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Tribuna:FERIA DE SEVILLA
Tribuna
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Ser torero en Sevilla

Puede ser significativo que la mayoría de las novelas taurinas tengan Sevilla como marco privilegiado de sus intrigas. Pero aún puede serlo más que casi todas responden a un mismo esquema argumental, que podría aproximadamente esbozarse así: el que va a ser el héroe de la narración nace preferentemente en Triana. De familia humildísima -por ejemplo, padre zapatero y bebedor-, ante su oscuro horizonte aspira a convertirse en torero, única posibilidad por la que él intuye puede romper con el maleficio social que le condena a un eterno banquillo de remendón. Oposición familiar por su "locura" y patético abandono del hogar. Aprendizaje dificil, arriesgado, con su secuela negra de capeas y duros, caminos, sin más aliento que la propia ambición y sin más ayuda que la de algún otro zarra pastroso compañero, partícipe de las mismas aventuras nocturnas por los cercados. Un día, como por azar, surgen los primeros triunfos, en su apoyo se vuelca toda la afisión del barrio y la hermosa vecina que antes apenas se dignaba mirar al pobre maletilla lo acepta como novio. El destino le mima, como a un elegido y pronto se convierte en un héroe popular, arrollador, cargado de seducción. Entonces, como si todo estuviese previsto con naturalidad, el diestro comienza a traspasar umbrales antes vedados y siente la confirmación de su celebridad por el trato acogedor que recibe de ese mundo sevillano, tan fronterizo entre sí, de aristócratas y ganaderos. Sus intereses, sus valores, pronto se confunden con los de este sector social largamente ambicionado. Y se impone el distanciamiento con aquel barrio que le recuerda sus orígenes y la ruptura con aquella novia que también pertenece a su pasado. Su nuevo estatuto le exige propiedad de tierras y un matrimonio con alguien cuyo prestigio le ratifique que también en el amor ha triunfado.Cuando pese a la disparidad de criterios literarios, tantos novelistas viéronse tentados a configurar un mismo patrón narrativo -desde luego, con más o menos conflictos, y con finales más o menos felices- cabe preguntarse si esa elección no revela algo más profundo que unas simples coincidencias a la hora de elaborar las peripecias biográficas de unos imaginarios toreros. Una de las funciones de la novela puede ser el dar causa y voz, a través de la ficción, a las frustraciones, deseos, traumas, de la colectividad en la que surge. En este aspecto el itinerario antes insinuado podría responder a las ilusiones de quienes aspiran a un idealizado ascenso social. Nada de original en ello: es el esquema típico del viaje iniciado del héroe romántico en la novela decimonónica. Toda sociedad, en cada época, se fabrica unos mecanismos que posibilitan el trasvase -si se cumplen ciertos requisitos, y bajo deter minadag condiciones- de un sector social a otro.

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Lo sorprendente en el caso de la narrativa ambientada en Sevilla es esa insistencia, reiterada por decenas de autores muy diversos, en imponer al torero como el personaje idóneo, para llevar a cabo la proeza de ese desplazamiento social. Parece perseguirse así tina doble finalidad: por una parte, mostrar que en la estratificada sociedad sevillana el acceso a ciertos sectores sociales -como el aludido antes- sólo es asequible al héroe capaz de recorrer el peligroso itinerario de un diestro, y de estar dispuesto, además, a olvidar -borrar- su pasado de hombre de barrio. Es duro el conjunto de pruebas para el advenedizo. Pero el torero diestro sí puede superarlas, de ahí la necesidad de su mitificación, de convertirlo en arquetipo simbólico, sobre el que pueden proyectarse todos los valores positivos del que realiza los sueños ambicionados por ese inconsciente colectivo que se expresa a través de tantas novelas, escritas precisamente para dar testimonio con su ficción de la imposibilidad de lo real.

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