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El primer aviso

El pasado 3 de abril, Ramón Carande salió a dar un paseo por el centro de Sevilla, con la excusa de comprar libros y fotocopiar algunos de sus escritos. Cuando con apariencia presurosa se disponía a cruzar la avenida de la Constitución, dio de bruces en el suelo. Fue un periodista amigo, que casualmente pasaba por allí, quien ayudó a subirle en la ambulancia y luego le llevó en una silla de ruedas hasta el interior de la clínica sevillana Nuestra Señora de Fátima, donde le fue diagnosticada una fractura subcapital de fémur izquierdo. Ya entonces algún médico aventuró la hipótesis de que no fue la caída la causa de la fractura, sino que aquélla se produjo como consecuencia de una rotura natural de los huesos.Hasta entonces nadie temió por la vida del anciano historiador. Convivir con él era una costumbre que se remontaba a tantos años que nadie había podido vivirlos para contarlos. Con aquel primer aviso, la ya a veces poco grata tarea del periodista se convirtió en la menos grata aún de biógrafo.

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Los 20 días largos que permaneció Ramón Carande en la clínica, en uno de cuyos quirófanos fue operado de una artroplastia de cadera con prótesis cervicocefálica, se convirtieron en un acontecimiento para el personal médico del centro. Cuatro médicos se encargaban de él, mientras el director de la clínica, Manuel Méndez León, supervisaba personalmente los partes diarios. Este médico, que había sido contertulio de Carande en las reuniones de la librería Lorenzo Blanco, quitaba gravedad al asunto diciendo que se trataba de la misma operación sufrida por el, que fuera primer ministro británico Winston Churchill, "y aquello salió perfectamente a pesar de no disponer entonces de tantos avances médicos".

El anciano médico, de 80 años de edad, recordaba también cómo el éxito de aquella operación fue atribuido a la fortaleza del gobernante. Carande, sin duda más débil y más viejo que el primer ministro, contaba a su favor con muchos años de andarín impenitente por la plana ciudad de Sevilla, cosa que colaboró a su salud de hierro.

Temeridad

Aquella crisis de salud, que le sirvió al doctor Méndez León para recordar los tiempos en que leer el diario El Sol en presencia de su suegro era más síntoma de temeridad que de modernidad, se saldó sin contratiempos y era la única que se le recordaba al historiador palentino, si bien, por razones de edad, la memoria de la mayoría de, sus amistades y conocidos apenas abarcaba dos tercios de su longeva existencia.

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