Un Valle-Inclán realista
Este es un país de asignaturas pendientes. Valle-Inclán es una de ellas. Durante años estuvo prohibido total o parcialmente, y cuando finalmente ha podido representarse o llevarse a la pantalla, los resultados, siendo muy distintos, han tenido en común unos comentarios que afirmaban el potencial cinematográfico de la obra cuando de lo que se trataba era de valorar un montaje teatral, o que recordaban su origen teatral cuando era un filme el objeto de análisis. Algunos, más radicales, aseguraban y aseguran que Valle es irrepresentable, que es un autor para ser leído. Víctor Manuel y Ana Belén han querido poner en claro el embrollo, y para ello han creado una nueva productora, Ion Films, cuyo primer proyecto ha sido convertir Divinas palabras en película.Divinas palabras se estrenó mundialmente en el último festival de Venecia, ante un público que está cansado de la imagen miserable de España, repleta de mendigos, enanos, beatas y guardias civiles, pero que tampoco está dispuesto a aceptar una imagen distinta, que nos libere de ese destino de reserva primitiva de Europa. Ahora, ante su público natural, esta "España, que es una deformación grotesca de la civilización europea", puede ser reconocida en una clave distinta, más buñueliana o goyesca, corno tragedia de aldea en la que la brutalidad aparece unida al humor, como algo que los personajes viven de manera dolorosa pero que para los espectadores es grotesco.
Divinas palabras
Director: José Luis García Sánchez. Intérpretes: Ana Belén, Francisco Rabal, Imanol Arias, Esperanza Roy, Aurora Bautista, Juan Echanove, Víctor Rubio. Guión: Enrique Llovet y J. L. García Sánchez, adaptación de la obra de Valle-Inclán. Fotografía: Fernando Arribas. Música: Milladoiro. Dirección artística: Gerardo Vera. Montaje: Pablo G. del Amo. Española, 1987. Estreno en cines Amaya, Madrid y Tívoli.
Trazo grueso
Para lograr ese efecto valle-inclanesco, el texto teatral tenía que convertirse en cine partiendo de una premisa: el realismo fotográfico tenía que ser combatido. Los protagonistas, como muchas criaturas goyescas, precisaban del trazo grueso, caricaturesco, siempre dudando entre ser hombres o monigotes. Divinas palabras, que es una obra anterior al esperpento, no es ajena a su fórmula, por otra parte objeto de interpretaciones totalmente contrapuestas y en nombre de la cual se han firmado montajes de toda clase. La opción realista de García Sánchez puede no ser compartida pero es legítima, aunque el resultado de la misma es que el humor casi se desvanece -su último refugio es la palabra, el verbo florido -de Valle-, y todo, en conjunto, resulta un poquito solemne. Quizá un proyecto de este tipo, con su alto coste de producción y su voluntad popularizadora, tenía que ser enfocado de esta manera, buscando los paisajes reales de la ficción valle-inclanesca: recrear la Galicia de la segunda década del siglo. En este sentido, la película es más que satisfactoria y benefica también de un reparto excelente, en el que destacan Rabal por su manera de decir e Imanol Arias por su estupenda caracterización como gran amante latino, un poco a la manera de un Valentino mezclado con John Gilbert. Ana Belén, que está muy bien, no es Mari Gaila. Le falta bestialidad, un poco de grosería, pero esa es una cuestión de físico, irresoluble. En cambio, lo que sí es un error solventable es la inclusión de las canciones. Una de ellas es totalmente innecesaria y, excepción hecha de la que canta Ana al principio en la iglesia, las demás ofrecen una calidad de sonido muy alejada de la natural, de ese fondo sonoro caótico y vivo que proporciona el sonido directo.Divinas palabras, al margen de cuestiones opinables y sobre las que existe abundantísima literatura teórica, hay que valorarla por lo que significa como producto cultural y esfuerzo inversor. De la misma manera que existe o debiera existir un núcleo teatral que se dedique a representar nuestros clásicos de manera académica -y el adjetivo, por una vez, no tiene mayor carga peyorativa que la que comporta cualquier intención normativa-, una pequeña parte de las subvenciones que concede el Ministerio de Cultura al cine ha de recaer sobre películas de este tipo, en las que se dan la mano el prestigio y el riesgo. Son cintas destinadas a ganarse la atención de mucho público y, sobre todo, a mejorar la imagen que nosotros mismos tenemos de nuestro cine. Lamentablemente, las asignaturas pendientes, cuando llevan muchos años aparcadas, cada vez es más difícil aprobarlas, y ahora ya no son tan sólo Valle y sus adaptadores quienes pasan el examen, sino también todo un cine que necesita aumentar su capacidad exportadora al mismo tiempo que ve cómo el mercado interior es cada día un poquito más pequeño. Quién sabe si no hemos llegado tarde a la última convocatoria.
Babelia
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