El complejo de Frankenstein
EL ACCIDENTE de la central nuclear de Chernobil sitúa en el punto máximo una ya muy antigua resistencia popular frente a los progresos de la ciencia y de la técnica una especie de conservadurismo que a veces ha tenido aspectos religiosos -los ladrones del fuego sagrado-, otras sociales -las rebeliones contra los telares de Manchester-, otras políticas -el ecologismo-, y que suele ser, como todo movimiento de miedo, bastante confusa. En los últimos tiempos, una amalgama de noticias nutre miedo y confusión: la idea de guerra de las galaxias, con lo que antes se llamaba el firmamento -ya no es firme- ocupado por máquinas de exterminio; los alimentos contaminados por las formas mismas de su cultivo o de su conservación; la construcción de una estructura civil más sometida que nunca a las catástrofes naturales o a la acción incontrolada del terrorismo; las listas de medicamentos que en lugar de curar, enferman; la impotencia frente a algunas enfermedades consideradas modernas; las plagas del hambre; la inseguridad en los transportes...Pocas veces apreciamos que ésta es la cruz de una moneda cuya cara sale con más frecuencia, y que el saldo del trabajo de la ciencia en los dos últimos siglos es favorable en el sentido último del miedo, que es el de la vida y la muerte: en el saldo está la prolongación de la vida humana en todos los países -aunque haya grandes diferencias entre unos y otros- y una especie de democracia tecnológica que se ha reflejado en formas de bienestar para muchos, aunque haya descendido la calidad de vida para algunos. Son conquistas no sólo irrenunciables , sino también inevitables: no hay camino de retroceso. El rostro del doctor Frankenstein ilumina esta era con un equivoco: el de la alucinación del sabio equivocado que trata de repetir la creación y produce el horror.
La comprobación de que el camino del progreso técnico es inevitable y deseable no nos debe confundir en por lo menos tres de sus aspectos: el primero, el de la condición de su beneficio social y común, de forma que no sea monopolizado por las diversas formas de poder y nos revierta como compra de nuestras libertades o de nuestros derechos (el de nuestro trabajo, entre ellos); el segundo, el de la capitalización de esos progresos, que pueda influir directamente en sus condiciones de seguridad colectiva; el tercero, el de un aprovechamiento militar por encima del civil, y por tanto su pulsión de muerte. El caso concreto de la central soviética de Chernobil se ha prestado a las tres interpretaciones. Construida por un poder sin control de sus ciudadanos y sin posibilidad de reacción de éstos contra posibles abusos hace sospechar que se haya abusado en las protecciones y en las seguridades; el secretismo del Estado soviético ha aumentado esas sospechas, ha permitido toda clase de especulaciones sobre la magnitud de la catástrofe, ha dado lugar a sospechas de militarización, ha impedido la intercomunicación con otros Gobiernos y hoy se extiende en forma de histeria acerca de la contaminación de aguas y alimentos. La rectificación del propio Gorbachov ha sido tardía, y solamente sirve para demostrar que en ciertos casos la ocultación es contraproducente. Pero presenta una constatación que se enfrenta con un supuesto progresismo retrógrado y dirigido: que la sociedad popular soviética no ofrece en este aspecto garantías superiores a la capitalista; incluso son inferiores.
Hay, por tanto, dos aspectos primordiales en el juicio de todas estas, noticias negativas: uno de ellos, la aprobación del progreso tecnológico y la asunción de sus ventajas colectivas; el otro, el de la necesidad de un control social y de una dirección clara de ese progreso. En cualquiera de los dos casos el miedo es esterilizador. Salvo que se convierta en estímulo para la precaución y el análisis.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Opinión
- Envejecimiento población
- URSS
- Esperanza vida
- Accidentes nucleares
- Bloques políticos
- Nuevas tecnologías
- Radiactividad
- Instalaciones energéticas
- Problemas demográficos
- Contaminación radiactiva
- Accidentes
- Energía nuclear
- Bloques internacionales
- Producción energía
- Calidad vida
- Bienestar social
- Contaminación
- Política exterior
- Política social
- Problemas ambientales
- Demografía
- Sucesos
- Relaciones exteriores
- Tecnología