Las primeras jornadas preludian un cine duro y pesimista
ENVIADO ESPECIALEl baño de cine sombrío lo inició la noche inaugural Fernando Fernán-Gómez, con El viaje a ninguna parte. Ayer, en la segunda jornada del certamen, el látigo lo tomaron el mexicano Arturo Ripstein, con El imperio de la fortuna, y el británico Alex Cox, con Sid y Nancy. Estos tres filmes han resquebrajado las fachadas de la fiesta y desvelado que uno de los rasgos de la inteligencia del cine se esconde en sus zonas oscuras. Un repaso a lo que queda por ver indica que este arranque de cine de gran dureza ofrecerá nuevas sacudidas.
Arturo Ripstein no es un especialista en bordados de seda. El poco cine que de este mexicano cuarentón se conoce en España está hecho con ásperas fibras de esparto tejidas a machetazos. Primero fue Tiempo de morir; después, Un lugar sin límites. Ahora, con El imperio de la fortuna, Ripstein demuestra que sigue siendo autor de películas que por fuera parecen serenas, pero que interiormente son tortuosas e inflexibles. Con los años, su dureza ha ganado en precisión. "¿Que si mi película es realista?", dijo ayer el cineasta mexicano. "El realismo es una convención. Juan Rulfo, que es el autor del argumento de mi película, era un realista que empleaba elementos mágicos. Mi película tiene, como la historia de Rulfo, un lenguaje realista, pero en el discurso que hay bajo ese lenguaje se habla de otras cosas: del juego del poder, de la fortuna y de los ciclos por los que va y viene. Y ése es el asunto de la película, ese ir y venir del destino".
No se puede enunciar de manera más sencilla el complejo asunto de la intromisión de la tragedia en el cine. Se percibe en este filme atroz la huella de la escuela del Buñuel mexicano, sobre todo el de Los olvidados, Subida al cielo y Nazarín. Un mundo turbulento de labriegos, tullidos, feriantes, galleros, jugadores y prostitutas nómadas puebla el macabro relato, desmedido y brutal, de este tan notable como arrítmico filme, en el que "la nueva miseria de poliéster que invade el Tercer Mundo", en frase de la guionista Alicia Garciadiego, se entremezcla con las huellas de otra trágica miseria: la del feísmo de raíz ibérica, del que Buñuel fue un maestro.
Fatalismo aparatoso
A la sobria dureza de este filme mexicano, el británico Alex Cox opone en Sid y Nancy un fatalismo y una brutalidad aparatosa. Es una película digna, a veces muy interesante, que narra el desastre íntimo de la corta vida de Sid Vicious, bajista y líder del grupo de rock Sex Pistols, que mató a su novia, Nancy, de una puñalada durante una toma de heroína y que murió en 1979 de una sobredosis, al parecer calculada.Sid Vicious fue pionero de la ética -o antiética- y de la estética -o antiestética- del movimiento punk cuando éste no era una fachada o una caricatura, sino la punta de uno de los más intensos brotes nihilistas contemporáneos. Sid Vicious fue una metáfora de este tiempo. El filme cuenta esa metáfora, pero es empobrecido por su excesiva pretensión de riqueza, pues resulta duro allí donde no busca hacerlo y se ablanda allí donde busca dureza.
Con El viaje a ninguna parte, y después de un cuarto de siglo de hacer cine para vivir, Fernando Fernán-Gómez ha vuelto a vivir para hacer cine. Hace unos meses, con su Mambrú se fue a la guerra, este hombre de cine, de voz segura, tartamudeó.
Ahora, con El viaje a ninguna parte, que inauguró el festival, la voz de Fernán-Gómez ha vuelto a encontrar un camino que sí conduce a alguna parte: a la identidad entre lo buscado y lo encontrado es decir, a la plenitud.
En Mambrú se fue a la guerra Fernán-Gómez tal vez balbució por falta de entrenamiento. Le preguntaron ayer aquí, en San Sebastián, cómo explicaba que volviera a hacer de nuevo cine suyo después de tanto tiempo sin hacerlo: "No encuentro explicación alguna", contestó. Fernán-Gómez no encuentra explicación porque no la hay. La mordaza puesta hace 25 años, a raíz de El extraño viaje, es uno de los mayores atentados contra la imaginación cometidos nunca en España, donde este tipo de crímenes abunda mucho.
Aquí, en los mentideros del festival donostiarra, hay quienes, después de celebrar por todo lo alto sus gracias, se lamentan de que la película de Fernán-Gómez sea excesivamente larga y de que, a su juicio, extravíe esas sus gracias en su morosidad. En realidad, el filme se queda corto y carece por completo de gracia alguna.
Por el contrario, El viaje a ninguna parte es un monumento no de gracia, sino de humor y, por consiguiente, de dolor, en el que su autor comprime un inabarcable conocimiento -imposible sin estar basado en un inabarcable amor- por los seres humanos. No hay demasiado riesgo en suponer esta película es una de las obras mayores de la historia del cine español.
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