Dos poetas en uno
Los casi 40 libros que conforman la obra poética de Gerardo Diego son, en su conjunto, ciertamente desiguales. Pero esta desigualdad muestra por sí sola una vida entregada de modo exclusivo a la poesía, una poetización constante. Creador lúdico, poeta de humor, malabarista del verso, en Gerardo Diego convivieron siempre en un mismo plano los aspectos sonoros del lenguaje y los imaginativos, hasta el punto de ser su poesía piezas destina das al oído, compuestas musical mente y desasidas de cuanto no consista en la pura organización abstracta del poema.Se puede hablar de etapas en su producción, aunque en realidad sería más apropiado hablar de los dos poetas contrapuestos que en él había. El curioso creador de formas nuevas, el vanguardista que se abre al futuro, y luego el férreamente tradicional, el poeta de rimas y estrofas severas, que imita a Garcilaso o a Góngora. Ambas extremos se dieron a la par en su vida.
Mientras preparaba libros de su etapa creacionista o ultraísta, escribía también esos otros poemas de corte tradicional. Asombrosamente, podía cambiar de registro mezclando lo que en su tiempo eran dos opciones irreconciliables. Su primer libro, el Romancero de la novia (1918), candoroso e ingenuo, muy cercano a Juan Ramón Jiménez, se alterna con los claramente vanguardistas Evasión, Limbo o Imagen, escritos entre 1919 y 1922, llenos de juegos tipográficos y reminiscencias cubistas, irracionales y de imágenes superpuestas.
La culminación de esta etapa febrilmente creativa fue Manual de espumas (1924), su libro más importante por la huella que dejó en la poesía española. De él dice su autor que es 'mi libro clásico dentro del creacionismo", enmarcado en la estética de Huidobro, Gris y el caldo de ruptura del París de los veinte.
Muchos poemas de este libro se gestaron a la vez que los que incluyó en su siguiente poemario, Versos humanos (1925), por el que obtuvo el Premio Nacional. Más lírico, en la línea de la finura que expusiera dos años antes en el librito Soria (1923), Versos humanos supone el gran libro de Diego y el inicio de lo que él llamó su "poesía relativa", inspirada en la realidad.
Hasta después de la guerra civil su obra parece entrar en una etapa más serena. Disminuye su producción. Sólo publicó Viacrucis (1931) y Fábula de Equis y Zeda (1934), una maravilla gongorina.
El Gerardo Diego posterior a 1940 es un poeta maduro que ha aportado ya lo mejor de su calidad literaria. Con todo, tiene su colofón admirable en los sonetos de Alondra de verdad (1943). En los siguientes 30 años irá ofreciendo el mayor caudal de su obra, redundando en sus temas queridos (paisajes, música, toreo, amor, espiritualismo) como en Biografía incompleta (1953), Paisaje con figuras, (1956), Amor solo (1958), Mi Santander, mi cuna, mi palabra (1961), que son de los mejores de esta última etapa. Otros tienen más discreta altura, y algunos un abierto sentido del humor, como El Cordobés dilucidado (1965).
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