Demasiada farsa
Ramón María del Valle-Inclán tuvo el don raro de encontrar una línea fronteriza entre el teatro y la literatura, que sus contemporáneos buscaban afanosamente -la encontró del todo Lorca-; jugando en ella, trastornaba y trastorna fácilmente a quienes tratan de representar estas obras.Farsa y licencia de la reina castiza tiene una dramaturgia escasa, en el sentido de la acción externa; la tiene, rica, en la interna.
Está el lenguaje, en primer lugar, como siempre: unos versos modernistas, pero retorciendo, exprimiendo, burlándose del modernismo; una conversión del ripio en tesoro lingüístico y teatral (el descubrimiento, tan suyo, de que esa licencia, defecto o cascajo, podía ser creadora de comicidad y chispa de hallazgos); un invento de palabras, o una contraposición de, adjetivos... El madrileñismo con el cultismo, casándose y divorciándose a cada paso...
Farsa y licencia de la reina castiza
Autor: Ramón María del Valle-Inclán. Música de Juan P. Muñoz Zielinski. Intérpretes: Silvia Leblanc, Tomás Sáez, José María Resel, Francisco Vida], Rafael Guerrero, María Asquenino, Francisco Maestre, Teófilo Calle, Francisco Racionero, Isa Escartín, Félix Navarro, José María Escuer, Carmen Cervera, Lola Mozano, Maruja Recio, Pepa Ferrer, Resu Morales, Jaro, Juan Pablo Muñoz. Escenografía y vestuario: Manuel Mampaso. Director: César Oliva. Teatro Bellas Artes. Madrid, 10 de diciembre.
La breve pieza es un ejercicio de estilo. Pero. no de un estilo inútil. No fueron perseguidos, obra y autor, por su lenguaje, sino por su intención: la estampa de una corte caquéctica y de un entorno militar y político y descritos en su rufianería y su sopor torpe.
Equívoca calificación
Casi siempre que se ve ahora una obra de Valle -el casi deja espacio para las excepciones- se piensa en que un exceso de respeto a la letra termina por condenar la representación. Valle habla en ella de guiñol, muñecos, títeres; César Oliva lleva demasiado adelante lo que era una'metáfora: al hacerse visual, pierde fuerza.Se puede creer que estas obras de Valle-Inclán hay que representarlas por la vía más directa para dejar que sea la palabra la que salte las fronteras; gustaría ver la criatura de la reina castiza más flamencona, más gallarda, más decidida: como está en el texto, como está también en la larga y brillante narración de El ruedo ibérico; gustaría ver a todos más enterizos, menos dados al redondelillo rojo en la mejilla o a la caricatura física y de indumentos.
La equívoca, calificación de farsa puede llevar a amuñecarla -como ha pasado- y a una tradición italianizante lejos del ca:sticismo.
Gustaría oír limpias y vibrantes las frases, las rimas, las palabras, y no cortadas por traiciones a la sintaxis o alteradas por impostaciones de voz en soniquete, por dengues y por infantilismo.
Una actriz como María Asquerino, que tiene su voz y su fuerza, y -su guapería cuando quiere, podría hacer a la señora de una manera vibrante y audaz, pero está presa en el tonillo general.
Farsa de muñecos
Cierto que el director César Oliva está en su derecho de acogerse al tópico de la farsa de muñecos, y de dar un giro brechtiano con la salmodia de las acotaciones (con una música bien escrita por Muñoz Zielinski y cantada y tocada por un terceto cómplice del público).No se puede decir que haya traición a Valle, pero sí que Valle podría ser mejor defendido de otra manera. La forma en que muchas de las frases, las ironías y las alusiones pasaron por el público sin hacerse notar muestra la quiebra, a pesar de los reiterados aplausos finales de los invitados.
Los actores y actrices, así nianejados, y el decorado y los trajes de Manuel Mampaso, con su evocación modernista, no pueden tener el lucimiento de desparpajo, alegría triste y dicción clara que se preferiría escuchar.
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