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Los dos Japón

Karate Kid IIDirector: John G. Avildsen.

Intérpretes: Ralph Maechio, Noriyuki Pat Morita, Danny Koinekone, Tamlyn Tomita, Nobu Mc Carth, Bruce Malmuth. Guión: Robert Mark Kamen. Música: Bill Conti. Fotografía: James Crabe. Estadounidense, 1986. Estreno en Madrid en cines Roxy A, Rialto, Carlos III, Vaguada M-2 (6).

Hay dos versiones del, Japón: la primera lo pinta como un país que conserva todas sus tradiciones y rituales, un mundo formalista y exótico de pescadores y agricultores; la segunda versión parte de la identificación de los, términos malvado y oriental, identificación que tanto sirve para describir el refinamiento de las torturas como la agresividad comercial de los vendedores de electrónica.

En Karate Kid II, Noriyuki Pat Morita representa el japonés bueno, sentencioso y artesano, que se sirve del karate únicamente como una técnica de defensa personal Danny Koniekone encarna al otro Japón y es un sádico compulsivo, millonario y depredador de la naturaleza, pues no le basta con haber acabado con toda la fauna de las aguas que rodean su aldeanatal, sino que además tampoco soporta los vegetales y, arranca, a mano o con la ayuda de un bulldozer, las plantaciones de coles de sus enemigos.

Los números romanos que acompañan el título de esta película no mienten: se trata de la segunda entrega de las aventuras de unos personajes. La primera obtuvo un éxito que sorprendió a todo el mundo y que se presta a todo tipo de interpretaciones. Quizás lo mejor que se pueda decir de aquella primera entrega es que de alguna manera lograba, a base de desparpajo y trivialidad, matrimoniar ecología y violencia, iniciación a la vida adulta y mamporros a discreción.

En aquel caso el héroe previsto era un adolescente californiano y el secundario distinguido el oriental sabio. Pero el maestro japonés le robó la función a su joven alumno y ahora él y su país son los protagonistas de la segunda parte, mientras que Ralph Macchio se limita a desempeñar un papel de espectador, casi idéntico al del espectador de la sala, pues su misión es sorprenderse ante los gestos milimetrados de la ceremonia del té, escandalizarse ante la tradición que da la responsabilidad de organizar matrimonios exclusivamente a los padres, y encontrar la vía de comunicación entre los dos continentes gracias al rock and roll, un esperanto eficaz y, supuestamente, neutral.

Un disparate continuado

Que segundas partes no acostumbran a ser buenas es algo bien sabido, pero no faltan excepciones Lamentablemente Karate Kid II no lo es. La película es, lisa y llanamente, un disparate continuado, un empecinarse en situaciones absurdas y personajes increíbles.

Por ejemplo, Sato y su sobrino son la representación humana del Mal, llevada a un extremo que convierte a los demonios de las representaciones navideñas tradicionales en ejemplares de gran complejidad psicológica. Tampoco nadie puede explicarse lo que sucede con una pequeña campanera a la que un huracán sorprende en lo alto de su torre de vigilancia. El director intenta crear un climax de angustia, un suspense respecto al destino de la muchacha, pero lo único que logra es que nos preguntemos por qué la chica no baja por la misma escalera por la que ha subido.

Los 110 minutos de proyección van avanzando lentamente entre una pequeña riña, humillante para la paciencia de nuestros héroes, y sus flirteos con las nativas, en espera del enfrentamiento final. De vez en cuando, el nominado para un oscar Pat Morita dice, en voz baja y acompañándolo de una sonrisa socarrona, alguna frase que se quiere profunda, del tipo sin respiración, no hay vida" o "nunca hay que anteponer la pasión a la razón, pues aunque ganes, pierdes", pensamientos dignos de unas grandes rebajas zen y que dan una tonalidad distinta a las patadas en la cara o los golpes en la nuca.

Golpes y filosofía

En estos casos, claro, al margen de la opinión del público, que simpatiza más o menos con los muñequitos que aparecen en la pantalla, valdría la pena interesarse por las sensaciones físicas de las víctimas, quién sabe si profundamente felices al descubrir que mientras alguien les rompe los huesos de la nariz o les golpea el hígado con precisión, ese alguien no piensa en absoluto en hacer daño, sino en demostrar que "en Okinawa el honor no tiene límite de tiempo". Digamos pues que la tesis de Karate Kid II puede resumirse en un aforismo: los golpes con Filosofía duelen menos.

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