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Francisco Nieva, el más alto estilo

Hacia fines de la década de los cuarenta hubo en nuestra patria un intento de realizar una literatura vanguardista, el postismo, cuyo revulsivo hubiese acaso podido renovar enriquecedoramente, por caminos de libertad e irracionalismo, el panorama de nuestras letras. Carlos Edmundo de Ory, en la poesía, y Nieva, en el teatro, son dos de los nombres de ese movimiento renovador que, de momento, quedó materalizado por el imperio del realismo social. Fue, pues, en ese instante, un impulso en cierto modo abortado o dejado de lado, no porque significase algo ajeno al espíritu del tiempo, sino por el encauzamiento, en cierto modo férreo, de la sensibilidad española por una sola vía (la social o política), a causa, paradójicamente, de la situación creada por la guerra civil española. Había que esperar a un nuevo tiempo para que pudiese desarrollarse con plenitud aquel brote que parecía disonante, y que, dada la disposición del medio español, resultaba, de hecho, prematuro.El reconocimiento del valor, a mi juicio evidentísimo, de la poesía de Carlos Edmundo de Ory (que es muy desigual, pero muy intensa en sus aciertos) va a ser, pues, tardía. Igual le ha ocurrido a Nieva -que anteayer fue elegido académico-, sólo que éste, aunque nunca abandonó la literatura, tuvo la suerte de poseer una versatilidad tan gmade de sus facultades que le fue permitido, en el ínterin, dedicarse, y por cierto con gran éxito, a otras actividades estéticas. Nieva ha sido eso que ya desaparece prácticamente del todo en el segundo Renacimiento: un artista universal (como lo fueron antes, en nuestro siglo, Cocteau y Lorca). En efecto: nuestro autor irrumpe de pronto como un escenógrafo de fama: su gran importaricia se reconació en España y fuera de España. Ha practicado, asimismo con aplauso, la dirección escénica. Dirigió, en efecto, numerosas óperas: una en Berlín, otra en Viena, tres en Palermo, cinco en España. Ha llevado, asimismo, la dirección de famosísimos solistas: Jeanne Rhodes, Eva Marton, Montserrat Caballé, Plácido Domingo, Claude Broussons, Joan Pons, José Carreras. Ha diseñado vestuarios. Ha sido esporádicamente actor de cine y, curiosamente, actor de gran presencia escénica. A más de esto, ha practicado con nota.ble fortuna la pintura, y alguna vez, la poesía. Es un maestro del artículo periodístico. Y no sólo se muestra, en la intimidad, como un pianista meritorio, sino que ha compuesto música, de muy preciso efecto, para algunas de sus obras de teatro.

Originalidad

Pero pasemos a la consideración de éstas. El teatro de Nieva, si sabemos abrimos a su ra,dical originalidad, resulta absolutamente deslumbrante. En un momento histórico en el que el teatro es, y cada vez más, espectáculo y escenografía, con rebajamiento o semiencubrimiento del texto, cuya existencia asoma, en cierta medida, en forma vergonzante y pidiendo disculpas, resulta que las obras teatrales de este gran escenógrafo significan una paradójica vuelta a la importancia decisiva del encanto textual. Pero no se trata de una vuelta cualquiera. El texto surge ahora con una fuerza que habría que llamar irradiante y que tiene carácter explosivo. Una imaginación luciferina pone dinamita en nuestro entendimiento y todo en él estalla. Hay tizones incesantemente renovados en el incendio de nuestra expectación. El verbo ostenta tonalidades satánicas y nos quema su maravilla. El mundo se destruye y con las piedras de las ruinas se levanta súbitamente un prodigioso palacio, absolutamente instantáneo, hecho de esplendideces, de fastos de la fantasía, palacio que de pronto, sin saber cómo, desaparece. Y asoma, tras un prolongado silencio, una campiña inocente, dulcísima, que, poco a poco, no obstante, sin que podamos percatarnos del todo, se va tornando amenazadora y siniestra.

Una montuosa sensualdiad curvilínea se ofrece, una seducción, un ambiente de ambigüedades de dicción, un coro de rebeldía contra el correoso convencionalismo y su maldad soterrada. Y, todo ello, en una fiesta orgiástica. Tal es, reducido a metáforas y símbolos, el teatro de Nieva.

Se trata de un teatro que con su regreso al lenguaje lleva a éste a su horizonte final, a los límites últimos de sus posibilidades, a su exasperación semántica. Los vocablos disparan, simultáneamente, una multiplicidad de sentidos, la escena se enriquece desde el centro mismo de¡ verbo. Y ocurre que este teatro, tan relacionado (y tan distinto) con la, mejor vanguardia europea, tan descendiente de Artaud como el propio Living Theater, o Grotowsky, pero tan personal y diferenciado de toda esta parentela filial que a Artaud le ha salido por esas otras tierras, ese teatro de Nieva, tan revolucionario y de hoy, se enraíza poderosamente en nuestra mejor literatura tradicional. Igual que la lírica lorquiana vino tanto de la línea que surgió de Baudelaire y el simbolismo y se prolongó en España a través de Machado y Juan Ramón, cuanto de la poesía popular española del siglo XV (Canciones y romances viejos), y ésa es su gloria, así también, aunque de otro modo, Nieva. Éste, tan metido en europeísmos renovadores de nuestro siglo, resulta que es, de otro lado, un descendiente directo de la corriente casticista que encabezó el arcipreste de Hita y que, a través del arcipreste de Talavera, estalla luego, gloriosamente, genialmente, en la Celestina y el Quijote, y, finalmente, mucho después, en los esperpentos de Valle-Inclán. Es la gran tradición del lenguaje popular, seleccionado, acrecido y perfeccionado por la imaginación artística. A esa tradición, últimamente popular, pero tambien culta, Valle-Inclán le añade algo decisivo, una gran novedad: el ensanchamiento de la noción de verosimilitud hacia el lenguaje mismo. El lenguaje, y, sobre todo, el lenguaje popular hablado por algunos personajes de Valle-Inclán, no es verdadero sino verosímil.

Nieva, en cierta propúrción, sale también de ahí y se corivierte, por su parte, en creador, personalísimo, de un idioma popular que, siendo supremamente verosímil, está inventado de raíz. Ahora bien, nuestro autor agrega a esta genérica herencia, a su vez, otra cosa que modifica por completo el complejo en el que entra: los elementos irreales que tanto sentido tienen en la literatura de nuestro tiempo: García Márquez, Torrente Ballester, Italo Calvino, Günter Grass. Y debo decir que esta presencia de lo irreal significativo se utiliza en las comedias de Nieva cronológicamente antes que en los otros autores, con la sola excepción de alguna obra de Italo Calvino. Hasta ese punto el teatro de nuestro coterráneo posee originalidad.

Si el más alto estilo es, como se ha dicho, aquel que junta a la máxima diferenciación la máxima tradicionalidad, el de Nieva puede, sin duda, ser calificado de esa manera.

es académico de la Lengua.

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