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FERIA DE SEVILLA

Mansada Núñez

ENVIADO ESPECIAL, La afición sevillana anda amostazada con las ganaderías de la tierra, cuyos productos no están dando en la Maestranza la debida talla de bravura. El taurinismo profesional también anda amostazado pues opina que unos añitos atrás había por lo menos media docena de hierros con gárantía, de los que se sabía que sus toros iban a embestir, y ahora, ni eso. «Ahí están los Núñez, sin ir más lejos", dice el tauriñismo profesional. En efecto, sin ir más lejos: ayer los Núñez fueron una mansada.Pero no ya una mansada morcillona, de esas -que embistenpoquito y a los dos toques ya están los morcillones buscando el calor de las tablas, sino mansada bronca, peligrosa, de las que topan, se paran en el centró de la suerte, les miran a los toreros el flequillo, lo mismo les da que sean calvos. El género Núñez mansobronco de ayer, le miraba el flequillo hasta a la acorazada de Picar, buscándoselo bajo el castoreño.

Nuñez / Manzanares Oliva Joselito

Cuatro toros de Carlos Núñezd escastados y broncos; sobreros de Manuel González: 22, noble, y Y ,descastado. José Marí Manzanares: media baja (aplausos y saludos) dos pinchazos y estocada corta baja (silencio). Emilio Oliva: estocada desprendida (oreja) dos pinchazos hondos atravesados traseros bajos, dos descabellos -aviso con retraso- y tres descabellos más (algunas palmas). Joselito- estocada corta tendida y rueda de peones (palmas y también pitos cuando saluda) estocada (división de opiniones). Plaza de la Maestranza, 29 de abril. Séptima corrida de feria.

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Toreros de arte o legionarios, toreros valerosos o pusilánimes, no tenían otra opción que lidiar, bregar, cuadrar, matar, cobrar. Cualquier otro empeño habría sido atropellar la razón y eso hizo Joselito, joven e inexperto coletudo, que porfié a sus dos toros cerquísima de los pitones, con la vana esperanza de sacarles algún muletazo completo; de esos largos y cadenciosos que hacen crujir el ¡ole! en la Maestrañza. El atropello de la razón puso en inútil peligro la vida de Joselito pues la afición se cansó de verle insistir e insistir. La afición sevillana hubiera agradecido más la brevedad, al entender que unafaena eficaz, escueta, estrictamente lidiadoraera síntoma de sabiduría.

Lanceó bien a la verónica Joselito, ensayó quitel por chicuelinas y gaoneras, lidió muy bien a sus dos toros en el primer tercio, banderilleó medianamente al sexto. La afición sevillana, que se gasta un finísimo paladar de gurmet y vasta memoria de elefante, tomó nota de todo ello, sacó sus, conclusiones provisionales y esta tarde, que repite Joselito en la Maestranza, dictará las definitivas. Si no sale otra mansada.

Ni torero pundonoroso ni mucho menos torero fino tenía posibilidades de lucirse con el embrutecido ganado de ayer. Manzanares, fino torero alicantino por antonomasia, también porfió valientemente a sus dos toros, aunque, veterano, con tablas y el cartel de figura reconocido desde hace muchos años, tan pronto comunicó al tendido que por ganas no se quedaba, y el tendido comprendió el mensaje, entró a matar. De manera que continúa tan figura, fino y alicantino como el día que arribó a Sevilla.

Los toros de Emilio Oliva volvieron al corral, pues entre los mansos Núñez, para mayor lujo, los había aquejados de invalidez perniciosa. Salicíron en su lugar sobreros de Manuel González y para Emilio Oliva fue como si le tocara la lotería. Porque el primero de esos sobreros, un colorao terciado, resultó noble, y pudo hacerle una faena conjuntada y vibrante, que le valió una oreja. Oliva planteó la faena en la mismísima boca-riego, que es el centro geométrico del redondel, y allí mandó -de mucho mandar- en derechazos y naturales. Ahora bien, se arqueaba demasiado para ejecutarlos, metía pico, y en la tanda de naturales que instrumenta juntas las zapatillas, el arte era una brumita lejana, apenas perceptible. Pero el mando señalado y la vibración dicha encandilaron al público, sonó la música, restallaron las ovaciones.

Triunfo legítimo de Emilio Oliva, que estuvo a punto de repetir en el quinto, al que llegó a dominar en una primera parte, de faena otra vez mandona y emocionante, a pesar de que el toro tenía bronquedad manifiesta, peligro sordo y se daba unos insoportables aires de morucho. La segunda parte de la faena consistió en intentar los pases que ya no tenía el toro, y el epílogo, en un muestreo de puñalás sobre los costados del animal, que sería bronco pero tampoco era como para escabecharlo. Para escabecharlo en público, queremos decir. Porque en privado, escabechada en manos de hábiles tablajeros, para eso si servía la mansada. Ahí la debieron llevar, y no a la feria.

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