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EL ARTE DE VANGUARDIA EN LA URSS

Pintar en la Union Soviética

Moscú descubre los encantos económicos de exportar la obra de artistas cotizados, pero semiignorados en su propio país

Pilar Bonet

Un año después de ser furibundamente atacados en la Prensa por sus contactos con Occidente, los artistas de vanguardia más prestigiosos de la Unión Soviética, ignorados durante años por las instancias oficiales, han sido descubiertos por el Ministerio de Cultura de la URSS, que les ha convertido en un rentable objeto de exportación sin haber rehabilitado su obra, tal como se merece, en su propio país. La avidez de los galeristas europeos y norteamericanos -que ven una buena inversión en el arte filtrado por la perestroika- y la codicia oficial soviética ante tal flujo de divisas están produciendo una sangría de tesoros del arte moderno soviético comparable con la venta del patrimonio cultural organizada por la URSS cuando necesitaba desesperadamente divisas para poder subsistir, después de la revolución.

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La nueva coyuntura soviética ha cogido a los artistas mismos indefensos y desprevenidos. Las condiciones de venta impuestas por el ministerio intermediario de la transacción son leoninas, pero no hay opción, y muchos ven en el pequeño porcentaje de divisas que les corresponde (un 10% de la venta como máximo) una primera oportunidad de respirar materialmente, de cancelar las deudas y dejar de ganarse la vida ilustrando libros infantiles.Mientras los lienzos abandonan la URSS con destino a las galerías de Nueva York, París, Zúrich, Berna o la República Federal de Alemania, la idea de crear un museo de arte moderno es sólo un proyecto en embrión.

En su estudio de Moscú, por cuyas ventanas se divisan las torres del Kremlin, Erik Bulatov está dando los toques finales a su último cuadro, Unanimidad, inspirado en una de esas sesiones políticas donde todos votan positivamente con la mano alzada. La foto de una sesión del Soviet Supremo le ha servido de modelo, y el artista, de 54 años, tiene ya vendido el cuadro, aunque no cuenta aún con el permiso de exportación.

Bulatov, un creador que subvierte el realismo socialista, no sólo ha vendido este óleo, sino el próximo que pinte y más de 25 telas anteriores. "Todos mis cuadros desde 1964, con "algunas excepciones", nos dice. Entre las excepciones está, por ejemplo, un retrato de Breznev con el pecho condecorado y las banderas de las 15 repúblicas de la URSS tras de sí, rodeando el escudo soviético convertido en una especie de platillo volante dispuesto a salir de la tela. Cosmos soviético, así se llama la tela, fue pintado en 1977, y no encaja en los criterios políticos de las exportaciones, que, con todo, se han relajado radicalmente.

Tampoco hubiera recibido permiso de exportación, de haberlo pedido, el cuadro Delicatessen, de Illa Kavakov, pintado en 1981. Aquí, tras una larga lista de provisiones de nombres inocentes, pero mayoritariamente deficitarias en la vida cotidiana soviética, está la simple imagen de una cola cualquiera en un supermercado de la URSS. Delicatessen se encuentra ya al otro lado de la URSS, como lo están muchas de las obras de Bulatov o Kavakov, que salían como regalos de artista y a veces ni aun así lo conseguían, ya que las autoridades consideraban que tales basuras no eran dignas de colgar en nin guna parte, ni en este ni en el otro lado de la frontera.

Entre los pioneros occidentales del nuevo mercado del arte soviético está el vicepresidente del Deutsche Bank, Volkert Klauske, un experto conocedor del panorama artístico moscovita que tras 15 años en la brechaha abierto un camino a la exportación de obras de arte.

En 1985, el Deutsche Bank vio eliminados de su lista de selección a casi todos los artistas de vanguardia elegidos para celebrar una exposición dedicada al arte ruso y soviético celebrada en la RFA. Este año son los mismos soviéticos los que pugnan por organizar el máximo número de exposiciones posibles allende sus fronteras.

En el orden del día está una exposición personal de Kabakov en Estados Unidos, otra exposición-venta de jóvenes talentos enEdimburgo y una exposición cerrada para especialistas en Moscú, con trabajos de vanguardia, entre los que se encontrarían obras de Kavakov, Bulatov, Yankelevski y Oleg Vasiliev.

Kavakov, quien tuvo hace poco una exposición en Francia, es el artista que más caro se cotiza. El precio de venta de un cuadro suyo titulado Escarabajo ha rondado los cuatro millones de pesetas.

Además del porcentaje de divisas, que el artista cobra en forma de cupones para comprar en tiendas especiales de importación o puede acumular en un fondo para viajes al extranjero, el autor recibe del Ministerio de Cultura el equivalente oficial del precio en rubios no convertibles. Las divisas se quedan, pues, mayoritariamente en poder del ministerio, y el artista no está autorizado a vender independientemente y por su cuenta.

