Una encrucijada
Toca a su fin el año 1986. A lo largo de él, ha habido discusiones entre Oriente y Occidente, entre EE UU y la URSS. Discusiones que, sin lugar a dudas, proseguirán el año que viene. Para la parte soviética, la civilización se halla en una encrucijada. La ciencia y la técnica han entregado al hombre medios capaces de asegurar buenas condiciones económicas y espirituales de vida a todos los pueblos, pero estos medios, sin precedentes en la historia, son también capaces de convertir, en un abrir y cerrar de ojos, el planeta Tierra en un lugar donde la vida ya no sea posible. Vivimos en un mundo interdependiente. Los Estados se distinguen por su potencial, modo de gobierno y sistema social, y, naturalmente, por sus simpatías y antipatías. Sin embargo, se han igualado en algo: todos ellos corren un peligro igual y han de estar interesados -al parecer, en igual grado- en que este peligro no aumente y sea eliminado.¿Podrá lograrse esto? La URSS cree que sí y ofrece vías concretas para lograrlo. Hay que asumir un axioma: la seguridad sólo puede ser global, y con referencia a las relaciones entre la URSS y EE UU, sólo recíproca. Una verdadera seguridad no puede ser garantizada por equilibrios estratégicos a niveles máximos, sino por el nivel más bajo posible, sustrayendo de dichos equilibrios todos los sistemas y tipo! de armas de destrucción masiva. Por consiguiente, la tarea de garantizar la paz y la seguridad deja de ser militar. Se convierte en una tarea política por excelencia. El enfrentamiento entre el capitalismo y el socialismo sólo puede transcurrir por vías de emulación pacífica, de rivalidad pacífica.
La declaración soviética del 15 de enero de 1986, que enunciaba el plan para liquidar por etapas todo el armamento nuclear antes de que finalice nuestro siglo y de efectuar otras reducciones profundas de los arsenales militares bajo el más riguroso control, es en realidad una conjunción de la filosofía de formar un mundo seguro en la era espacial-nuclear con una plataforma de acciones concretas. Precisamente esta filosofía presidió la postura soviética en el encuentro de Reikiavik, en que intentamos convencer a la Administración estadounidense de que sería necesario asegurar la coherencia entre lo dicho y lo hecho.
Si la guerra nuclear es inadmisible, si en ella no puede haber vencedores, será innecesaria el arma nuclear. Si el arma no puede ser utilizada, no vale la pena perfeccionarla. Por consiguiente, desaparece por sí sola la necesidad de realizar las pruebas nucleares. Si se logra el acuerdo de eliminar toda una clase de armas, no será necesario mantener o aumentar el potencial para luchar contra ese arma. Si falta la aspiración a lograr la superioridad militar, el Estado no buscará nuevas esferas de rivalidad en ese campo. Sí existe el deseo de prevenir la carrera armamentista en el espacio exterior, lo mejor será no iniciarla.
Después de Reikiavik
Ya después de Reikiavik, Reagan declaró sin rodeos que su Administración continuaría practicando una política de posiciones de fuerza, y que no abandonaría el concepto de la disuasión, que, como es sabido, no representa más que una política de presiones premeditadas y paulatinas, "basada en la concentración de un poder militar superior".
Así, pues, Estados Unidos no acepta la coexistencia pacífica ni la cooperación recíprocamente provechosa. Desde su punto de vista, un mundo sin armas ni violencia entraña peligros y nada más que peligros, así como fantasmas de peligros. Y mientras tanto seguimos en el círculo vicioso: nunca antes la humanidad ha tenido tantos medios para mejorar su vida, pero nunca antes la acechaban peligros tan temibles como ahora. Y de cara al futuro, lo que importa en primer lugar es despejar la gran interrogante: ¿llegará a ser un hecho la posibilidad de realizar el desarme verdadero en interés de todo el mundo?
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