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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sexo y poder

El estreno de La señora viene aliñado, publicitariamente, por la picaresca lingüística y por la noticia de las futuras nuevas nupcias de la protagonista. Son elementos que sumar al morbo del filme, una historia de sexo y poder situada en la Mallorca de los años veinte y que ya tuvo un rodaje que hizo las delicias de la prensa del corazón al reunir otra vez ante el altar a la señorita Tortosa y a su primer marido, el director y actor de teatro Hermann Bonnin. Visto en la cinta, Bonnin es el mejor de los tres amores de la heroína, el único inquietante y misterioso. Cuando él muere, La señora deriva hacia las aguas pantanosas de la fotonovela y la obsesionante utilización de primeros planos deja de responder a una lógica estético-psicológica para ser tan sólo una manera de camuflar limitaciones presupuestarias.Jordi Cadena ha optado por convertir la novela de Antoni Mus en un drama que transcurre únicamente en la cabeza de sus protagonistas. El peso de la familia, de la sociedad aristocrática de Mallorca, es, en su adaptación, mucho más leve que en el texto literario. Eso le permite tratar la primera parte como un cuento erótico-terrorífico, punteando las siniestras apariciones de Bonnin con una música ad hoc. La acción se diría que transcurre en un país nórdico, entre gente que vive muy aislada.

La señora

Director: Jordi Cadena. Intérpretes: Silvia Tortosa, Hermann Bonnin, Femando Guillén Cuervo, Alfonso Guirao, Luis Merlo, Alfred Luchetti, Jannine Mestre. Guión: J. Cadena y S. Tortosa. Basado en la novela homónima de Antoni Mus. Fotografía: J. G. Galisteo. Música: J. M. Pagan. Dirección artística: J. M. Espada. Española, 1987. Estreno en cines Capitol y La Vaguada.

Aburrimiento claustrofóbico

Hay en esta primera hora buenos momentos y un bellísimo plano en el que la cámara recorre las vigas del techo, una estupenda manera de plasmar el aburrimiento claustrofóbico que rodea una vida. Luego, cuando aparece la mallorquinidad, cambia el clima. Los dos galanes sucesivos carecen de misterio y se dirían sacados de alguna revista sólo para hombres, de esas que se venden enfundadas en plástico. Y de unas relaciones fundadas en una confusa mescolanza de poder y sexo peculiar, sólo queda dinero y fisiología.Es entonces cuando el espectador descubre que la iluminación crea sombras imposibles, que no hay raccord de luz ni por casualidad, cuando la música adquiere un protagonismo expresivo y lo que era una demostración de oficio se queda a medio camino.

Incluso no sintiendo gran devoción por la novela es imposible no preguntarse, por ejemplo, por qué el personaje de Silvia Tortosa no le explica a Rafael lo que Nicolau hizo con ella, o por qué el actor que encarna -y nunca mejor dicho- a Rafael corresponde a un tipo de sueño o deseo que nada tiene que ver con los creíbles en una mujer como doña Teresa.

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