A Islandia no llegó el deshielo
NINGUNA DE las reuniones que en el curso de las últimas décadas han celebrado los líderes máximos de Estados Unidos y la Unión Soviética ha terminado con un fracaso tan neto como el registrado ayer en Reikiavik. Fracaso que ha producido evidente sorpresa, ya que las escasas noticias que se filtraban desde la villa Hofdi reflejaban una impresión optimista, alimentada por la prolongación del encuentro durante varias horas más de las previstas. En realidad, las versiones dadas en las conferencias de prensa, tanto por Gorbachov como por el secretario de Estado, George Shultz, confirman que las conversaciones habían permitido un acercamiento para reducir a la mitad las armas nucleares estratégicas y alcanzar significativos recortes en los misiles de alcance medio. Sin embargo, la negociación tenía un carácter global y cada posible acuerdo parcial estaba condicionado a una coincidencia de conjunto.La causa concreta del fracaso ha sido la Iniciativa de Defensiva Estratégica (SDI), la llamada guerra de las galaxias. Los soviéticos, según la versión de George Shultz, exigían que el Tratado ABM, que prohíbe la utilización de armamentos defensivos, pero no su investigación, fuese ampliado de forma que EE UU tuviera que limitarse a trabajos de laboratorio en esa materia. El presidente Reagan ha considerado que la aceptación de esas condiciones privaría a EE UU de su principal garantía de seguridad, incluso de un instrumento de presión sobre la URSS para garantizar la aplicación efectiva de las eventuales medidas de desarme nuclear. La falta de acuerdo sobre ese punto ha acarreado el fracaso general del encuentro.
La reunión de Reikiavik había sido prevista como preparación de la cumbre en Washington acordada el año pasado en la reunión de Ginebra. El fracaso de Reikiavik parece significar que se borra del orden del día el viaje de Gorbachov a la capital de EE UU. No cabe duda de que es un paso atrás muy serio en todo el proceso de distensión entre las dos superpotencias. Por lo mismo que Reikiavik había despertado muchas ilusiones, ya que diversos comentarios de fuentes autorizadas de Washington y Moscú anunciaban acuerdos probables para la reducción de diversos tipos de armas nucleares, no es posible desconocer la gravedad de un resultado diametralmente distinto, después de dos días de intensas negociaciones.
Por otro lado, la realidad es que el tema de la guerra de las galaxias ha sido, desde hace más de tres años, el obstáculo máximo en todas las negociaciones sobre control de armamentos. Es un tema en el que se enfrentan intereses irreconciliables. Para Gorbachov, el verse obligado a aceptar el reto militar de EE UU en el espacio supondría un volumen de inversiones gigantesco en una dirección que frenaría muy seriamente todos sus planes de reforma interior. Para Reagan, el SDI es una alternativa estratégica en la que se juega no sólo su prestigio, sino una concepción global, que abarca la economía y la tecnología, y a la que ha logrado incorporar, aun con dificultades, a varios de sus principales aliados europeos y a Japón. En realidad, ese desacuerdo fundamental sobre la guerra de las galaxias se manifestó ya el año pasado en la cumbre de Ginebra. Entonces se aplazó la confrontación abierta sobre ese tema, y se abrió un compás de espera en un clima más o menos mejorado. Pero el problema de fondo subsistía. En Reikiavik el desacuerdo sobre el SDI no sólo ha vuelto a surgir, sino que todo indica que ha sido la causa determinante del fracaso de la negociación.
Es cierto que entre la URSS y EE UU existen sedes de discusión, concretamente en Ginebra, que en principio seguirán abordando los asuntos discutidos en Reikiavik. Pero es evidente que las condiciones para alcanzar eventuales acuerdos han empeorado considerablemente. Sólo cabe esperar que la responsabilidad de los máximos gobernantes de las dos superpotencias les lleve a agotar todas las vías para borrar la amenaza del holocausto nuclear.
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