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Tribuna:ANÁLISIS
Tribuna
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Para imperio, mejor era el romano

La Administración norteamericana es la única en el orbe contemporáneo probablemente capaz de declamar sus dudas en un escenario; de convertir en un auto sacramental representado a la vista de un grupo de invitados el problema existencial del momento: ¿Puede permitirse Estados Unidos el lujo de invadir Nicaragua o, por el contrario, atreverse a no hacerlo?El escenario donde se representa esa tragedia de bolsillo es mayormente Europa. El europeo, en muchos casos incluso conservador, siente una inquieta condescendencia hacia su sucesor imperial; le irrita en el norteamericano lo que ve en él de falta de cultura histórica; se encuentra incómodo ante la incapacidad para el cinismo de que hacen gala los diplomáticos de Washington; y de alguna manera piensa que la Grecia, en la que le gustaría verse retratado, merecen a un imperio romano algo más sofisticado, El norteamericano, por su parte, busca el asentimiento de Europa e, irritado por lo que califica de absoluta. temeridad ante la bacteria de la revolución, puede llegar a tratar con ostentoso desprecio la tentación por la componenda que atribuye a su presuntuoso asociado europeo.

A poco que se preste oídos al batallón de norteamericanos oficiales u oficiosos que recorren Europa de simposio en seminario, de comida en coloquio, universitarios y diplomáticos, expertos fabricantes de opinión, en cualquier caso, las grandes líneas del auto sacramental se imponen por sí solas. La Nicaragua del sandinismo se halla sometida a un juicio de Dios del que sólo puede derivarse un castigo de dimensiones igualmente divinas.

Dos son las posiciones fundamentales en ese largo viaje hacia la noche. La primera argumenta que el Estado sandinista está convicto y confeso de atroz marxismo-leninismo y, por tanto, Nicaragua es irrecuperable para los valores democráticos occidentales. Aquí, marxismo-leninismo no es una teoría de la historia sino una de las encarnaciones del pecado. La segunda posición matiza delicadamente que Nicaragua. no se ha convertido todavía en un Estado totalitario y que una política de acoso sólo puede favorecer ese endurecimiento, mientras que, por el contrario, una actitud cautamente flexible aún podría dar tiempo a un apresurado acto de contricción; así fue como, recordemos, se salvó don Juan Tenorio.

El corolario rara vez pronunciado de ese combate entre fiscal y apenas defensor es el de que si Nicaragua es hallada culpable de marxismo-lertinismo, la actual intervención norteamericana por la vía indirecta del apoyo a la contra quedaría plenamente justificada, y, lo que es más importante, podría estarlo también el día en que se produjera una acción directamente sostenida desde Washington. Eso es lo tremendo de esta moderna inquisición; que no le basta con imponer el castigo sino que además necesita que un jurado canonice tan estupenda ira.

Ese debate, sin embargo, se equivocarían quienes creyeran que tiene un fin determinado de antemano. Lo sobrecogedor de esta polémica es que se desarrolla con sus actos y entreactos perfectamente en serio. La Administración del presidente Reagan parece crecientemente confusa en sus planteamientos -porque está honradamente confundida; no toda ella como un bloque, porque no actúa como tal, sino a todo lo largo de una falla que separa a los que creen que Estados Unidos no puede permitirse el lujo de invadir y los que piensan que sería un descalabro no osar. Esa línea de separación se ve complicada por el hecho de que los que se hallan a uno y otro lado de la misma no siempre se están quietos; liberales a la violeta de la época de Carter se han pasado de bando a la vista de lo que califican de sistemática conculcación de las más elementales libertades en Managua, y halcones irreductibles, que desearían que un nuevo terremoto les librara de tan infecciosa vecindad, retienen las bridas porque se acuerdan de una guerra llamada Vietnam.

Es difícil que quede en la Administración de Reagan alguien que se abone a la segunda posición, pero no faltan los residuos de quienes piensan que por un cierto respeto a las formas de¡ derecho internacional hay que agotar las posibilidades de¡ plan de Contadora. Se asegura que Harry Shlaudemann, antiguo enviado de Reagan a Centroamérica, pertenece a esta plausible escuela; en cualquier caso, ha dejado recientemente de hacer de viajante diplomado en temas de Managua.

Donde más lógicamente habrían de abundar resultan más escasos los halcones fácticos: en los círculos del Pentágono, donde la falta de afecto por el experimento de los comandantes se ve atemperada por un sólido reconocimiento de los problemas que entrañaría una acción más decisiva sobre el régimen cercado. Los halcones desarmados se encuentran más bien en los think tanks conservadores como el de la Heritage Foundation y en universidades de prestigio, que en otras cuestiones se avienen fácilmente a realidades escasamente amenas.

Hay quien sostiene que Managua está perfectamente convencida de que nada de lo que haga en un sentido más o menos liberalizador variará los términos de ese juicio de Dios y que, por tanto, su única baza es la de no mostrar jamás la menor debilidad, para reforzar la creencia de los halcones realistas de que lo del sandinismo es mejor menearlo lo menos posible. Eso explicaría el ataque contra territorio hondureño el mismo día en que el Senado norteamericano votaba -a favor- de la ayuda a la contra, como algo perfectamente deliberado, para que cada uno supiera a qué atenerse.

Por supuesto que en toda esta polémica no ha aparecido el litigante que, ignorando si Nicaragua profesa o no el más puro marxismo-leninismo, aventure que en términos morales o legales nadie tiene de recho a librar contra el vecino una guerra no declarada. Por ello, no han de faltar griegos contemporáneos que piensen que para imperio, mejor era el romano.

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