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Tribuna
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Oportunidades: perdidas y encontradas

Es probable que América Latina, en toda su historia, no haya sido gobernada por un grupo más excepcional de hombres. Todos ellos, en mayor o menor grado, son gente honesta, capaz, democráticamente orientada e internacionalmente educada. No agoto la lista: Raúl Alfonsín, de Argentina; Julio María Sanguinetti, de Uruguay; José Sarney, de Brasil; Alan García, de Perú; Miguel de la Madrid, de México; Vinicio Cerezo, de Guatemala; Jaime Lusinchi, de Venezuela, y Belisario Betancur, de Colombia (así como su sucesor probable, Virgilio Barco), Forman una constelación de jefes de Estado que, entre otras cosas, ofrecen a Estados Unidos una oportunidad sin paralelo para la cooperación y la resolución de problemas.No obstante, estos hombres aparecen en escena durante un período de espantosos dilemas económicos y sociales. Nada nos asegura que sabrán resolverlos. Demasiadas fuerzas hierven debajo del barniz de la estabilidad: una clase media desilusionada, una masa de marginados urbanos, una clase obrera profundamente desposeída, un proletariado agrícola arruinado. Los logros democráticos de los últimos cinco años, fervorosamente aplaudidos, por quienes nada hicieron para obtenerlos, corren el gravísimo riesgo de las golondrinas en invierno. Los militares, desdeñosos de administrar la crisis, esperan entre bambalinas.

Es posible imaginar lo que estadistas como Franklin Roosevelt o John Kennedy (una vez aprendida la lección de la bahía de Cochinos) hubieran logrado hacer con un grupo comparable de estadistas latinoamericanos. Sin duda no les hubieran ofrecido la guerra de la contra en América Central, distrayendo la atención de los asuntos realmente importantes (la supervivencia económica, entre otros), sustrayendo energía del escenario interno al internacional, dividiendo a la opinión y amenazando, en suma, la frágil estabilidad del continente. Lo último que De la Madrid, Alfonsín o Sarney necesitan es un conflicto en territorios latinoamericanos, inexorablemente destinado a generalizar una guerra por accidente, por desliz o por voluntad.

La fracasada política de Reagan en América Central no es tanto un peligro para Nicaragua, preparada para defenderse por un largo rato, sino para los amigos de Estados Unidos en el continente y, al cabo, para el propio Estados Unidos, que en este asunto actúa como si fuese su peor enemigo.

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Me parece que se está sacrificando mucho -el respeto y la credibilidad de todo un continente- a muy poco -un guión preconcebido, paranoide y obsesivo- Brasil ha debido pedir -dos veces- que no se le pinte de rojo en los mapas escolares del presidente Reagan. El presidente Betancur, de Colombia, ha debido denunciar públicamente en más de una ocasión la tendencia del Departamento de Estado a decir que el presidente dice una cosa en público y otra en privado. La última corrección de Betancur ha consistido en afirmar que en público y en privado se opone a la propuesta de Reagan de ayuda a la contra. El ex presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez ha advertido que toda América Latina se levantaría contra Estados Unidos en caso de una invasión de Nicaragua. El presidente Alan García, de Perú, ha declarado ante el Congreso argentino que su país rompería relaciones con el país agresor en el caso de una invasión de Nicaragua. Y, el nuevo presidente de Costa Rica, Óscar Arias, ha sugerido, no sin humor, que los 100 millones de dólares para la contra sean entregados, por el contrario, a los países centroamericanos -ara el desarrollo eco económico. Muchos granjeros, investigadores científicos, niños de escuela y gentes sin hogar en Estados Unidos deben pensar como él. América Latina no puede ser acusada de criticar y abstenerse. Nuestros Gobiernos, repetidamente, han ofrecido soluciones políticas y diplomáticas racionales a la crisis centroamericana. Estas soluciones protegen los intereses de seguridad de Estados Unidos mejor que las representaciones del teatro del horror reaganiano. Todos sabemos que consisten en dar término al apoyo externo a las guerrillas; en congelar y luego disminuir el nivel de armamentos; en suspender las maniobras militares internacionales; en reducir y, al cabo, eliminar las bases y los asesores militares extranjeros.

Dada la evidencia de que el Gobierno de Reagan, atrapado en la telaraña de sus ficciones, no atenderá con seriedad la propuesta latinoamericana, creo que Latinoamérica debe tomar la iniciativa, durante el hiato entre las dos votaciones en el Congreso norteamericano, para negociar con los cinco Gobiernos centro americanos y ofrecerse como garante de los acuerdos de paz. Es tamos ante un problema latino americano que merece una solución latino americana. "Dejados a nosotros mismos", me dijo hace poco en Boston un ex presidente de Costa Rica, "los centro americanos resolveríamos este problema en pocas semanas".

Si cualquiera de los Gobiernos centroamericanos faltase a los acuerdos libremente concluidos con la comunidad latinoamericana, las sanciones no se liarían esperar, y la propia América Latina las encabezaría. Por ejemplo: si Honduras continuase dando santuario a la contra; si Nicaragua ofreciese una base militar a la URSS, o si El Salvador dirigiese su potencial militar contra su enemigo tradicional, Honduras.

Hombres como los senadores Edward Kennedy y Christopher Dodd, representantes como Michael Barnes y Patricia Schroeder han salvado el honor de Estados Unidos (como lo hizo Abraham Lincoln durante la guerra contra México): su voz tendrá la razón cuando la razón se imponga. La contra no puede ganar. Pero América Latina y Estados Unidos pueden. perder.

Es tiempo de abandonar los juegos, físicos o retóricos, y en cambio tomar iniciativas diplomáticas serias. Las apuestas son altas, pero no por las razones que Reagan nos ofrece. La mayoría de los nuevos Gobiernos latinoamericanos poseen la legitimidad necesaria para administrar las difíciles recetas que requiere la recuperación económica. Pero si consienten el aventurismo de Estados Unidos en Centroamérica, acabarán perdiendo la legitimidad. El desastre económico, la erosión social y el tumulto político, del río Bravo al cabo de Hornos: esto es lo que se juega.

¿Qué le ocurriría entonces a la seguridad de Estados Unidos?

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