El ángel verdugo y el golpista contumaz
El ascenso a capitán de corbeta del tristemente célebre oficial de la Marina de guerra argentina Alfredo Astiz -conocido en la Prensa europea como El Ángel Rubio o El Verdugo con Cara de Ángel, en alusión a su grato aspecto exterior-, por una parte, y el último cuartelazo del teniente coronel Aldo Rico -el empedernido golpista-, por otra, vuelven a constituir nuevas y flagrantes muestras del tenso forcejeo entre dos poderes tan dificilmen te concordantes en aquel país desde la terminación de la última dictadura militar. Más concretamente: entre un poder civil democrático aún no firmemente consolidado -que pugna por asumir sus cotas irrenunciables de autoridad- y un poder militar que -en forma más o menos corporativa, según los casos- no acaba de asumir su correcta inserción constitucional.En cuanto al capitán Astiz, este oficial constituye un símbolo emblemático, representativo de muchos otros similares, en un triple sentido: en lo que fue la represión militar durante aquel aciago período de 1976 a 1983; en la clase de personas que asumieron personalmente la ejecución material de los secuestros, las torturas y las muertes, y por último, en el tipo de impunidad que han logrado tales personas después de la recuperación de la democracia, en 1983.
Los atroces actos de barbarie cometidos por Astiz y por los demás integrantes del siniestro Grupo de Tareas, que actuaba en la hoy tristemente célebre Escuela de Mecánica de la Armada (Esma) han quedado sobradamente documentados en el pavoroso informe de la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (Conadep), resumen de los más de 50.000 folios documentales recopilados por su investigación en todo el territorio nacional. Pero para desgracia de Astiz, su participación en el secuestro, tortura y desaparición definitiva en diciembre de 1977 de las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet -que prestaban ayuda asistencial a familias de desaparecidos en sendas parroquias de Buenos Aires- fue, además, minuciosamente testificada por el también marino de guerra Claudio Vallejos, miembro del mismo Grupo de Tareas de la Esma, quien proporcionó espeluznantes detalles sobre la forma en que "Astiz y los tenientes Pernia y Alfaro las desnudaron y llevaron a la plancha de torturas, donde les aplicaron corriente eléctrica de 220 voltios, pues este tipo de torturas, sobre todo con mujeres, les divertía mucho"; la manera en que "con las mismas cachiporras con que las habían golpeado las violaron por los dos lados"; el largo calvario posterior sufrido por ambas religiosas hasta su muerte y, por último, su inhumación clandestina "en un campo de entrenamiento de infantería de marina entre Buenos Aires y La Plata".
Así, pues, incluso dejando a un lado la inmediata rendición de Astiz ante los británicos en las islas Georgias -que ya es otra historia-, sus hechos anteriores configuran sobradamente el perfil moral, militar y humano del individuo a quien el presidente Alfonsín venía resistiéndose desde hace dos años a ascender al grado superior.
Recalcitrante presión
El hecho de que el presidente de la República Argentina sea constitucionalmente el comandante en jefe de sus fuerzas armadas es un nimio detalle que no importó demasiado al teniente coronel Aldo Rico cuando -con su pronunciamiento de la pasada Semana Santa en las instalaciones militares de Campo de Mayo- logró nada menos que interrumpir la comparecencia ante los jueces civiles de numerosos jefes y oficiales implicados en los más bárbaros excesos de la represión. El resultado de aquella intensa presión estamental -respaldada por numerosas unidades del Ejército de Tierra- fue la promulgación de la llamada ley de obediencia debida, engendro jurídico contrario a la actual doctrina disciplinaria castrense y a toda la sociología militar occidental; lamentable norma gracias a la cual todos- los Astizes, Pernias y Alfaros que deshonraron la profesión militar y al género humano con su barbarie quedaron plenamente libres, viendo sobreseídas las causas judiciales que pesaban sobre ellos so pretexto de que perpetraron tales crímenes "cumpliendo órdenes de la superioridad".
Ante la difícil y salomónica decisión presidencial de ascender a Astiz -cediendo a la fuerte presión de la Armada- y disponer a la vez el retiro del interesado -según exigía la demanda social y el simple decoro estamental-, y dado, por otra parte, que la materialización de dicho retiro requiere todavía un lapso de varios meses, según el trámite administrativo habitual en la Armada argentina, queda ahora por ver la nueva reacción de ésta, empeñada en conseguir no sólo el ascenso -ya logrado- sino también la continuidad de la carrera activa del oficial en cuestión.
El 'nuevo ejército'
En cuanto al eterno sedicioso Aldo Rico -empeñado en lograr no sólo la impunidad, ya conseguida, de los mandos medios y subalternos que materializaron aquella represión, sino en exigir además la libertad de los altos mandos encarcelados por haberla ordenado y dirigido-, también queda por ver la futura repercusión de su nueva acción insurreccional, habida cuenta del penoso precedente anterior. Recordemos su rotunda frase tras su pronunciamiento de la pasada Semana Santa: "Nosotros, los oficiales que combatimos la subversión y luchamos en la guerra de las Malvinas, haremos el nuevo ejército".
Pues bien: si estos mismos oficiales que protagonizaron aquellas dos hazañas son los que van a configurar ese anunciado nuevo ejército, que Dios se apiade de la República Argentina y de la pobre democracia en aquel entrañable país.
Que así no sea.
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