Mercado e ideología

El mercado les ha robado terreno, sin duda alguna, a los reparos ideológicos. En la ciudad de Moscú se han abierto dos salones para vender en divisas. En mayo, la Phyllis Kind Galiery de Nueva York organizó una exposición titulada Directamente de Moscú, con varios artistas soviéticos, entre ellos Bulatov y Kabakov. Los cuadros no volvieron a la Unión Soviética.La aparición masiva de los galeristas occidentales en Moscú y la nueva actitud oficial han tenido un fuerte impacto sobre el grupo de artistas de vanguardia, gente que ahora ronda los 50 años, quienes durante dos décadas habían sido marginados por cultivar tendencias no figurativas al margen del arte oficial.

Esta generación formada en el deshielo cultural de Jruschov, ve hundirse algunos de los elementos que le daban cohesión.

"Antes no había tentaciones, y todos éramos santos", nos dice Volodia Yankelevski, de 49 años, quien produjo su primer cuadro en 1958 y participó en la famosa exposición de vanguardia del Menege, en 1961, que fue condenada por Nikita Jruschov.

"Vlvíamos en la miseria y nos sentíamos unidos en un destino común de marginales y perseguidos. Cuando las tentaciones han aparecido, la unidad se ha roto y ha comenzado a aparecer la individualidad del artista, la vida social de la obra. Unos artistas se mueven mucho y consiguen que se escriba. mucho sobre ellos. Otros se mueven poco y obtienen poca publicidad. Nos hemos transformado en gente diferente con destinos diferenciados".

La 'vieja vanguardia'

Yankelevski, que se ganaba la vida como artista gráfico, debería estar en la galería Tetriakov, en opinión de un crítico artístico soviético. En realidad, el pintor, cuyas obras están en los fondos de la galería Pompidou de Paris, en la galeria Nacional de Praga o en la de Dresde, encuentra sitio tan sólo en la galería Mala Gruzinskaia, de Moscú, donde acaba de realizar una exposición personal donde se recogen más de 20 años de su obra.Yankelevski ha estado también con toda la vieja vanguardia -Kabakev, Francisco Infante, Bulatov- en las distintas exposiciones que durante la pasada temporada han marcado un clima de mayor tolerancia cultural.

Mala Gruzinskala, la galería fundada en 1976 que ha proporcionado una válvula de escape a la vanguardia durante todos estos años, está a punto de perder su protagonismo en la marginalidad ante la aparición de nuevas salas de exposiciones en Moscú. En cuanto a los museos, ninguno de los miembros de la vieja vanguardia tiene la satisfacción de ver colgada una obra suya allí, y los intentos del museo Pushkin de Moscú de hacerse con un buen fondo de obra gráfica de estos artistas chocan ahora con los intereses comerciales del montaje exportador y con los intereses de los mismos artistas, escépticos sobre el futuro de sus obras en la URSS.

"Lo que quiero es que mis obras vivan y se vean. Tengo muchas ofertas de compra en el extranjero, pero me preocupa desprenderme de todo y que no quede nada aquí. Si se fundara un museo de arte moderno, las cosas cambiarían, pero las iniciativas existentes son demasiado débiles, carecen de energía y espíritu práctico", dice Yankelevski.

"No tenemos ninguna garantía de que las cosas vayan a cambiar ni de que vayan a conservar bien los cuadros", dice Bulatov. "Mi mujer opina que los lienzos se van a desconchar aquí, y allí (en Occidente), si han pagado por ellos, al menos los conservarán", señala Oleg Vasiliev, el compañero de estudio de Bulatov.

Francisco Infante

Francisco Infante, de 44 años, hijo de un alto funcionario exiliado de la República Española, experimenta un cierto cansancio a priori ante el giro que han dado las cosas. "La posibilidad de vender en el extranjero es algo normal, pero aprender a vender exige toda una mentalización, y nosotros nos hemos educado en sentido contrario", dice este artista, que empezó en 1962 como miembro del grupo cinético Movimiento.Infante, experto en juegos con el espacio, la óptica y la cámara, crea verdaderas delicias visuales con sus trucos de espejos, su explotación de las texturas de la naturaleza y sus happenings sobre la nieve. Este artista, que ha decorado varios pabellones internacionales de la URSS, jamás ha tenido una exposición personal en el país donde nació.

Muchos de los artistas se muestran convencidos de que la burocracia y el formalismo llevan aún la iniciativa al nuevo espíritu comercial que se instala en las instancias oficiales. "Yo había valorado un cuadro en 1.000 rublos, y me lo vendieron en 200, aunque el comprador estaba de acuerdo en los 1.000 rublos", explica Bulatov encogiéndose de hombros.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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