Tratar la deuda 'caso por caso'
Si la cumbre de Tokio ha sido un éxito completo en lo que se refiere a la voluntad de cooperación entre los países más ricos para elaborar una política económica, comercial y monetaria lo más común posible, no ocurre lo mismo en su relación con los países en vías de desarrollo. El texto del comunicado final, que recuerda "la importancia de continuar tratando caso por caso el problema de la deuda internacional", supone la ruptura frontal con las tesis que han defendido los representantes de las naciones pobres.
Esta ruptura dará fuerza a quienes sostienen las tesis más radicales sobre las soluciones a una deuda externa que supera el billón de dólares, y que constituye la principal hipoteca para una recuperación sostenida. Los países africanos están contando muy poco en el concierto internacional, pese a los problemas de su gigantesca deuda externa. La avanzada de las voluntades por llegar a soluciones satisfactorias -en lo que se pueda- para acreedores y deudores, tiene su sede en América Latina. El llamado Grupo de Cartagena, que agrupa a los 11 países más endeudados de la zona, mantiene unas tesis para negociar desde su creación.En síntesis, se trata de conseguir que los países ricos reconozcan los elementos políticos que existen en la negociación de la deuda externa y, por lo tanto, que entiendan la necesidad de crear un foro multilateral en que se discutan las fórmulas que gestionen el pago de los créditos, sin hipotecar las posibilidades de crecimiento de estos países. El Grupo de Cartagena dirigió cartas a los mandatarios de los siete grandes, antes de las dos cumbres anteriores a Tokio. Recibió la callada por respuesta, pero individualmente, algunos jeles de Estado y de Gobierno -por ejemplo Mitterrand- expresaron su buena voluntad para entrar en el diálogo.
Pura retórica
Esta buena voluntad fue hasta el momento pura retórica, pero tras la cumbre de Tokio no ha quedado siquiera la retórica. El presidente Reagan ha llevado a su terreno, también en este problema, a los dirigentes europeos y japoneses. El diálogo Norte-Sur queda completamente roto y los países ricos podrán distinguir entre naciones amigas, naciones indiferentes y naciones enemigas a la hora de renegociar los créditos pendientes y canalizar nuevos flujos para el desarrollo. Sin duda, la fórmula de considerar la deuda externa caso por caso dará nuevas fuerzas a los partidarios de las soluciones más radicales, como es la moratoria unilateral, ante la imposibilidad matemática de pagar la deuda. La última asamblea de la Comisión Económica para América Latina (Cepal), celebrada hace 15 días en México -y que se ha caracterizado casi siempre por templar las posturas más extremistas- aprobó una resolución en la que se considera la deuda externa como un problema estrictamente político. España votó en contra y se alineó con las posiciones estadounidenses y europeas.
La resolución de Tokio choca frontalmente con las de Cepal, el Grupo de Cartagena y lo defendido por el presidente peruano, Alan García, desde el verano pasado. No digamos con el discurso de Fidel Castro.
Además, la unanimidad conseguida ampara la dureza de los Estados Unidos y disuelve su cerrazón, con el apoyo de ideologías tan lejanas a la de Ronald Reagan como la de François Mitterrand y Bettino Craxi.
A partir de Tokio, las políticas económicas nacionales pierden la poca capacidad de autonomía que les quedaba. La evolución del dólar -y del resto de las monedas- será coordinada y vigilada por un supergobierno compuesto por los ministros de Finanzas y los gobernadores de los bancos centrales de los siete grandes.
Así, una variable tan decisiva para el pago de la deuda externa del Tercer Mundo, como el tipo de cambio de las monedas, dependerá menos del comportamiento del mercado que de las decisiones de los países ricos. Es curioso cómo el liberalismo económico tiene sus excepciones y la filosofía básica deja paso a los intereses crudos de cada día.
Siete partes
La experiencia de los últimos siete meses ha sido decisiva: en septiembre de 1975, los ministros de Finanzas de Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón, República Federal de Alemania y Francia se reunieron a puerta cerrada en el hotel Plaza de Nueva York y decidieron la depreciación controlada del dólar y el lento descenso de los tipos de interés. Después del último fin de semana estas reuniones serán oficiales y constarán de siete partes en vez de cinco; se han incorporado los Gobiernos de Italia y Canadá.
Controlado el tipo de cambio, las llamadas para acabar con el proteccionismo comercial tienen un sentido de segundo orden. El mundo se mueve desde hace tiempo por los flujos de capitales, mucho más que por los movimientos de bienes y servicios. La reunión del próximo mes de septiembre en Punta del Este (Uruguay) para una nueva ronda del Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT) puede servir para disminuir las tensiones de la guerra comercial permanente entre la Comunidad Europea y Estados Unidos, y para que Japón abra sus fronteras y disminuya su enorme excedente de la balanza por cuenta corriente. Sin embargo, concede pocas expectativas para incrementar las exportaciones de los países en vías de desarrollo.
Ante esta situación, el plan Baker (nombre del secretario del Tesoro norteamericano) para aportar 29.000 millones de dólares en tres años a los países con mayor volumen de endeudamiento, que fue aceptado sin matices en la cumbre de Tokio, no deja de ser un remiendo que solucionará pocos problemas.
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