'Cumbre' veneciana
LA REUNIÓN de Venecia ha acentuado el proceso degenerativo que vienen sufriendo las cumbres de jefes de Estado y de Gobierno de los siete países más ricos del mundo, iniciadas en 1982 con un carácter muy distinto al actual. Ya no son encuentros informales para abordar los principales problemas económicos en un clima franco y discreto, sin publicidad. Se han convertido en ceremonias con crecientes dosis de aparatosidad y propaganda, cuyo resultado se plasma en comunicados largos y alambicados, preparados por funcionanos especializados en combinar, a fuerza de perífrasis, las demandas de los diversos participantes. Convocada con el propósito de afirmar la capacidad de iniciativa y liderazgo de Occidente ante los grandes problemas contemporáneos, la reunión de Venecia ha dado más bien una sensación contraria. A ello ha contribuido el hecho de que varios de los presentes, empezando por el presidente Reagan, padecen un serio quebranto de su autoridad.La cumbre ha reconocido la importancia del fenómeno Gorbachov en el desarrollo de los asuntos internacionales. Pero las diferencias de criterio en este punto no se han superado y, como consecuencia de ello, el texto aprobado en Venecia es más bien propagandístico. Lo que espera la opinión pública, ante el probable acuerdo entre la URSS y EE UU sobre los euromisiles -no mencionado en Venecia, sobre todo a causa de la presencia japonesa-, son iniciativas occidentales que, poniendo a prueba las intenciones manifestadas por Gorbachov, permitan emprender nuevos avances en el camino del desarme y de una seguridad que no esté basada, como hasta ahora, en la demencial acumulación de armamentos por parte de los dos bloques militares. El objetivo de "estabilizar la competición entre el Este y el Oeste en los niveles más bajos de armas" -como se dice en la declaración de Venecia- es plenamente acertado. Pero se han hecho ya muchas definiciones generales como ésa. El problema es encontrar iniciativas nuevas que permitan descongelar unas negociaciones de desarme empantanadas desde hace décadas por el predominio de criterios militaristas y por la rutina burocrática. Gorbachov ha logrado dar la impresión de que Moscú tiene hoy voluntad de desbloqueo. La respuesta de Venecia no podrá disipar la sensación de que Occidente está a la defensiva en ese terreno.
En el plano económico, el comunicado de Venecia contiene una serie de puntos positivos, en particular la preocupación por la estabilidad de los cambios de las monedas y por una mayor coordinación de las economías a partir de indicadores fijados de común acuerdo. Se reafirma el rechazo del proteccionismo y la posición adoptada ya por la OCDE en pro de una reducción progresiva de las ayudas a la agricultura. Pero estas declaraciones, que en gran parte repiten cosas ya dichas, están a mucha distancia de lo que se necesita ante problemas que cada vez tienen, por su naturaleza misma, una dimensión supranacional. En particular, el tema prioritario del endeudamiento del Tercer Mundo ha sido tratado de manera parcial. Está bien que se aumenten los préstamos a bajo interés del Fondo Monetario Internacional (FMI) a los países más pobres, en particular los del sur del Sáhara. Son países que necesitan ayudas estatales porque no están en condiciones de obtener créditos en el mercado. Pero el verdadero problema de la deuda es el de los grandes países de América Latina, porque sus repercusiones afectan al mundo industrializado. En ese aspecto decisivo, la reunión de Venecia insiste en viejas recetas, ignorando el fracaso del plan Baker y el hecho palpable de que la situación se degrada de manera cada vez más peligrosa.
En una etapa histórica en que muchos problemas requieren soluciones que desbordan las fronteras de los Estados, una reunión como la de Venecia despierta grandes expectativas, y la modestia de los resultados provoca decepción. Quizá sea el carácter de la cumbre lo que esté en causa. Para adoptar medidas económicas con eficacia supranacional hace falta una voluntad política, y una preparación, que en Venecia estaban ausentes. Para dar pasos reales hacia el desarme, la presencia soviética y china es indispensable. Son problemas de futuro que la insatisfacción dejada por Venecia pone sobre la mesa
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.