestión decisiva.

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