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La medicina hospitalaria

Las conversaciones entre las autoridades sanitarias y los representantes de los médicos de los hospitales públicos ya no interesan a los facultativos, asegura el autor, que se lamenta de que los poderosos ya no acudan a curarse a los grandes hospitales de la Seguridad Social, como ocurría en tiempos del anterior régimen.

Las conversaciones entre los mentores del Ministerio de Sanidad y los representantes de los hospitales se están desarrollando desde hace más de dos meses, y a los médicos que trabajamos en los hospitales públicos ha dejado de interesarnos su diálogo. Sabemos que no van a llevarnos a ninguna parte. Estamos seguros de que no tenemos en nuestro entorno un enfermo más grave que la sanidad pública.El conocimiento de las condiciones en que se proyectaba desarrollar un nuevo estatuto-marco, ya en fase muy avanzada, hizo que el personal hospitalario de plantilla, absolutamente contrario a las movilizaciones reivindicativas de carácter corporativo, se levantara por primera vez casi de forma unánime. Esta respuesta, en un principio mal comprendida por los usuarios y peor informada por los medios de comunicación, ha sido valorada posteriormente de forma positiva por la mayoría de la población, que se ha percatado perfectamente de quién es su enemigo y dónde se encuentra el origen de su mala asistencia, que no es en otra parte que en la Administración, a la que se adivinan sus intenciones de hacer la liquidación de una de las cosas mejores que había realizado el régimen anterior: la red hospitalaria de la Seguridad Social.

Estos hospitales, que hace sólo una docena de años eran los mejor dotados del país y a los que se acudía con la seguridad de una buena asistencia, se han quedado viejos por falta absoluta de renovación y por el desgaste del enorme super uso al que se han visto sometidos. Han asumido su función de asistencia terciaria, pero también la de la secundaria (la correspondiente a los ambulatorios, cuyo funcionamiento es sobradamente conocido), e incluso hasta la primaria en muchas ocasiones. La Administración ha tratado de justificar su incompetencia, falta de voluntad o mala fe (tal vez las tres cosas) utilizando pequeños fallos asistenciales como carnaza ante los usuarios, cargando todas las culpas sobre los médicos.

La Administración no se ve impresionada por la angustia que el paciente transmite con su sufrimiento y la que el propio médico engendra por no poder hacer más por él, debido a la falta de medios y no a la de conocimientos. Se intenta responsabilizar de todas las deficiencias a los jefes de unidades, como únicos o al menos los máximos responsables de su área, pero no se sabe que él no participa en la elección de su personal médico, y mucho menos del personal auxiliar (enfermeras, auxiliares y personal administrativo), que no dependen de él ni le deben obediencia alguna (ni por lo general la practican).

Tampoco conoce la gente que todos esos jefes de unidad cobran menos de 200.000 pesetas netas mensuales de salario (que a algunos no les alcanza para suscripciones a revistas, iconografía, libros y congresos), y muchos de ellos llevan más de 20 años en el hospital, son conocidos mundialmente, tienen múltiples trabajos y libros publicados, llegan antes de las ocho de la mañana a su trabajo y se van a media tarde, es decir, cumplen con seriedad y son ellos los que prestigian a la institución, no viceversa. Pues bien, a pesar de ello, la campaña de descrédito y la lucha, hasta hace poco tiempo sorda, pero ya totalmente directa, entablada por la Administración, va dirigida fundamentalmente contra este colectivo.

Consulta privada

Precisamente, estas condiciones hacen que ellos estén entre ese pequeño grupo del 10% de los médicos que tienen consulta privada, que, aunque no les proporcione grandes emolumentos, les da independencia y libertad. Con la dedicación exclusiva que, según se apreciaba en el espíritu y casi en la letra del proyecto del estatuto marco, se intentaba hacer obligatoria para los jefes de unidad (a cambio de un insultante incentivo económico y ninguna mejora de medios de trabajo) so pena de ser sustituidos por otra persona a libre designación por el gerente, se pretendía dejar acefálicos a los servicios y tener un control absoluto de los mismos por parte del sistema, que dominaría la situación desde la cúpula del hospital con el gerente y desde cada área con el libredesignado.

Hace unos meses había interés entre los médicos por sacar los hospitales adelante. Hoy se ve el problema con escepticismo y se sigue el desarrollo de las conversaciones Administración-Coordinadora de Hospitales con indiferencia. No se espera nada, al menos nada positivo.

Viendo la tendencia privatizadora del Gobierno, porque se está convencido de que la empresa pública no funciona, no se puede comprender, a menos que haya otras intenciones no declaradas, aunque adivinables, esta tendencia a la burocratización de la asistencia sanitaria, convirtiendo al hospital en meras oficinas públicas en las que por lo general se pudre todo por la desidia y la falta de incentivo.

Es evidente que la sanidad pública interesa a todos, ya que en Europa, donde estamos, es uno de los termómetros más objetivos del nivel del país. No hay la menor duda de que en España la calidad de la asistencia hospitalaria ha sufrido un gran retroceso, y que ello ha sido en buena parte por culpa de la Administración. Una prueba de esta degradación es que hace unos años acudían a los hospitales de la Seguridad Social jefes de Estado o de Gobierno, ministros, mandatarios en general y gente de gran poder adquisitivo, mientras que en la actualidad esta misma gente se va a un centro extranjero o a uno privado de nuestro país, para ser atendidos generalmente por médicos de la asistencia pública, lógicamente por los de más prestigio.

Los médicos hemos luchado duramente hasta ahora por conservar y mejorar la asistencia hospitalaria. En recompensa no se ha recibido sino incompetencia, difamación y miseria. A partir de ahora corresponde trabajar para ello a los beneficiarios de la asistencia, que suponemos la desearán y exigirán buena, y a los que tienen la obligación de darla, la Administración, que todavía no ha plasmado con hechos las buenas intenciones.

es jefe del Servicio de Neurología del hospital infantil La Paz.

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