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El pirata electrónico

Diego A. Manrique

Atribuyen a V. I. Lenin aquella famosa frase que asegura que la burguesía venderá la soga necesaria para su propio ahorcamiento. En el tiempo presente la industria electrónica ha puesto los medios necesarios para asfixiar a su pariente, la industria del entretenimiento.Hasta los años setenta, realizar una copia de un libro, una película o un disco sólo estaba al alcance de imprentas, laboratorios o fábricas complejas; las nuevas tecnologías -y el desplazamiento de viejos soportes por las cintas magnéticas- han puesto el mágico poder de hacer reproducciones a disposición de cualquier persona. Hasta los menos manitas pueden conseguir copias aceptables: con la, aparición de las grabadoras de doble cabeza ni siquiera es preciso tener que hacer conexiones entre aparatos. Todo es copiable: Karajan, Spielberg, Springsteen, García Márquez o el último programa para ordenadores.

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Magos del "hardware'

Los magos del hardware han proporcionado los medios necesarios para duplicar software cultural y los propietarios de los derechos contemplan impotentes cómo se les escabullen los ingresos. En el campo de la música nunca ha habido tanto consumo de sonidos y nunca han estado las grabadoras, tan empobrecidas. Aparte de las copias caseras, las discográficas se enfrentan con redes falsificadoras que ponen a la venta cintas casetes por un tercio del precio habitual: en cualquier mercadillo dominical se ofrecen impunemente las cintas piratas, y no es extraño tener la posibilidad de elegir entre las que imitan exactamente el producto original o las -más baratas- que han sustituido la carátula de colorines por una hoja fotocopiada; respecto a la calidad de la cinta en sí, digamos que están destinadas a magnetófones en los que no se aprecien grandes sutilezas.

Por lo que respecta al cine en vídeo, la piratería alcanzó momentos de esplendor en los primeros años ochenta, cuando la oferta de cintas legales era escasa, la misma legislación era confusa y no se sabía exactamente quiénes eran los propietarios de determinadas películas.

La implantación de las multinacionales del audiovisual y la vigilancia policial han conseguido frenar esa actividad salvaje, que continúa ahora de manera más discreta. Los videocasetes ilegales no se venden al público, sino que llegan a los dueños de videoclubes poco escrupulosos, que también repican en la trastienda los títulos más populares a partir de una cinta legal. Los períodos de protección, que retrasan la edición en vídeo de los éxitos de taquilla, facilitan ese mercado negro, contra el que se lucha con ingenio -los editores. de un título famoso pueden cambiar la carátula en la penúltima hora para despistar a los pirateadores- o con redadas en los establecimientos de alquiler de cintas, de lo que da puntual y monótona información la Asociación Videográfica Española.

Dicen que todavía se sigue trabajando con la vieja idea -los propios Beatles financiaron la investigación del tema de incluir en grabaciones legales de audio o vídeo una señal electrónica que impida su copiado. Y cada vez parece más de ficción científica.

Para enfrentarse a la amenaza. se prevé gravar las cintas vírgenes con un impuesto especial. Sería más razonable que aparte: de la acción legal contra fabricantes y expendedores de cintas, piratas se reconsiderara la estructura de precios de los productos legales y se iniciara una. campaña de concienciación pública. Antes de que la soga produzca un desenlace final.

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