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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La paz pasa por Managua

EL DESARROLLO del plan ideado por el presidente Óscar Arias está concentrándose cada vez más en la situación de Nicaragua. Esto era previsible, ya que la condición decisiva para la paz en Centroamérica es acabar con el enfrentamiento entre los sandinistas y la Administración de Reagan e impedir que desemboque en una intervención militar abierta de Estados Unidos. Aparte de los progresos realizados en la concesión de la amnistía Y el inicio de la negociación con la guerrilla en El Salvador y en Guatemala, el éxito del plan Arias ha consistido en desbloquear la situación de Nicaragua y en crear condiciones para una negociación entre Washington y Managua.Basta recordar la situación hace unos meses para valorar la importancia de los cambios que se han producido. Primero, en la situación interior nicaragüense: todo indica que el Gobierno sandinista ha realizado una opción en favor de la apertura política en el propio país y de una negociación incluso con la contra, es decir, con grupos rebeldes armados apoyados por EE UU. Esta opción implica para el sandinismo renunciar a su tesis de que la derrota de Somoza le legitimaba para tener el monopolio del poder, y supone aceptar riesgos políticos, en la medida en que sectores ajenos al sandinismo, o que son enemigos suyos, podrán potenciar su presencia política. Riesgo que es inherente a la esencia misma de la democracia.

Para que fuese posible esta evolución interior era preciso que se colocase en el marco de un proceso global centroamericano. Es lo que representa el plan Arias. Por otra parte, el futuro de esa evolución, cuya expresión más visible ha sido la reaparición de La Prensa, está condicionada por el cese del estado de guerra. En este terreno decisivo de cómo negociar un alto el fuego, Daniel Ortega ha dado en la última semana un paso decisivo que ha abierto un boquete en la estrategia de EE UU: ha aceptado dialogar, aunque por intermedio del cardenal Obando, con la contra, punto que Washington había presentado como piedra de toque de la "buena fe" de Managua.

El presidente Reagan ha tenido que introducir cambios en la posición que ha venido defendiendo hasta ahora, y que colocaba la ayuda a la contra como punto central de su política centroamericana. Estaba obligado a dar cierta respuesta a los pasos dados por el sandinismo para cumplir el plan Arias, sobre todo por el apoyo amplísimo que el plan recibe de los Gobiernos de América Latina. Por otra parte, Reagan se ve presionado por la actitud del Congreso, en el que predomina la negativa a votar una nueva ayuda militar a la contra. Sin aceptar la negociación directa propuesta por Ortega, el presidente de EE UU ha anunciado que George Shultz estará dispuesto a reunirse con los cancilleres centroamericanos, incluido el sandinista, cuando se haya iniciado la mediación y haya pruebas de que Managua está dispuesta realmente a hacer concesiones a la contra. Ésta es la gran prueba de fuego para la paz. Sólo la amnistía total para los alzados en armas y su plena reintegración a la vida política, así como el paralelo fin del estado de emergencia, que levantaría las últimas trabas en el ejercicio de la libertad civil en el país, resultaría aceptable para Washington y los líderes rebeldes. La auténtica reconciliación nacional en Nicaragua pasa inevitablemente por esas exigencias. Superada esta prueba, el estado de guerra sería insostenible para la contra, al tiempo que las credenciales democráticas del sandinismo quedarían establecidas.

No cabe duda que la flexibilidad política de Managua ha contribuido al progreso del plan de paz. Pero en la raíz de este desbloqueo de la situación centroamericana aparece un fenómeno de mayor profundidad: una creciente voluntad de independencia de los Gobiernos de Centroamérica, y más generalmente de América Latina, que, a pesar de dependencias económicas muy serias, han sabido tomar en sus manos la causa de la paz y presentar una alternativa frente a la obsesión norteamericana de definir únicamente a la luz del enfrentamiento Este-Oeste un conflicto de naturaleza muy distinta.

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