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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Encrucida para el sandinismo

LAS PROMESAS de paz para Centroamérica que con tenían los acuerdos suscritos el 7 de agosto pasado por los presidentes de los cinco países de la región parecen hallarse desde hace algunas fechas en un peligroso punto de no retorno. Hace tan sólo unas semanas, una serie de acontecimientos -como la renuencia del Congreso norteamericano a seguir financiando a la contra, el limitado nivel de acción de la guerrilla antisandinista, el cumplimiento por parte de Managua del plan de paz y, finalmente, el anuncio de conversaciones en Santo Domingo entre sandinistas y contra- creaban una dinámica de progreso de la que todos, menos la línea dura de la Administración norteamericana, se felicitaban.La situación parece ahora algo diferente. El régimen sandinista está experimentando dificultades ante: su propia base para cumplir sus promesas, a consecuencia de lo cual ha entrado en una serie de enojosas contradicciones. El ministro de Defensa, Humberte, Ortega, afirmó recientemente que el rearme sandinista iba a proseguir con el incremento de las fuerzas de: reserva, y lo hizo con tal don de la inoportunidad que su hermano, el presidente Daniel Ortega, tuvo que matizar que esa era sólo una propuesta a considerar. Al mismo tiempo, esas vacilaciones sandinistas se ponen de relieve en la celebración de conversaciones con la contra. Inicialmente se aseguró que no habría contactos directos, y en la práctica pareció luego que sí iba a haberlas, pero en Santo Domingo se impuso la línea indirecta. Por último, se ha producido la suspensión de las conversaciones con la oposición en la propia Managua porque los partidos legalizados opinan que la actual apertura no basta.

Parece claro que el vaivén sobre rearme y conversaciones directas obedece a una doble necesidad contradictoria: de un lado, apaciguar a las bases sandinistas para que no piensen que se está vendiendo la revolución, y de otro, mantener encarriladas las conversaciones de paz. Posiblemente ni uno ni otro objetivo hayan quedado suficientemente cubiertos.

La contra, por su parte, ha jugado hábilmente sus cartas, cargando la ruptura de las conversaciones en el debe sandinista, al aducir que no estaba dispuesta a negociar con los tres extranjeros elegidos por Managua como intermediarios. Al mismo tiempo, las fuerzas guerrilleras desencadenaban la que probablemente es su mayor operación hasta la fecha, contra tres poblaciones mineras cerca de la frontera con Honduras, en vísperas de la fracasada reunión de Santo Domingo. No falta razón en las afirmaciones antisandinistas de que una ofensiva así no habría sido posible sin apoyo de la población. Y eso nos lleva a la gran cuestión sobre la que se debate el régimen de Managua: el problema económico. Es inevitable que se produzca una desafección de la población a la vista del deterioro imparable de su capacidad adquisitiva. El córdoba, que en septiembre pasado estaba a 15.000 con relación al dólar en el mercado negro, marca hoy 30.000, y se predice para 1988 su reducción al valor de peso en papel; ha habido que emitir billetes de 50.000 córdobas, y el salario de un funcionario equivale apenas a un puñado de dólares.

Nicaragua necesita la paz para iniciar la reconstrucción. Para ello tiene que ceder en el terreno político, y lo ha hecho ya en buena medida; pero se diría que el régimen teme que seguir cediendo le haga perder apoyo de sus partidarios sin adquirir más que la interesada aceptación de sus adversarios. Nada alegraría más, sin embargo, a los enemigos del sandinismo que el Gobierno de Managua diera por definitivamente canceladas las conversaciones con la contra y que se conformara con lo avanzado hacia la normalización democrática. La paz en Centroamérica y el futuro de Nicaragua dependen hoy en gran medida de la capacidad de visión de los gobernantes sandinistas.

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