¿Debería callar?
La reciente decisión del Gobierno de Raúl Alfonsín de poner punto,final a los procesos contra los que transgredieron las leyes y los derechos humanos en Argentina no ha satisfecho, ni mucho menos, a amplios sectores de la población. Un escritor argentino, afincado en España, muestra aquí su disentimiento cuando el joven fascista pregunta al profesor, ya largamente sesentón, si en sus años mozos fue hombre de izquierdas, él no dice que sí ni que no. Responde que su generación "trató de conciliar la política con la moral". La escena pertenece al filme de Luchino Visconti proyectado entre nosotros con el título Confidencias. El viejo aristócrata es encarnado por Burt Lancaster, y ha pasado su vida entre Estados Unidos e Italia; seguramente, al hablar de sus mejores días, piensa tanto en Nenni y en Togliatti como en Roosevelt. Es un personaje contemporáneo del propio Visconti; de su alter ego cinematográfico, Lancaster, y de Bogart, el de Casablanca. Todos ellos presenciaron el ascenso y la caída de Mus solini y de Hitler, y el director italiano fue un combatiente de la resistencia antifáscista. El juicio de Nuremberg es un hecho de su tiempo, y Simón Wiesenthal, un hombre de su tiempo.He presenciado ese diálogo decenas de veces, y cada una de ellas he llorado. Creo que voy a seguir haciéndolo. Porque se me ocurre que la nostalgia que siento por una -vejez que no tendré es ya irremediable: nunca podré decir nada parecido sobre mi generación, y hasta temo verme obligado a sostener precisamente lo contrario; es decir, que en mi época tuvo lugar el definitivo divorcio de política y moral. Al menos es lo que parece imponerme la realidad. Y no me refiero a la talla de las individualidades históricas, aunque la imagen de Reagan me haga echar de menos a Franklin D., los capitostes de la derecha francesa me llenen deañoranzas de los tiempos de De Gaulle y el joven secretario general de los comunistas locales me fuerce a recordar cada día a Ho Chi Minh como garantía de que la izquierda existió alguna vez. No, no son los hombres singulares, ni sus actos, los que me producen desazón, sino los pueblos.
Historia zigzagueante
Ya sé que los grandes conjuntos humanos siguen rumbos zigiagueantes en la historia. Muchos de los que acabaron con Mussolini habían marchado sobre Roma 23 años antes. Heinrich Bóll dejó constancia escrita de la participación que les cupo a amplios sectores de la sociedad alemana en la gestión nazi y de su tortuosa asimilación posterior en una estructura democrática. A su regreso a Noruega, después de la 1 Guerra Mundial, el entonces príncipe Olaf hizo saber que un 2% de sus conciudadanos había colaborado activamente con los alemanes. Sartre daba por buena la misma cifra para Francia. Se equivocará quien pretenda eximir globalmente a los pueblos de responsabilidad en las grandes catástrofes políticas.El decreto llamado deptintofinal, promulgado recientemente por el presidente argentino, Raúl Alfonsín, es en sí abominable, por muchas que sean las razones de alta política que se invoquen para justificarlo. Con él, se quiere dejar impune una labor criminal de unas dos décadas, que resultó en la muerte y desaparición de uno de cada 1.000 habitantes de Argentina, la prisión y tortura de uno de cada 100, la emigración de uno de cada 10, el trastomo psíquico de uno de cada cuatro. Con él se quiere excusar la barbarie y abrir un largo olvido. Y lo más grave del caso es que esa impunidad y ese olvido son perfectamente posibles.
Alfonsín no legaliza los actos de sucesivas dictaduras desde otra dictadura, sino desde un poder democráticamente constituido. Elegido por mayoría absoluta frente a una candidatura peronista cuyos integrantes eran corresponsables de la acción asesina de la represión bajo los Gobiernos que se sucedieron entre 1973 y 1976, en especial bajo la pyesidencia de Isabelita Perón y el ministerio de José López Regá, Alfonsín no ha eludido el trámite de la Cámara de Diputados ni el delSenado. En los organismos legislativos no sólo vio ratificada su propuesta por sus propios partidarios, sino también por miembros de la oposición.
Digámoslo de una vez: Alfonsín no se sentó a redactar su texto jurídico contra el pueblo argentino. Antes bien, lo hizo con plena conciencia de estar interpretando cabalmente el pensamiento y el sentimiento de una porción más que considerable -con toda probabilidad, sobradamente mayoritaria- de la sociedad de su país.
Comprendo que ésta sea una verdad dificil deasumir por quienes se quieren progresistas. Mucho más cómodo sería liquidar el problema señalando culpables precisos. Pero esa actitud no respondería a la realidad.Desaparecidos
Y esto no es nuevo, no es un producto de la última etapa argentina. Si el aparato represivo ahora absuelto alcanzó la ubicuidad, la omnisciencia y, finalmente, la indemnidad es porque unos hícierori la vista gorda, otros dijeron .estar a la expectativa, otros aplaudieron, otros delataron yentre todos -menos las víctimas- dieron carta blanca.
Los cementerios están llenos de cadáveres sin identificar; cuerpos de desaparecidos. No podemos limitar la visión de sus tumbas a la de las víctimas y los victimarios. Alguien, y no fue el ejército, sino integrantes del mundo civil, los enterró. ¿Quién? ¿Fuenteovejuna? Para hacer un-desaparecido se necesitan muchas manos. Alguien secuestra, alguien da corriente eléctrica, alguien interna en campos de concentración que alguien construyó. Las más veces, alguien habrá delatado. Por último, alguien entierra o arroja desde un avión. Personas. Hijos del pueblo. Votantes.
Por eso no se deben esperar grandes reacciones de masas recusando el decreto. Cincuenta mil, 100.000 personas, guarismos magros en una ciudad de 12 millones como es Buenos Aires, en los primeros momentos. Después, la nada, el olvido tan deseado. Los,resistentes franceses y alemanes, los guerrilleros italianos, griegos y yugoslavos, los defensores de Madrid, forman parte de la leyenda. La moral se ha separado de la política.
Había empezado a elaborar. estas líneas cuando recibí la visita de un buen amigo, sólido militante de izquierdas desde siempre. Le comuniqué mis reflexiones. Me dijo que no era el momento políticamente más adecuado para hacerlas públicas.
¿Debería callar?
Horacio Vázquez Rial, novelista, fue finalista del último Nadal con Historia del triste, y es autor de Oscuras materias de la luz, su última novela publicada.
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