Máscaras
No ha podido ser más oportuna y espectacular la inauguración del nuevo espacio que la galería sevillana La Máquina Española ha abierto en Madrid, pues se ha traído para la ocasión a una de las estrellas de la actualidad artística: la norteamericana Cindy Sherman (Glen Ridge, New Jersey, 1954), uno de los nombres que no han faltado en casi ninguna gran muestra de vanguardia de estos últimos años.Aparte del interés que tiene en nuestra situación actual, de progresiva apertura al exterior, el contar hoy aquí con alguien que está en el centro de la atención artística internacional, estoy dispuesto, en este caso, a romper, además, otra lanza en favor del beneficio que aportan las estrellas, al fin y al cabo, entes luminosos que reflejan privilegiadamente el mundo de los valores estéticos vigentes y, por tanto, cuanto menos, testimonios sociológicamente imprescindibles para saber lo que pasa, que es lo mismo que decir para saber lo bueno o malo que nos está pasando.
Cindy Sherman
Galería La Máquina Española,Marqués de la Valdavia, 3, Madrid, desde el 22 de enero de 1988.
Pero, al margen de lo que periodística o sociológicamente pueda significar el evento, de lo que estoy también convencido es de que a nadie le resultará indiferente Cindy Sherman, pues ella misma es un cristal para contemplar la realidad y, como tal, ventana o espejo donde mirarnos. Valiéndose de los mejores recursos morales de la fotografía, cuya relación con el teatro es mucho más fuerte que la tópicamente establecida con la pintura, como agudamente razonó R. Barthes, C. Sherman, que no es propiamente una fotógrafa (¿qué son, en realidad, los nuevos artistas que mezclan a discreción todos los géneros?), establece un fascinante catálogo de tipos.
En eso, desde luego, han estado siempre casi todos los grandes fotógrafos, y viene al caso recordar el programa ideado por August Sander, empeñado en levantar el mapa humano completo de la sociedad alemana del primer tercio de siglo mediante 600 retratos.
Mas hete aquí que, consumiéndose ya el último tercio del mismo siglo, C. Sherman pretende hacer lo mismo, aunque poniéndose ella como único referente o motivo de los 600 o de los 6.000 retratos, qué más da, en los que se refleja la sociedad actual.
Identidad de lo múltiple
Es fácil, pues, describir la esencia de su programa: retratar la identidad de lo múltiple; esto es, las máscaras. Las máscaras tienen que ver con el teatro, como el teatro con la muerte, y ésta, finalmente, con nosotros mismos. La fotografía es el mejor filtro para captar la rigidez del gesto, siempre congelado: ve o prevé al muerto en el vivo y lo vivo en el muerto.Jugando con la vida y la muerte, no estoy seguro, sin embargo, que C. Sherman se plantee grandes problemas metafísicos cuando se maquilla de cualquier cosa ante la cámara.
Pero ha declararo que "cuando estoy ante la cámara, pienso en todas las películas y en toda la gente que he conocido en mi vida, y procuro organizar todos estos elementos de manera que posean un sentido". De esta manera, su obra "es algo más que un libro de imágenes; es un atlas de instrucción", como dijera Benjamín de Sander.
Catálogo de mitos
Este atlas de instrucción es, desde luego, un interminable catálogo de mitos, tipos, gestos y situaciones. También lo es de emociones, que actúan como una fuga hacia adelante, cargando cada vez más las tintas.Así, de los divertidos juegos sociológicos del principio, en los que se acumulaban los disfraces, C. Sherman ha pasado a atmósferas turbias, estruendosas, inquietantes. Sólo quedan entonces las máscaras desnudas, concentrando en la pura corporeidad todo lo que antes se explicaba prolijamente como descripción de ambiente. Una violencia pintarrajeada, las muecas de la pasión. De la ironía a la sensualidad, un mapa, en todo caso, de máscaras.
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