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Un largo camino

El acuerdo de principio hecho público en Washington el 17 de septiembre por la Casa Blanca puede llamarse con propiedad el primer paso de un largo y difícil camino. Los jefes de la diplomacia norteamericana y soviética, Shultz y Shevardnadze, anunciaban en un texto conjunto haberse llegado a la decisión de firmar un tratado, dentro del otoño presente, relativo al desarme de los cohetes nucleares del alcance corto y medio instalados en Europa. Para ello se organizaría asimismo un encuentro en la cumbre entre el presidente Reagan y el secretario general Gorbachov.La noticia ha sido la más importante del año en el escenario de la política internacional. En Islandia la cumbre de los dos presidentes se saldó por un completo fracaso. ¿Qué ha hecho posible este espectacular giro o modificación de las posiciones negociadoras en tan pocos meses? ¿Qué contenido real puede esperarse de un tratado como el que se anuncia en materia tan delicada y controvertida como la de las relaciones Este-Oeste?

Hay que mirar con atención las circunstancias en que se mueven los dos líderes políticos. Ronald Reagan subió al poder con las banderas desplegadas de un conservadurismo agresivo en materia exterior. Todavía recuerdan muchos las duras y violentas palabras con las que condenó la política soviética en su memorable discurso de 1981, calificando de Estado diabólico a la URSS. El presidente norteamericano ha tenido que hacer frente en su segundo mandato al peligroso escándalo del Irangate, que reveló graves irregularidades administrativas y constitucionales en el manejo del poder supremo y un vertiginoso descenso de la hasta entonces mayoritaria aprobación de la opinión. Curiosamente, los muestreos norteamericanos más recientes acusan un alto grado de aceptación y simpatía hacia Gorbachov, que resulta ser el líder soviético más popular de cuantos ha tenido la Unión Soviética desde el final de la II Guerra Mundial.

El propio presidente Reagan, aconsejado por los hombres más influyentes del partido republicano, ha sido uno de los lúctores decisivos para lograr el acuerdo. Su apoyo incondicional a George Shultz para llevar adelante la negociación y su deliberado cortocircuito para impedir que Weinberger, secretario de Defensa, pudiera torpedearla, así como la sorprendente relegación a un segundo término de los altos mandos del Pentágono durante los últimos tramos de las discusiones, explican por qué el acuerdo ha sido posible. Reagan, aunque consciente de los inevitables riesgos y consecuencias que el tratado lleva consigo, ha sopesado los aspectos positivos y los ha hecho prevalecer sobre aquellas salvedades y reservas. El tiempo dirá si en las próximas elecciones presidenciales el candidato del partido republicano puede obtener una buena rentabilidad del primer tratado de desarme nuclear de la historia moderna.

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El acuerdo y el subsiguiente tratado hay que calificarlos de políticos más que de militares. Lo sustancial del asunto es que existe un clima de armonía y cooperación entre las superpotencias que lo hizo posible. Sabido es que el desarme acordado sólo alcanza a un 4% del arsenal atómico total existente en los dos bandos. Pero el comienzo de tan largo proceso había de tener forzosamente esta dimensión discreta y concreta. Los euromisiles son un problema lacerante e impopular porque representan la imagen visible de la amenaza nuclear sobre las tierras y las ciudades de la República Federal de Alemania. De ahí que la opción supercero fuese iniciativa del canciller socialdemócrata Schmidt, consciente del riesgo inmediato e insolente que su presencia llevaba consigo.

Lord Carrington, secretario general saliente de la OTAN, hizo hace unas semanas en Londres, en el curso de una conferencia, un comentario irónico sobre la eventual conclusión de un acuerdo de este alcance: "Nadie crea", dijo, "que por virtud de un protocolo van a pastar juntos en la pradera los leones y las ovejas". Pero si los adversarios del tratado lo califican simplemente como concesión peligrosa y portillo abierto en las líneas defensivas de la OTAN en Europa, habría que reconocer que una tal actitud simplista envolvería una dosis voluntaria de perverso masoquismo.

