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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa y el conflicto libio

No PUEDE dejar de causar desasosiego la lectura de las razones que está alegando la Prensa de EE UU para explicar -y en ocasiones elogiar- el bombardeo de Trípoli. Más allá de los argumentos concretos, de datos precisos, se está profundizando, sobre temas esenciales, una diferencia de sensibilidad, de mentalidad, entre las opiniones públicas de EE UU y de Europa. Es sin duda un problema serio, y conviene afrontarlo con sinceridad. Precisamente por la importancia decisiva que tienen hoy las relaciones de alianza entre Europa occidental y Norteamérica, conviene establecer el máximo de claridad cuando surgen síntomas evidentes de que la incomprensión alcanza proporciones muy serias. Incluso órganos con agudo sentido crítico, como The New York Times y The Washington Post, que reflejan el sentir de los sectores más clarividentes de la sociedad estadounidense, suscitan en un lector europeo interrogantes gravísimos. El razonamiento es en sí sencillo: se ha producido un crimen en una discoteca de Berlín, con un sargento norteamericano muerto, otra persona muerta y heridos. Las pruebas de culpabilidad consisten en telegramas diplomáticos libios descifrados por la CIA. Solamente entonces se produce el castigo, el bombardeo, que está, por tanto, plenamente justificado. Agrega The New York Times: "Quizá haya ocurrido que personas civiles hayan resultado muertas". No hay quizá en este caso. Lo más probable era que hubieran víctimas civiles, y han sido unos 70 muertos. Ese intento de situar el bombardeo en un proceso semejante al de una sentencia de la justicia parece que ha resultado convincente para cualificados sectores de la opinión pública de EE UU.Visto desde Europa, es un argumento difícilmente compartible porque elimina, como la cosa más natural del mundo, la relación entre el daño causado por el acto terrorista, por horrible que sea, y la respuesta. Con un argumento semejante al que emplean ahora los norteamericanos, ¿cómo debería haber actuado España cuando a todas luces terroristas encontraban complicidades en Francia para sus asesinatos? ¿Y Gran Bretaña en las etapas en las que el Gobierno irlandés daba facilidades a los terroristas del IRA? Nadie hubiese, aceptado ni comprendido tales "respuestas", y no porque los actos terroristas no provocasen en la opinión pública una enorme indignación y una voluntad de castigar a los culpables. Si Washington dijese que ha utilizado el bombardeo sobre todo porque tiene una fuerza militar aplastante, y porque quiere demostrar a los libios, y a los no libios, que está dispuesto a emplearla, las cosas estarían más claras.

La Casa Blanca, con el propósito de legitimar "jurídicamente" el bombardeo, ha dicho que no ha violado la Carta de las Naciones Unidas, ya que su artículo 51 reconoce el "derecho de legítima defensa". Basta leer ese artículo para comprobar que es absolutamente imposible invocarlo en este caso. En él se dice que la carta no menoscaba el derecho de legítima defensa, pero agregando inmediatamente "en caso de ataque armado contra un miembro de las Naciones Unidas, hasta tanto el Consejo de Seguridad haya tomado las medidas necesarias para mantener la paz". ¿Cuándo ha recurrido EE UU a la ONU en este caso?

Pero quizá sea más grave otro problema, que se ha agudizado con los últimos acontecimientos. ¿Qué se entiende por terrorismo? La interpretación de este término, no sólo por parte de la Administración, sino entre sectores de la opinión pública de EE UU, difiere mucho de la lógica -y de la sensibilidad- europea: ¿son terroristas los bombardeos realizados por Israel, una vez en Túnez, varias veces en el sur de Líbano, con muchas víctimas civiles? ¿Es terrorismo el acto cometido en Auckland por el espionaje francés para hundir un barco de Greenpeace y que costó la vida a un ciudadano portugués? No se trata de meter todo en un mismo saco. Es evidente que existe un terrorismo generado por los conflictos de Oriente Próximo, y al que Europa en particular necesita hacer frente, tomando medidas frente a complicidades intolerables de determinados Gobiernos, y concretamente el libio. Pero ello no da derecho -a costa de perder toda fuerza moral- a emplear el término de terrorismo a gusto de cada cual.

La opinión española se siente lógicamente preocupada por la situación creada en una zona muy próxima a nuestro territorio; quizá por primera vez tenemos la sensación de que nuestro país puede verse envuelto en conflictos graves sin que ni sus intereses ni su voluntad lo determinen. En cierto modo es una característica de la época contemporánea, que otras zonas europeas han percibido ya con motivo de otros conflictos, pero que ahora nos llega a nosotros por el lugar que el Mediterráneo occidental ha pasado a ocupar. No se trata de exagerar actitudes alarmistas. Pero sí de pedir al Gobierno que haga todo lo posible para que el ciudadano tenga un conocimiento cabal de lo que ocurre, y tome conciencia de que España, sobre todo como parte de Europa, es un factor real de los acontecimientos. El Gobierno ha cometido errores al sustraer información; el secreto, el rumor, son los que pueden alimentar preocupaciones excesivas. Un factor esencial es que, con la excepción de Fraga, la opinión española ha condenado el bombardeo norteamericano, con unos u otros matices. Y ha respaldado lo que empieza a ser una política europea. Pero Europa tiene posibilidades de actuar, en la actual coyuntura, con más energía y eficacia de lo que ha aparecido en estos días; sobre todo porque lo que está en juego de verdad son factores políticos. No es posible entrar en la espiral de los razonamientos exclusivamente militares. Una solución es posible, pero solamente por el camino de propuestas y actos políticos. Europa tiene que saber encarnar hoy esa primacía de la política. Será así fiel a lo mejor de su historia.

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