Después de la tormenta
Sólo es una seguridad marinera el que después de la tempestad viene la calma. En política las cosas son de otra manera y tras la tempestad militar de los últimos días se avecinan jornadas de agobios y quebrantos.La salida de pata de banco de estos imbéciles con uniforme que han llegado a afirmar que se rindieron en las Malvinas pero que ya no se vuelven a rendir más -es decir: que tienen una notable capacidad para rendirse ante fuerzas extranjeras pero que no están dispuestos a rendirse ante el presidente de su propia República- han hecho sonreir de satisfacción a los funcionarios británicos residentes en Argentina bajo bandera suiza.
Argentina y el Reino Unido se encuentran técnicamente en estado de guerra aunque no se la hayan declarado. Y Colum Sharkey, ministro plenipotenciario, trabaja representando a Gran Bretaña en la Embajada de Suiza al mando de tres diplomáticos encargados de asuntos políticos y otro de asuntos consulares. El Gobierno radical y particularmente su canciller, Dante Caputo, un estudiante profesional que jamás trabajó por cuenta ajena hasta alcanzar su cargo, formado en Estados Unidos y en Francia, casado con una ciudadana francesa ex funcionaria de la Embajada de Francia en Buenos Aires, íntimo amigo de Antoine Bianca -un operador del socialismo francés que en realidad se llama Antonio Blanca- y que tiene a sus padres, eméritos luchadores de las Brigadas Internacionales, enterrados en Alicante, abomina de la política exterior de la dictadura.
Respiro entre los dos bloques
Por las motivaciones ya expresadas la cancillería argentina se encuentra próxima a las tesis internacionales de François Mitterrand y todo lo reticente que se pueda ser desde aquí a los supuestos del Departamento de Estado estadounidense. Podría escribirse que la cancillería argentina, regentada por el afrancesado Dante Caputo, tiene por buena una política europea independiente de la estadounidense y estima que cabe algún tipo de respiro ideológico entre los dos bloques.Pero la imbecilidad de los uniformados argentinos, estos caballeros que sólo tienen gónadas para torturar a las mujeres de su propio pueblo y que no demostraron -fuera de la Fuerza Aérea, la única que supo combatir en las Malvinas y la única que sólo repartió medallas a los muertos en combate- ningún tipo de planteamiento ante la acción de las tropas extranjeras bien pertrechadas, no sólo despiertan la sonrisa del ministro plenipotenciario Sharkey. Ann Staford, agregada de la Embajada estadounidense para asuntos científicos y tecnológicos, una soltera de 40 años bastante atractiva y perfecta dominadora no sólo del castellano sino también del lunfardo, también se estará sonriendo.
Agentes de la CIA
Los diplomáticos y los agentes de la CIA y algunos otros exiliados profesionales en países lejanos solemos reunirnos en nuestras capitales de destino para intercambiar información y aliviar nuestras soledades. De estas charletas con la encantadora agente de la CIA y con el representante del Reino Unido en Argentina se desprende, siempre con la obligada copa de más, que si al menos un centenar de súbditos argentinos están pasando información mensualmente sufragada a Londres y a su M-16....La cancillería argentina se había empeñado en demostrar al mundo que el país había vuelto a ser democrático y eminentemente pacífico, y que subsiguientemente, Gran Bretaña no podía esperar una nueva agresión externa como la que sufrió por parte de la penúltima junta militar argentina, ya juzgada y en prisión. Caputo y sus hombres se esforzaron durante los últimos tres años en demostrar que Argentina era una nación pacífica que había abandonado cualquier tipo de aventuras exteriores. Obviamente los reiterados cuartelazos sufridos por esta República no abundan últimamente en el crédito de esta política exterior.
Este país, por otra parte, acaba de ser recipiendario de una visita papal sobre la que es necesario escribir con alguna crueldad si no se quiere faltar a la verdad. País de dominante presencia católica, la Iglesia argentina es culpable por omisión de todo el terror ciudadano desatado por la dictadura militar. Juan Pablo II llegó a la Argentina, desde Chile, probablemente más cansado físicamente de lo que escribieron su epígonos. Por sus discursos en esta nación cabe suponer que la fatiga le impidió conocer realmente dónde estaba y a qué sociedad se estaba dirigiendo y sobre qué sufrimientos estaba reflexionando.
No puede decirse otra cosa sobre la Conferencia Episcopal argentina, que tardó 72 horas en replicar a los sublevados, permitiendo que la Administración de Reagan se le adelantara en la defensa de las instituciones democráticas de la Repúblicas. El embajador norteamericano, Thomas Gildered, visitó inmeditamente el despacho del canciller Caputo para, desde allí, informar a la Prensa que uno de los principales objetivos de la política estadounidense consistía en el mantenimiento de regímenes democráticos en el cono sur americano y particularmente en Argentina. No bastó esto y el propio Ronald Reagan desde su rancho de Santa Mónica, en California, telegrafió a Raúl Alfonsín en idénticos términos.
Así las cosas, nos encontramos aquí protegidos por Ronald Reagan y desaconsejados por el Papa. La peor de las situaciones posibles. La Corte Suprema de Justicia ha recabado para sí todas las causas sobre militares implicados en la guerra sucia contrala subversión, suspendiendo las actuaciones de las cámaras federales. Técnicamente, permanecen en suspenso causas tan graves e importantes como las relativas a las actuaciones del III Cuerpo de Ejército (Córdoba y la Escuela de Mecánica de la Armada).
Sin embargo, se estima que esta situación procesal sólo obedece a razones políticas explicables por la última crisis militar. El procurador general de la Nación, Juan Octavio Gauna, parece que ha prescindido de emitir un dictamen sobre lo que se debe entender por obediencia debida y cabe dentro de lo posible que sea el Parlamento -diputados y senadores- quienes decidan lo que significa acatar una orden de un superior que suponga picanear a un detenido.
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