Recientemente, en estas mismas páginas, un ilustre militar español, el coronel Piris, pasaba revista al repertorio de ingenios del armamento nuclear existente en el mundo. El inventario era para dejar estupefacto a cualquier ciudadano. La densidad del tejido nuclear que envuelve al mundo es un corsé de terror impensable. Es cierto que lo conseguido es poco. Pero ese pequeño paso es altamente significativo. Por vez primera se acuerda desarmar el arsenal nuclear de las superpotencias. Se anuncia también en el protocolo que se iniciarán, a comienzos del año próximo, negociaciones para reducir en un 50% los cohetes estratégicos de largo alcance. ¿Llevará consigo ese nuevo acuerdo una congelación del programa de la defensa espacial norteamericana o simplemente un aplazamiento temporal? La guerra de las galaxias ¿seguirá adelante después del mandato del presidente Reagan? El presidente lo ha afirmado así pocas horas después del comunicado de la Casa Blanca, pero ¿no era necesario ese párrafo para calmar a los sectores nuclearistas a ultranza?

Son sorprendentes también los otros temas que contiene el comunicado conjunto. Se alude, por ejemplo, al control mutuo del nivel de las armas nucleares, de la guerra química y de los armamentos convencionales. Y se menciona el importante problema de las pruebas experimentales de nuevos ingenios nucleares fijándose la fecha del 1 de diciembre próximo para iniciar una completa y definitiva negociación sobre este importante aspecto.

Las reacciones negativas y críticas no se han hecho esperar. En Estados Unidos provienen sobre todo de los senadores demócratas, de los sectores republicanos más conservadores y de las áreas reticentes del Pentágono. En la Europa occidental son los franceses los que han reaccionado con visible cautela. La V República es potencia nuclear de gatillo propio y quiere subrayar su singularidad. En la cúpula militar de la Alianza Atlántica habrá también observaciones graves a lo sucedido y apelaciones a la inmediata escalada de las fuerzas convencionales, lo que supone mayor contribución presupuestaria de los países miembros. Es seguro que en los altos niveles del pacto de Varsovia tendrá adversarios decididos el acuerdo de Washington. Halcones los hay en todas las latitudes.

Pero este primer capítulo lleva dentro de sí un dinamismo capaz, de alterar lentamente el maléfico sistema de la mutua destrucción masiva sobre el que se ha levantado el edificio del actual equilibrio estratégico entre el Este y el Oeste. Dialéctica demencial basada en una pirámide de irracionalidad. Yo no creo que la sociedad norteamericana ni la soviética sean belicistas, ni que sientan entusiasmo por el apocalíptico armamentismo nuclear. Por el contrario, habrán sentido en su íntima conciencia un ramalazo de alivio con la noticia del acuerdo.

La tensión ideológica que siguió a la II Guerra Mundial y a la guerra fría ¿habrá encontrado por primera vez un ámbito de auténtica voluntad para superar la discordia y entrar por el camino del diálogo, del entendimiento y de la cooperación pacífica? Gorbachov ¿se habrá percatado de que el sistema económico al que pertenece no puede afrontar la revolución tecnológica sin despojarse de los mitos utópicos de una doctrina arcaica e inviable?

Los países europeos de la Alianza Atlántica asisten a este episodio histórico con una mezcla de curiosidad, temor y satisfacción. Que desaparezcan los cohetes intermedios es una operación bien recibida por la opinión pública occidental en su indiscutible mayoría. Que cada vez se acentúa más la sensación de que el aliado norteamericano opera con independencia respecto a Europa en su política exterior es otro hecho a todas luces visible. Y que los europeos habrán de ir pensando en planificar su defensa autónoma es cosa previsible.

El verdadero desarme mundial ha de ser el ideológico, el de las doctrinas que rigen la política de uno y otro lado. La meta final del largo camino se alcanzará realmente cuando los pueblos del este de Europa recuperen las libertades civiles de su albedrío y puedan manifestar sin trabas su voluntad.

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